Skip to main content
Mons. Pablo GalimbertiNoticeu

Mons. Pablo Galimberti: «Matrimonio igualitario. A cada cosa su nombre»

By 28/12/2012febrero 8th, 2013No Comments

La decisión del senado de postergar la consideración del asunto para después del receso veraniego es una buena señal. No parece prudente aprobar a las corridas, antes de la pausa veraniega, un tema de enorme repercusión social que todavía no bajó serenamente a las conversaciones y diálogos de sobremesa ni subió al  nivel de los debates académicos.

La ciudadanía se merece claridad, honestidad y transparencia. Con forcejeos salió la ley de despenalización del aborto y ahora el gobierno está en aprietos porque no están dadas las condiciones para cumplir cabalmente con las disposiciones de la ley.

De modo parecido el proyecto de ley sobre la marihuana, que levanta tanta polvareda por las marchas y contramarchas de quienes lo impulsan, está ahora descansando. Mientras tanto se abrió un tiempo para escuchar opiniones distintas o discrepantes con la filosofía del proyecto.

El proyecto por el cual se da a las uniones homosexuales un estatuto jurídico equiparable al de la institución milenaria del matrimonios (=pacto de amor, estable, entre varón y mujer, abierto a la vida y educación) es demasiado serio y de enormes consecuencias como para liquidarlo en estos días agitados.

Los colectivos homosexuales pretenden un rápido reconocimiento y una equiparación casi total con la institución matrimonial, base de la familia.

Hemos escuchado en el debate en la cámara baja expresiones que causan perplejidad. Por ej.: “lo importante es el amor” o cosas por el estilo, con las cuales se puede entender el acto más sublime de heroicidad y entrega de Jesús en la cruz o de una Madre Teresa de Calcuta, hasta la más egoísta y repudiable acción de quien cegado por los celos llega al extremo de un “asesinato por amor”. Lamentablemente la misma palabra “amor” en nuestra lengua se usa para una enorme gama de situaciones. El griego, idioma muy rico en palabras y matices, dispone de cuatro verbos y sustantivos para expresar lo que nosotros llamamos “amor”.

Uno es el sustantivo “storgué” con el verbo “stérguein”. Esta palabra describe el amor familiar. Se usa por ejemplo para indicar el amor del padre por su hijo o del hijo hacia el padre. “El niño –dijo Platón- ama (stérguein) a quienes lo han traído al mundo, y es amado por ellos”. “Dulce es un padre hacia su hijo”, dijo Filemón, “si tiene amor (storgué)”.

Está también el sustantivo “eros” y el verbo “éran”. Estas palabras denotan el amor de un hombre por una mujer; siempre indican la existencia de alguna medida de pasión. Sófocles describía el éros como “un terrible anhelo”. En estas palabras no hay nada esencialmente malo; describen el amor humano apasionado. Pero con el correr del tiempo se fue tiñendo con una connotación de deseo egoísta.

Está en tercer lugar el término “filía”, con su verbo correspondiente “filáin”. Esta es la palabra más cálida y tierna que tiene el griego para hablar del amor. Con ella se designa a los verdaderos amigos de una persona, los más  íntimos. El verbo filáin también puede significar acariciar o besar.

Y está por último la palabra “agápe”, con el verbo “agapán”. Es la palabra que se usa por ejemplo en el Sermón de la Montaña (Mateo cap. V) traduciendo las palabras de Jesús: “amen a sus enemigos”. Si consideramos a una persona con agápe, no nos importa lo que esta persona pueda hacernos o cómo nos trate. Aquí el amor no es sólo sentimental; es también una elevación, una conquista y una apertura para que Dios nos regale ese impulso cuando, como ocurre normalmente, no nos nace espontáneamente.

Me he extendido para dejar planteado que el debate sobre el amor de los esposos, varón y mujer, dentro del matrimonio, vínculo abierto y complementario para engendrar y educar hijos, es realmente una vocación y destino específico, muy exigente y nada sencillo en nuestros días. Por lo cual, no sería conveniente designar con el mismo nombre a vínculos parecidos, que también pueden expresar amor, amistad y ternura, pero de manera muy diferente.

Distinguir no es despreciar. Ayuda a pensar mejor las realidades. A cada “cosa” su nombre.

Columna publicada en Diario «Cambio» del viernes 28 de diciembre de 2012