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«Queremos ir al encuentro, escuchar a nuestros hermanos, suscitar en otros la pregunta por ti»: Cardenal Sturla en la Procesión de Corpus Christi

By 08/06/2018No Comments
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Imagen de C. Bellocq/ icm

Esta vez la procesión de Corpus Christi fue diferente. Será porque salió el sol o porque el frío no traspasaba los huesos. O porque había muchos niños. Tal vez, porque se ocuparon las dos sendas de la principal Avenida, o porque hubo que cambiar la custodia en el medio del recorrido. Será porque invitaron los sacerdotes más jóvenes, o porque no faltó casi ninguno de los mayores. O todo esto junto, tal vez.

Corpus Christi es la fiesta del cuerpo y la sangre de Jesús, se venera de modo especial su presencia en la Eucaristía, el Santísimo Sacramento. Quienes llegaron antes de las 15 hs a la iglesia del Cordón lo encontraron expuesto, rodeado de velas y con olor a incienso. Así estaba desde hacía un par de horas, cuando terminó la Misa de 11 en ese templo: disponible para recibir el cariño de los fieles.

El Cardenal Daniel Sturla, el Obispo Auxiliar Mons. Milton Tróccoli y el Vicario Pastoral P. Daniel Kerber, ingresaron al templo y, después de unos actos de adoración, tomaron la custodia que llevaba la Eucaristía. Salieron de la iglesia en medio de un simpático cortejo formado por niños que lanzaban pétalos al paso del Señor. Eran chicos de las catequesis de Los Robles y Las Rosas, todos con remeras blancas que los identificaban y tenían un mensaje fundamental en la espalda: ¡Jesús está VIVO en la EUCARISTÍA! Toda una catequesis en una camiseta.

El desfile de Jesús por la principal avenida de la ciudad comenzaba con dos filas de seminaristas y acólitos vestidos con albas blancas. Seguían diáconos y sacerdotes, y luego los miembros de la Archicofradía del Santísimo Sacramento, que llevaban en andas una estructura de madera con la custodia que contenía la hostia. Junto a ellos, unos jóvenes portaban incienso y otros tenían velas. Todo para el Señor. Detrás iban el Card. Sturla, Mons. Tróccoli y el P. Kerber, junto a todos los fieles, que colmaban varias cuadras.

El recorrido tuvo distintos momentos. Hubo cantos, oraciones, peticiones. Por los parlantes se escuchaba la voz del guía, el Padre Néstor Falco, que invitaba a vivir mejor el prodigio de estar caminando junto a Dios. “El Señor quiso estar más cerca, quiso estar en brazos de todos nosotros”, dijo en un momento. Se refería a algo que muchos no vieron, y es que debieron dejar a un lado la custodia porque se estaba torciendo y había riesgo de que perdiera estabilidad. Entonces fue el Cardenal quien arropó a Jesús y lo llevó en sus manos durante el resto del recorrido.

Mucha gente se iba sumando a la caravana, donde había niños en carrito y a caballito de sus padres, chicos que ya caminaban solos y algunas personas mayores que necesitaban un brazo o un bastón. Alumnos del colegio Divina Pastora llevaban una pancarta con el lema de este año, “Jesús Eucaristía, pan del misionero” e iban adelante, abriendo brecha. También había carteles de la Parroquia de Belén, la del Perpetuo Socorro, San Miguel, la Renovació Carismática y San Ignacio de Loyola. No faltó la presencia de la Virgen en banderas de “sí a María” e imágenes (de papel y de bulto) de la que se venera en Salta.

El destino fue la catedral Metropolinatana. En la escalinata, hacia la plaza, se montó un altar donde esperaba una custodia realizada para el primer centenario de la Declaratoria de la Independencia en 1925. Allí colocó el Cardenal la hostia, que lucía muy bien en aquél ropaje de oro y alhajas que tenía el escudo nacional en la base y una cruz en la parte superior.

Quienes pudieron se pusieron de rodillas para cantar en honor al Señor. La Plaza Matriz estaba colmada de gente, como pocas veces en el pasado reciente. Ante todos los presentes, el Arzobispo dirigió unas palabras sobre lo que todos contemplaban:

Palabras del Cardenal Daniel Sturla:
Señor, el martes te vi. Ya no en el pan como estás ahora, sino en la casa de las Misioneras de la Caridad, acompañando al grupo que lleva a la gente en situación de calle a bañarse y a vivir en paz un rato. Ese mismo martes te vi en el grupo de cristianos que están yendo a participar en la pastoral con menores infractores, en sus deseos de entregarse y de encontrarte a Ti en esos adolescentes vulnerables. Van por Ti, Señor, van a llevarte a Ti y van a encontrarse contigo. Y así podría seguir. En tu presencia, los que más necesitan en nuestra sociedad y en los que por amor a Ti van hacia ellos.

Te he visto en los jóvenes que llevan de comer a los que están en la calle, en las religiosas que dan su vida hasta el final, en las familias que se mantienen fieles y son generosas en dar vida. En mis hermanos sacerdotes y diáconos que se entregan, en aquellos que diariamente cumplen con su deber. En tantos niños -qué lindo ver a tantos niños que hoy tiraban flores a tu paso, Señor- te descubro, Jesús mirando al pueblo peregrino que es tu pueblo, tu gente, tu Iglesia. Somos tu cuerpo, Iglesia santa. Sí, también cargada de pecado por nuestra fragilidad. Pero santa por ser tu cuerpo, por la animación de tu espíritu.

Pero aquí Señor, en el Pan de Vida, en el Santísimo Sacramento, tu presencia verdadera y real es también sustancial. Nuestros ojos ven la hostia santa pero los ojos de la fe te ven a Ti, alma, cuerpo, sangre, divinidad. Te vemos a Ti y delante tuyo nos postramos. Tú eres nuestro hermano, amigo y Señor. Hemos querido llamarte “pan del misionero” porque esta Iglesia de Montevideo quiere ser iglesia misionera que sale de su comodidad, que no quiere proclamar solamente en su ambiente, en su rincón, sino que quiere decir tu nombre en todas partes para que resuene en todos nuestros hermanos tu dulce nombre, Jesús.

Señor, no queremos proclamarte desafiando a nadie. Queremos ir al encuentro, escuchar a nuestros hermanos, suscitar en otros la pregunta por ti. Pero también decir tu nombre, sin miedo, sin verguenza. Al contrario, Señor, contentos de nuestra condición de católicos, de la gracia que nos has hecho al llamarnos a tu Iglesia una, santa, católica y apostólica. Señor, en el mundo hay hermanos nuestros que por su fe están presos, sufren persecución o incluso la muerte por ser fieles a ti. Nosotros al menos queremos estar dispuestos a cansarnos por vos, a pasar frío o un mal rato por vos. A ser despreciados por el Evangelio, ridiculizados por nuestra fidelidad a ti. Queremos correr el riesgo. No tenemos miedo. Y si lo tenemos, lo queremos afrontar.

No queremos ser cristianos tímidos, tranquilos, tibios. Como dice el Papa Francisco, advirtiéndonos de no ser aguados, licuados, mediocres. Nos invitas a la santidad y para ello nos envías a la misión. Si nos quedamos encerrados nos volvemos quejosos, criticones, autoreferenciales. Queremos ser Iglesia en salida, misionera, apostólica.

Como Iglesia de Montevideo nos estamos preparando para hacer una misión en nuestra ciudad con el Programa Misionero Jacinto Vera, que haremos en las tres semanas siguientes al domingo de Pascua, la misión Casa de Todos. Queremos convocar a tantos hermanos nuestros que se han apartado de la práctica de la fe, que se pierden la alegría del encuentro dominical contigo, que no tienen el calor de la comunidad de fe. Señor Jesús, no permitas que nos apartemos de ti. Que siempre digamos tu nombre, Jesús, con nuestros labios, con nuestro corazón y con nuestra vida. Y al final de nuestro camino llámanos, Señor, para que con tus ángeles y tus santos de alabemos por los siglos de los siglos.

Finalmente, el Cardenal tomó la gran custodia y con ella impartió una bendición sobre todos los presentes. Acto seguido, el párroco de la Catedral, P. Juan González, se llevó la Eucaristía, mientras la gente la despedía con un aplauso espontáneo lleno de afecto. Algunos se quedaron para celebrar la Misa y otros volvieron a su casa. Unos y otros se fueron renovados, todos testigos de una tarde diferente.

Crónica de Carolina Bellocq publicada en http://icm.org.uy/una-procesion-corpus-diferente/