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Prof. Carriquiry: EL MERCOSUR necesita “un repensamiento a fondo, una reestructuración y relanzamiento”

By 04/06/2019No Comments

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El Mercorsur “está necesitando un repensamiento a fondo, una reestructuración y relanzamiento, logrando una mayor integración con la Alianza para el Pacífico, México y América Central y una razonable y beneficiosa apertura y cooperación con los más diversos mercados del mundo entero, de modo de ir forjando lo que el Santo Padre Francisco llamó `una Patria Grande en gestación´”, afirmó el Prof. Guzmán Miguel Carriquiry Lecour, en la Mesa redonda “Pluralismo religioso y cultural en América Latina: retos y oportunidades” que tuvo lugar el 28 de mayo, en la sede de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL).

La mesa redonda organizada por la Embajada de Argentina ante la Santa Sede y la CAL, tuvo por finalidad reflexionar y deliberar sobre los retos y oportunidades que plantea el pluralismo religioso y cultural para la Iglesia Católica y los Estados latinoamericanos.

El Prof. Carriquiry ofreció una conferencia en la que a partir del sustrato cultural común de los países latinoamericanos analizó dos fenómenos contemporáneos que “cuentan con muy fuertes influjos en el desarrollo de un mayor pluralismo cultural en América Latina”:las migraciones religiosas y la globalización.

En el evento se contó con la intervención introductoria del embajador argentino, Rogelio Pfirter, y tras la conferencia de Carriquiry siguió una serie de intervenciones de muchos de los embajadores y representantes de embajadas latinoamericanas acreditadas ante la Santa Sede, profundizando sobre las realidades propias de sus países y de lo común que les permite mirar hacia adelante.

Se compartieron, asimismo, las buenas prácticas que se están llevando a cabo en la región para asegurar un diálogo auténtico, el fortalecimiento de las identidades y la promoción de la interacción religiosa resaltando los elementos identitarios y aglutinadores propios de la cultura latinoamericana, como son la fe cristiana y el respeto a la libertad religiosa.

A continuación compartimos la intervención del Prof. Carriquiry publicada en el sitio web de la CAL http://www.americalatina.va/content/americalatina/es/articulos/_pluralismo-religioso-y-cultural-en-america-latina–retos-y-opor.html

PLURALISMO RELIGIOSO Y CULTURAL EN AMÉRICA LATINA:

RETOS Y OPORTUNIDADES

Me congratulo con la Embajada de Argentina ante la Santa Sede por la feliz iniciativa de este Encuentro, que la Comisión Pontificia para América Latina ha acogido con entusiasmo. Se ha querido que este iniciativa se convocara en el marco de la Presidencia Argentina del MERCOSUR…, de ese MERCOSUR que está necesitando un repensamiento a fondo, una reestructuración y relanzamiento, logrando una mayor integración con la Alianza para el Pacífico, México y América Central y una razonable y beneficiosa apertura y cooperación con los más diversos mercados del mundo entero, de modo de ir forjando lo que el Santo Padre Francisco llamó “una Patria Grande en gestación” (cfr. discurso del 04.03.2019).

El tema escogido para este encuentro interesa mucho a los pueblos y naciones, a los Estados y a las Iglesias en América Latina: “Pluralismo religioso y cultural: retos y oportunidades”.

Todos sabemos que nuestros pueblos comparten corrientes profundas de un sustrato cultural común. Se lo puede definir como ibero-indo-americano, con sucesivos aportes inmigratorios sobre todo europeos, y esto en muy complejas modalidades y proporciones según las sub-regiones y los países. Marcan y expresan ese sustrato cultural común dos lenguas ibéricas muy hermanadas: la española y la portuguesa. Las raíces de ese sustrato son cristiano-católicas. Más allá de confesiones y pertenencias eclesiásticas, nuestros pueblos comparten un vivo sentido de la dignidad humana, una pasión por la justicia, una práctica de la solidaridad especialmente entre los pobres, una alegría de vivir aún en condiciones sufridas y una esperanza contra toda esperanza, que son frutos del Evangelio arraigado en nuestra buena tierra americana.

No es, pues, por casualidad que todas las regiones y después países de América Latina hayan vivido fases y vicisitudes históricas similares, inter-relacionadas, como lo demuestra, entre muchas otras referencias posibles, el hecho de que se esté celebrando en estos años el bicentenario de la independencia de todos, o casi todos, nuestros países.

Este sustrato cultural común, por el que nos reconocemos hermanados en el apelativo de “latinoamericanos”, se ha ido desplegando en el correr de cinco siglos de historia, según los diversos contextos, según las diversas realidades de las patrias nativas, en una diversidad de sub-culturas.

Sobre ese trasfondo, me interesa ahora destacar dos fenómenos contemporáneos que cuentan con muy fuertes influjos en el desarrollo de un mayor pluralismo cultural en América Latina. Me refiero a las migraciones religiosas, por una parte, y a la globalización, por la otra.

Impresiona mayormente la activa extensión y proliferación de las comunidades del archipiélago “evangélico” por toda América Latina, sobre todo desde las décadas del 1950-60 en adelante. A fines del siglo XIX, América Latina contaba con menos de 25.000 protestantes, en su gran mayoría inmigrantes extranjeros, de colonias trasplantadas. En 1916 se calculaba unos 128.000 protestantes en un continente de 70 millones de habitantes, pero desde 1990 se habla ya de 30 o 40 millones de latinoamericanos que han pasado a integrarse a las más diversas comunidades “evangélicas” o “neo-pentecostales”, de muy variadas denominaciones. Lamentablemente nos faltan estadísticas serias sobre la actualidad, aunque contamos con los buenos aportes de la agencia LatinoBarómetro y de algunos institutos norteamericanos (como la Pew Research).

El avance del comunismo en Asia y la expulsión de miles de misioneros en 1927, 1934 y 1949, favoreció que el interés misionero “protestante” se concentrara en América Latina. En esa expansión fue factor fundamental el revival evangélico vivido en los Estados Unidos desde los años 60 y propagado mundialmente. Esa expansión en América Latina tuvo una primera fase, que aquí y allá aún deja sus huellas, de tintes agresivamente anticatólicos, proselitistas, sostenida con pastores, finanzas y apoyos logísticos de Estados Unidos, muy vinculada al “credo americano”. Sin embargo, con el correr de las actuales décadas, esa proliferación ha ido como arraigándose, estabilizándose y sedimentándose en tierras latinoamericanas. Es una migración religiosa de bautizados de la Iglesia católica que plantea a ésta muy serias interpelaciones respecto al sentido de pertenencia de sus miembros, de sus modalidades de edificación de sus comunidades y de realización de su misión evangelizadora. En las comunidades cálidas del “evangelismo” se experimenta, en general, un fuerte sentido de pertenencia. La “sanación” espiritual suscita una autoestima movilizadora de quienes son considerados los elegidos y predestinados de Dios. A ellos se los atiende también en sus necesidades materiales por medio de obras escolares, sanitarias y laborales, a la sombra de templos que se multiplican en formas muy sencillas. De tal modo, católicos más o menos pasivos y nominales se convierten en evangélicos activos, devotos, emprendedores, con mayor disciplina de unidad matrimonial y de laboriosidad. Las inversiones y usos masivos de los medios de comunicación sostienen esta empresa. El resultado es que hay ya dos países en que se equivalen las proporciones entre católicos y evangélicos, como Guatemala y Honduras, mientras que las estadísticas demuestran que han caído los porcentajes de los confesos católicos en casi todos los países de América Latina (Paraguay y República Dominicana son una excepción al respecto). Aún es muy pronto para poder evaluar al respecto el impacto de los últimos pontificados, especialmente el del primer papa latinoamericano.

Si tenemos en cuenta un 70% de confesos católicos en América Latina, entre un 15 y 20% de “evangélicos”, y a ello le sumamos las tradicionales comunidades judías arraigadas en muchos de los países, algunas comunidades islámicas menores y la supervivencia de algunas tradiciones religiosas indígenas – sobre todo en Bolivia y Guatemala – muchas veces en formas sincretistas, todo ello nos da el cuadro general del pluralismo religioso en América Latina. Pueden agregarse otras realidades más bien marginales o muy reducidas. Ateos y agnósticos están en crecimiento, pero no pasan promedialmente el 10%.  Lo que impresiona es que la suma de católicos y evangélicos da un porcentaje de cristianos más o menos similar al que existía en América Latina a inicios del siglo XX, lo que relativiza mucho los impactos secularizadores de los procesos de modernización y transformación vividos durante los últimos 100 años. La libertad religiosa que en general está constitucionalmente reconocida y garantizada en los diversos países, en distintas formas, ha sido marco propicio para dicho pluralismo, y trabajos legislativos y administrativos al respecto están a la orden del día para considerar adecuadamente esas nuevas realidades.

Ya en los últimos años, dos nuevas realidades están emergiendo dentro de este fenómeno. Una de ellas es que la Iglesia católica ha sabido distinguir, especialmente desde la Conferencia de Aparecida, la realidad de las “comunidades evangélicas” y de las que son realidades de “sectas” más que ambiguas y peligrosas en su accionar, lejanas de una seria tradición cristiana. Y con las mejores experiencias cristianas de comunidades y pastores evangélicos ha ido entretejiéndose en diversos países latinoamericanos un acercamiento en el diálogo. La otra realidad que tiene que destacarse es que en varios países, tan importantes como Brasil y México, entre otros, muchas comunidades evangélicas tienden a operar como bloque político en la escena pública, concentrando sus intereses en el combate contra matrimonios homosexuales, legislaciones pro-abortistas, etc. – en general con escasa sensibilidad social por otros graves problemas sociales – y negociando con partidos políticos y autoridades públicas sus cuotas de poder y beneficios. Ya no es sólo la Iglesia católica la que se hace presente en la escena pública de las naciones.

De todos modos, sería muy equivocado olvidarse la profunda compenetración de la Iglesia católica y el Nuevo Mundo americano desde sus orígenes, su influjo capilar en el sustrato cultural de nuestros pueblos, el hecho de que aún hoy casi el 70% de los latinoamericanos se confiesen católicos y que su presencia resulte muy importante en la vida de nuestras naciones.

El otro gran factor contemporáneo de profundos influjos sobre el sustrato cultural de América Latina es la de su apertura a un mundo en intensos procesos de globalización, que se expresan primordialmente por la libre expansión de los mercados financieros y por la revolución de las comunicaciones y los grandes poderes mediáticos. No puedo detenerme ahora en analizar la ambivalencia de esos procesos de globalización. Constituyen un hecho innegable de intensas y profundas consecuencias. Destaco, como lo hace el Papa Francisco, que la globalización tiende a operar como potente corriente de uniformización cultural, a modo de “esfera” y no de “poliedro”, si nos referimos a esa frecuente anotación del Papa Francisco. En efecto, los jóvenes de Buenos Aires, de San Pablo, de Ciudad de México, de Bogotá, de todas las grandes ciudades de América Latina van siendo asimilados a los mismos parámetros culturales, usos y costumbres que difunden, es especial, las grandes redes mediáticas. Además, es un hecho notorio la brecha creciente entre quienes se incorporan a los instrumentos culturales y a los beneficios económicos de la globalización y quienes quedan marginados, excluidos e incluso descartados, sea del punto de vista socio-económico como cultural. Por eso, me pareció muy importante y acertado que en la invitación de la Embajada de Argentina para este Encuentro se recoja la viva preocupación del Pontífice, expresada en el discurso a los miembros del Pontificio Colegio Pío Latinoamericano en Roma, cuando lamentaba la fragmentación cultural, la polarización del entramado social y la pérdida de raíces que se están viviendo en Latinoamérica, refiriéndose a los “modelos culturales que poco o nada tienen que ver con nuestra historia e identidad y que, lejos de mestizarse en nuevas síntesis como en el pasado, terminan desarraigando a nuestras culturas de sus más ricas y autóctonas tradiciones”. Algunas de éstas, como las indígenas y afro-americanas, sufren esos procesos de empobrecimiento marginal. Por eso, en su discurso a un grupo reunido por la CAL advertía la amenaza de las colonizaciones económicas, culturales e ideológicas.

En relación a esta seria preocupación manifestada por el Papa Francisco hay dos planteamientos que son muy típicos de su pontificado: la cultura del encuentro y el mestizaje.

Precisamente la cultura del encuentro es todo lo contrario de la disgregación y fragmentación sociales, de las confrontaciones religiosas y de las polarizaciones políticas con sus secuelas tan frecuentes de descalificaciones e insultos recíprocos. El Papa propone la cultura del encuentro para custodiar la memoria de una común historia y tradición, para mantener viva la experiencia y conciencia de ser pueblo, para ir reconstruyendo los tejidos familiares y sociales, para suscitar diálogos sociales, políticos e incluso religiosos a 360 grados, para dar carne y sangre al sentido de patria, para fomentar la amistad social y construir una nación sin dominaciones ni exclusiones, para encaminarse todos hacia el bien común.

Y en ese mismo discurso y perspectiva quiso agregar lo que llamó “una intuición”, “una intuición que la dejo en mano de Ustedes, si no quieren equivocarse en el camino para América Latina, la palabra es mestizaje. América Latina nació mestiza, se conservará mestiza, crecerá mestiza y ese será su destino”, concluyó. El mestizaje evoca aquella grandiosa y dramática mezcla de razas que está en el origen de América Latina, que hizo exclamar con sentido poético pero un fondo bien real a José Vanconcelos – católico que fue ministro de educación en la Revolución Mexicana – que América Latina era la sede del encuentro de todas las razas del mundo, la forja de la “raza cósmica”. Sabemos que ese mestizaje – como escriben los Obispos latinoamericanos en Aparecida – ha sido muy desigual, marcado con dominaciones y dependencias, pero aún todavía hoy procesándose en el curso de nuestra historia y desafiando la valorización real y efectiva de “todas las sangres”. Sin embargo, el Papa Francisco utiliza el concepto de mestizaje para referirse también al encuentro, diálogo y enriquecimiento entre las culturas, o sea, como mestizaje cultural. En muy numerosas y frecuentes alocuciones el Papa Francisco ha considerado la diversidad étnica y cultural como factor, no de contraposiciones, tensiones y conflictos, sino como de enriquecimiento armónico para la cohesión social. Esto no es otra cosa que la aplicación de uno de los cuatro principios en relación a tensiones bipolares propias de toda realidad social, que primero el Cardenal Bergoglio y después el Papa Francisco han planteado como necesarios para ir construyendo la paz social. Así lo expresaba en su Exhortación programática “Evangelii Gaudium”, n. 226: “La unidad es superior al conflicto”. No hay que ignorar ni quedar prisioneros de conflictos, tensiones y oposiciones, sino que es posible desarrollar – dice la Exhortación – “una comunión en las diferencias”, en el que “la solidaridad, entendida en su significado más hondo y desafiante, se convierte así un estilo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y las oposiciones pueden alcanzar una unidad pluriforme que genera nueva vida”. “La diversidad es bella – agrega aún el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium, n. 230 – cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una diversidad reconciliada”. El signo distintivo de la unidad que Cristo ha operado y que llama a la conversión de nueva vida a los “corazones despedazados en mil fragmentos” (cfr. EG n.229) es la fuente de donde suscitar y alimentar esa “comunión de las diferencias”.

Podemos concluir que éste es el reto y oportunidad del pluralismo al interior de las naciones, pero también a nivel latinoamericano. Es por eso que dirigiéndose a la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, el 2 de mayo pasado, el Papa recordaba la gesta de Simón Bolívar que impulsó a los líderes de su tiempo a forjar el sueño de una Patria Grande, que sepa y pueda acoger, respetar, abrazar y desarrollar la riqueza de cada pueblo”. Del “rostro pluriforme de la gran nación latinoamericana” se refirió el Santo Padre dirigiéndose a la CAL el 4 de marzo de 2019.

Para América Latina en su conjunto y para cada nación y Estado de la región éste es efectivamente un reto primordial: ¿acaso seremos capaces de afrontar los muy serios y graves problemas y desafíos que se nos presentan polarizados, divididos, fragmentados, sin rumbos ciertos? Por cierto, necesitamos grandes consensos nacionales y populares en pos del bien común para poder encaminar

                                                                Prof. Guzmán Miguel CARRIQUIRY LECOUR

                                                                              Vaticano, 28 de mayo de 2019