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Pasó la fiesta diocesana en Canelones. Encuentro, juegos y música

By 19/10/2017octubre 21st, 2017No Comments

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Cada año, la Diócesis de Canelones se reúne en una jornada que pretende ser una ocasión de alegría, encuentro, fraternidad y celebración. Este año, la cita fue el domingo 15 de octubre, en el Gimnasio Guadalupe de la Ciudad de canelones.

En la tarde los presentes rezaron el Rosario Peregrino hasta la Iglesia Catedral, donde finalizaron la jornada con la Celebración de la Eucaristía presidida por Mons. Alberto Sanguinetti.  El Obispo agradeció “al  Señor que nos ha atraído con su Palabra, que ha iluminado nuestra vida. Él ha hecho resonar su llamado, su gracia, su consuelo, su fuerza, con la acción vivificadora del Espíritu”.

Homilía Mons. Alberto Sanguinetti, Fiesta Diocesana, 15 de octubre de 2017

Alabado sea Jesucristo- – sea por siempre bendito y alabado. Es él, el Hijo y Palabra de Dios, en quien el Padre ha puesto sus complacencias, a quien nos ha mostrado y  de quien nos ha ordenado: “Éste es mi Hijo amado, escúchenlo”.

Esa teofanía de la transfiguración se realiza hoy mismo en esta santa asamblea de la Iglesia de Dios que peregrina en Canelones. Aquí se reúne en el monte santo de Sión la Iglesia, única, santa, católica y apostólica. Aquí, por boca del profeta, el Dios fiel a su alianza renueva la victoria sobre el pecado y la muerte nos anuncia y entrega sus dones. Aquí a nosotros su pueblo nos alimenta con manjares suculentos, nos da la alegría de la fiesta con vinos deliciosos, para que participemos de la vida, del banquete del Padre, por las  bodas de su Hijo con la Iglesia, en la caridad y el gozo del Espíritu, óleo de la alegría.

«Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación.

Durante este año, en medio de toda la vida de nuestra Iglesia canaria y en ella la de cada uno de nosotros, hemos querido ahondar en la realidad de la Palabra de  Dios, viva y eficaz, que penetra hasta las coyunturas, que cambia el corazón, que nos diviniza.

Antes que nada hemos profundizado sobre el misterio de la Palabra, que es Jesucristo mismo, Verbo hecho carne, que su propia existencia, con palabras humanas, con acciones humano-divinas, ha revelado totalmente el corazón del Padre. Esta Palabra  de Dios, dada en la humanidad de Jesucristo,

En el misterio de esta Palabra está la acción del Espíritu Santo que ha inspirado las Sagradas Escrituras, como Palabra de Dios, que la custodia y hace florecer en la vida y Tradición de la Iglesia, custodiada por la fe común del Pueblo Santo y el Magisterio de la Iglesia. Así Palabra, Espíritu e Iglesia están totalmente unidos

Es el mismo Espíritu divino que suscita el don de la fe sobrenatural, la fe que recibe esa palabra como Palabra de Dios y hace posible el encuentro con el Padre, en la confesión de Jesús como Señor, en la obediencia de la fe, en el abandono confiado en la misericordia de Dios, en la comunión en la Iglesia.

Así el buen Pastor nos conduce en medio de cañadas oscuras, con el cayado de su palabra va con nosotros, nos guía y sostiene. Él que nos ha hecho nacer en fuentes de agua viva, nos ha ungido con el perfume del Espíritu y nos prepara mesa, y nos lleva a habitar en su casa por años sin término. De verdad: El Señor es mi pastor, nada me falta.

Por el Santo Evangelio, hoy y aquí, con el testimonio del Espíritu Santo, por boca de Cristo proclamado por el diácono, Dios nos anuncia su evangelio, que es su invitación: ‘Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas’.

Dios ha preparado la fiesta de la misericordia, el banquete de la comunión con él por su Hijo en el Espíritu, la plena y verdadera comunión entre nosotros, los enemigos perdonados y reconciliados hechos hijos de adopción y coherederos con el Unigénito.

El banquete no es ya con animales exquisitos muertos, sino por la carne entregada y resucitada del primogénito. Él mismo nos  anuncia: ‘el que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí  y yo en él’.

Qué dulce invitación, que delicada sugerencia, que fuerte orden: ¡vengan! Qué motivo tan saludable, que fin tan maravilloso, que festejo tan sublime: las bodas del Hijo del Rey, de Cristo con su Iglesia, de Dios con la humanidad pecadora ahora santificada y restaurada.

Por otra parte, nos amonesta el Señor en su palabra a que no echemos en saco roto el llamado de Dios. Hemos oído como los gustos y preocupaciones del mundo, llevan a desestimar la invitación a las bodas del Hijo del Rey.  Por eso, la palabra divina nos exhorta a que convirtamos nuestro corazón ante el llamado de Dios. Que corrijamos lo que nos distrae del amor de Dios y de la unión con él. Y lo amemos sobre todas las cosas.

También nos advierte el Señor que si respondemos a su invitación al banquete de bodas del Hijo con su Iglesia, hemos de disponernos a participar nosotros mismos de la fiesta de bodas, poniéndonos el vestido festivo, de quien personalmente toma parte en la celebración. Este vestido nos es dado por el Rey, es la vestidura de la gracia, de la fe, la esperanza y la caridad, que nos es dada en el bautismo, es la gracia de la belleza y la santidad que nos es comunicada por el perfume del santo crisma. Así nos exhorta el apóstol: revístanse del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador (Col 3 ,10)

Esta fiesta se consuma en el banquete eterno de las bodas del Cordero y se anticipa ya ahora en el banquete eucarístico donde se nos dan el cuerpo y la sangre del Señor, como pan de vida, como Eucaristía perfecta, como comunión con la Trinidad en la Santa Iglesia. Por eso el libro del Apocalipsis que nos describe la liturgia celestial nos  muestra a los vencedores, con vestiduras blancas, lavadas en la sangre del Cordero, dando culto a Dios día y noche (cf. Ap 3,5; 7,14)

Hoy queremos agradecer al  Señor que nos ha atraído con su Palabra, que ha iluminado nuestra vida. Él ha hecho resonar su llamado, su gracia, su consuelo, su fuerza, con la acción vivificadora del Espíritu.

Sin lugar a dudas, la mayor presencia e irrupción de Dios que nos habla, que nos invita, que  nos llama, que nos envía, acontece en la Sagrada Liturgia, particularmente en la Santa Misa. Como recordaba Benedicto XVI, “al considerar la Iglesia como «casa de la Palabra», se ha de prestar atención ante todo a la sagrada liturgia. En efecto, este es el ámbito privilegiado en el que Dios nos habla en nuestra vida, habla hoy a su pueblo, que escucha y responde” (VD 52).

Cuando decimos celebración de la Palabra, en primer reconocemos que  Cristo mismo “está presente en su palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura” (SC 7).  La Palabra de Dios, expuesta continuamente en la liturgia, es siempre viva y eficaz por el poder del Espíritu Santo, y manifiesta el amor operante del Padre, amor indeficiente en su eficacia para con los hombres (OGMR 4).

La presencia real de Cristo en la Palabra, más aún que la Palabra de Dios sea el mismo Jesús, hijo de María e Hijo de Dios, lo vive la Santa Iglesia en toda la liturgia que rodea la proclamación del Santo Evangelio.

El Concilio Vaticano II nos invita a la participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas (SC 14). Desea  que todos los fieles comprendiendo bien los misterios de la fe a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada (SC 48)

Por eso, revisemos brevemente los signos y oraciones que la Liturgia realiza para mostrar y vivir que Cristo mismo es la Palabra, el Verbo, el Evangelio del Padre, presente entre nosotros.

1. Antes que nada el Evangeliario. No es sólo un libro, un texto, que contiene reunidos los pasajes a leer. Es un objeto litúrgico, como el cáliz y la patena, que expresan lo que contienen. Más aún como la cruz el evangeliario representa al mismo Jesucristo. 2. Por eso como la cruz tiene un lugar en la procesión de entrada, antes de los ministros sagrados.

3. Es puesto sobre el altar, que es Cristo, y sobre el cual va Cristo, él que es la Palabra y  él que es la ofrenda.

4. El santo Evangelio lo proclama el diácono, ministro consagrado para esa proclamación (si no  hubiera diácono, sólo puede ser sustituido por un ministro ordenado. 5. el diácono pide la bendición  antes de ir a proclamar el Evangelio (si lo proclama el sacerdote él mismo pide la bendición de Dios).   6. lo toma del altar y el Evangeliario – que es Cristo – es llevado en procesión, con el incienso, los cirios. Durante la procesión el Señor es aclamado con el canto del Aleluia. 7. la proclamación tiene un inicio particular, en el diálogo entre el diácono y la asamblea y ésta con Dios mismo. El Señor esté con ustedes. Proclamación del Santo Evangelio… Gloria a ti, Señor.

8. Al mismo tiempo nos signamos en la frente, los labios y el corazón. 9. El Evangeliario es incensado como el mismo Señor. 10. el texto sagrado en lo posible ha de ser cantado. 11. toda  la asamblea lo escucha de pie vuelta hacia el ambón. 12. Tiene también una conclusión final propia: Gloria a ti, Señor Jesús. 13.  El Evangeliario es besado, mientras el ministro dice: por las palabras del Evangelio sean borrados nuestros delitos.

Todavía añadamos que en la Liturgia estacional, el obispo escucha a Cristo quitándose la mitra y tomando el báculo. Es él el que besa el evangeliario.  Además puede bendecir a la asamblea con el mismo Evangeliario, mientras los fieles se hacen la señal de la cruz.

Por eso, hoy queremos expresar nuestra fe en el don de Cristo como Palabra del Padre y plenitud de toda la revelación, destacando el Evangeliario y postulando que lo tengan todas las comunidades parroquiales y les sirva para vivir más plenamente la Liturgia de la Palabra en el Domingo y las demás celebraciones. Así lo recordaba el Papa, después del sínodo de la Palabra de Dios: “Otra sugerencia manifestada en el Sínodo ha sido la de resaltar, sobre todo en las solemnidades litúrgicas relevantes, la proclamación de la Palabra, especialmente el Evangelio, utilizando el Evangeliario, llevado procesionalmente durante los ritos iniciales y después trasladado al ambón por el diácono o por un sacerdote para la proclamación. De este modo, se ayuda al Pueblo de Dios a reconocer que «la lectura del Evangelio constituye el punto culminante de esta liturgia de la palabra” (VD 67).

La unidad y plenitud entre palabra y rito, entre palabra proclamada y confesada, palabra de oración, hecha súplica y alabanza, palabra realizada y entregada, palabra que somos enviados a proclamar ante todos los hombres, se da en la plegaria eucarística y en el banquete del Señor.

Que el camino de este año de valoración y profundización de la Palabra de Dios, se prolongue en toda nuestra vida.  En nuestra oración personal diaria, la escucha del Señor en las Sagradas Escrituras sea el nervio vivo de nuestra unión con Dios y la iluminación de nuestra vida, para que encontremos el llamado del Padre y respondamos en la obediencia a su voluntad. En la familia encontremos espacio, tiempo, para escuchar la Palabra de Dios, para rezar con ella. Asimismo en los distintos grupos de vida cristiana el centro es y debe ser la escucha personal y comunitaria de la Palabra de Dios. Que silencio y Palabra inunden nuestro corazón.

Que interceda por nosotros María Santísima, nuestra Señora de Guadalupe, en cuyo seno el Verbo se desposó con nuestra carne, que asistió al nacimiento de la Iglesia Esposa del costado abierto del nuevo Adán dormido en la cruz. En ella nos miramos para ser mejores discípulos misioneros que recibamos la Palabra en el corazón y por nuestra obediencia dejemos que se realice en nuestras vidas, en toda nuestra Iglesia diocesana.

Quiera el mismo Jesús, Evangelio del Padre, con su misma palabra y  la fuerza del Espíritu Santo, hacernos oír la invitación del Padre: vengan a la boda. Quiera Jesús iluminarnos con su palabra y su entrega, para que lo recibamos con todo el corazón, y nos una plenamente consigo y entre nosotros.  Así a una sola voz, en un mismo Espíritu, vestidos con las túnicas de fiesta, cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, podamos  comulgar con Cristo en este altar, mesa del banquete de bodas del Cordero, para un día escuchar: Servidor fiel y prudente, entra en el gozo de tu Señor, y nos haga consigo una sola ofrenda para alabanza de la gloria de Dios por los siglos de los siglos. Amén.

En base a: http://bit.ly/2gSAe03