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Mons. Tróccoli asumió como Obispo de Maldonado y Rocha: «Quiero servir con todas mis fuerzas y con todo mi amor de pastor»

By 09/07/2018julio 10th, 2018No Comments
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Mons. Tróccoli predicando por primera vez a su Iglesia Diocesana / Foto Sebastián Andión para Decos CEU

 “Bienvenidos a mi vida y a mi corazón. Desde hoy cada uno de ustedes son mi hermano, mi hermana, mi padre y mi madre. Mi nueva gran familia que el Señor me regaló, y a la que quiero servir con todas mis fuerzas y con todo mi amor de pastor”, expresó Mons. Milton Tróccoli al tomar posesión el Domingo 8 de julio como Obispo de Maldonado y Rocha.

En una Eucaristía en la que participaron los obispos del país, más de un centenar de sacerdotes y diáconos, autoridades civiles y militares y cientos de feligreses y amigos, Mons. Tróccoli aseguró que llega a su nueva Diócesis “con espíritu de servicio, con deseos de entregarme todo y a todos, con la mirada y la confianza puestos en Jesús, el Señor, que guía a su Iglesia y da su vida por ella”.

Una hora antes de la celebración, mientras se iban acercando los invitados a la Catedral preparada con esmero por la comunidad, en privado, en la Capilla de la Curia, el Obispo en ese momento aún electo de la Diócesis de Maldonado – Punta del Este (que abarca Maldonado y Rocha) ante el Encargado de Negocios Ad Interim de la Santa Sede, Mons. Rodrigo Bilbao, realizó su juramento de fidelidad, propio de un Obispo al asumir la conducción de una Diócesis. Presenciaron este momento el Arzobispo de Montevideo, Cardenal Daniel Sturla y Mons. Rodolfo Wirz, Obispo saliente.

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Mons. Rodolfo Wirz en el atrio de la Catedral recibe al nuevo Pastor/ Sebastián Andión, Decos CEU

A la hora de inicio de la celebración Mons. Tróccoli llegó al atrio de la Catedral donde lo esperaba Mons. Wirz junto a la comunidad diocesana. Tras un apretado abrazo el Obispo atravesó la Catedral acompañado por el aplauso de los presentes.

Luego de un momento de oración en la Capilla del Santísimo Sacramento, donde el Obispo también se revistió, comenzó la celebración de la Eucaristía.

Los ritos iniciales fueron presididos por el Cardenal Sturla quien, en el momento central de la celebración, le entregó el báculo pastoral al nuevo Obispo y lo guió a la Cátedra donde se sentó. Desde ese momento Mons. Tróccoli es el nuevo Obispo de la Diócesis de Maldonado- Punta del Este. Inmediatamente los sacerdotes, diáconos, y algunos religiosos y laicos representativos de la Diócesis pasaron a saludar al nuevo Pastor como signo de bienvenida y disponibilidad.

Al comienzo de la Misa Mons. Wirz dio la bienvenida a los presentes y tras repasar algunas instancias de su historia personal y ministerio sacerdotal señaló: “El Señor ha querido que vivamos en estos tiempos no por casualidad sino por la Providencia”. Aseguró, además, que Mons. Tróccoli es un regalo para las comunidades de Maldonado y Rocha.

La homilía estuvo a cargo del nuevo Obispo Diocesano quien destacó que en esta nueva etapa “no es comenzar de cero, hay mucha historia, mucha entrega, mucha vida y tradición pastoral aquí”. “Es otra etapa, un nuevo paso que Jesús, Buen Pastor, nos invita a dar a todos”.

Mons. Tróccoli abogó porque el Señor les de la gracia de “un nuevo Pentecostés”, que los renueve a todos “en la esperanza, en la fe, en la capacidad de amar y servir”. “El Señor nos llama a todos a renovar el esfuerzo evangelizador, con alegría, con entrega, llenos del Espíritu”, aseveró. «Que Él renueve nuestro ardor evangelizador, que nos tenga inquietos mientras sepamos que hay hermanos a los que no se les ha anunciado el Evangelio», expresó el Obispo.

Agradeció a su antecesor por sus más de 30 años en la Diócesis “como el que sirve, sin perder tu disponibilidad, tu creatividad, y tu entrega pastoral”.

“Estamos llamados a ser fieles a Jesucristo ahora”, a “vivir ahora la radicalidad del Evangelio: las bienaventuranzas y el amor, el desierto y la cruz, la pobreza y la oración, la búsqueda del Padre y el servicio a los hermanos”, subrayó el Pastor. “Entre tanto se nos exige que vivamos con intensidad y amor esta única hora nuestra. Ni nos debe asustar, ni podemos dejarla pasar sin asumirla plenamente con la alegría de la fidelidad”, dijo ante más de mil personas.

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El Arzobispo Metropolitano, Cardenal Daniel Sturla le entrega el báculo a Mons. Milton Tróccoli / Sebastián Andión para Decos CEU

LA ESPERANZA CRISTIANA

Mons. Tróccoli, invitó “a mirar al futuro con esperanza, porque la esperanza ayuda a que el pensamiento sea ágil, intuitivo, flexible, agudo”.

Aclaró que “la esperanza no es una espera pasiva”, sino que supone “levantarse, ir detrás, construir, no desistir. Es juntarse con otros para caminar, servir y hacer algo nuevo”.

En este sentido advirtió que “la esperanza cristiana no se sostiene sobre previsiones meteorológicas alentadoras, ni a nivel eclesial ni a nivel político o económico-social. Tampoco sobre los resultados exitosos de nuestros planes pastorales. O sobre el número de personas que nos siguen. O sobre los sondeos de opinión respecto de la Iglesia”. “Todos estos son motivos secundarios de la esperanza”, afirmó. El Pastor explicó que “el motivo fundamental de la esperanza no está en lo que nosotros podemos sino en lo que Dios puede hacer en nosotros o a través nuestro. Sólo se apoya en la bondad del Padre, para quien nada es imposible (Lc 1,37), en la muerte de Cristo que dio su vida para reconciliarnos (Col 1,20) y en la actividad incesantemente renovadora del Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rom 5,5)”.

Refiriéndose al Evangelio que narra el encuentro del Resucitado con Pedro a orillas del lago, y a la pregunta que Jesús le formula a quien sería la piedra fundamental de la Iglesia “¿Me amas?”, Mons. Tróccoli manifestó que esa es “la pregunta que decide sobre la verdadera dimensión del hombre. En ella debe expresarse el ser humano por entero y debe también en ella superarse a sí mismo”. “La vida tiene valor y sentido solo y exclusivamente en la medida en que es una respuesta a esta misma pregunta: “¿Tú amas? ¿Tú me amas?”. Es una pregunta que Dios nos hace, y que debemos hacérnosla continuamente a nosotros mismos”, acotó. “La respuesta a esta pregunta construye el mundo y la historia de la humanidad. Solo el amor construye, construye con trabajo. Debe luchar para darle forma a un mundo más humano, y por lo tanto más divino. Debe luchar contra las fuerzas del mal, del pecado, del odio, de la división, del egoísmo que encierra y mata la vida”, dijo el flamante Obispo de Maldonado y Rocha.

“La Madre de Dios, Santa María, invocada en esta Catedral bajo la advocación de Ntra. Señora Del Santander, es entre todos los seres humanos, la que ha dado la respuesta más perfecta a esa pregunta: ¿Tú me amas? ¿Me amas cada vez más? Su vida entera ha sido una respuesta perfecta”, subrayó Mons. Tróccoli.

“Qué bueno que nos subamos todos a esta barca, la barca de Pedro, la barca de la Iglesia diocesana, y que rememos en la misma dirección”, expresó al tiempo que admitió que “alguno dirá: son tiempos difíciles, complejos, con posibilidades acotadas”. “Sí, pueden ser tiempos difíciles pero no imposibles. Si Cristo nos consideró dignos de vivir en estos tiempos, él nos dará la fuerza para que no desfallezcamos en el anuncio y en el servicio”, aseveró el nuevo Pastor a su Iglesia Diocesana.

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BIENVENIDA DE UN LAICO

Hacia el final de la celebración un laico, el Prof. Daniel Delgado,en representación de la comunidad diocesana le dio con unas sentidas palabras la bienvenida al nuevo Pastor.

Comenzó recordando un hecho de cuando  era un niño de 7 años: “Me veo junto a mi familia en el empalme de la ruta 39 con el camino de los ceibos. Allí esperábamos junto al pueblo católico de San Carlos, y a .los hermanos y hermanas que habían llegado desde Rocha, la caravana que traía desde Montevideo, al entonces recién nombrado primer Obispo de la flamante Diócesis de Maldonado y Rocha… Mons. Antonio Corso”. Lo presentes acompañaron este recuerdo con un gran aplauso y a partir de allí, Delgado comenzó fugaz una recorrida a través de la historia de la Diócesis, como forma de presentarla al nuevo Obispo.

 “Veinte años más tarde la consagración episcopal de nuestro segundo Obispo, Mons. Rodolfo. Padre bueno y pastor solícito que con su vida austera y por más de 30 años ha acompañado nuestro caminar con entrega generosa, entusiasta y de permanente servicio”, remarcó.

“Hoy todos nosotros, como comunidad, reunidos en torno a la mesa del Altar, queremos brindar nuestra más sincera, cordial y cálida bienvenida a nuestro tercer Obispo Diocesano, Mons. Milton Tróccoli”, dijo.

Dirigiéndose al nuevo Obispo expresó: “Lo hacemos todos los que estamos aquí pero también en nombre de todo el Pueblo de Dios que peregrina por estas tierras de Maldonado y Rocha. Los que están y viven junto al mar y los del campo profundo. Los que están en los pueblos, en los balnearios y en las ciudades. Los que viven en lo alto de la sierra o en el valle profundo. En lo interno de los montes y en los amplios descampados. Todos, todos damos gracias a Dios por el inmenso regalo que nos ha hecho en su persona y lo celebramos con renovada esperanza”.

“Ya nos iremos conociendo, Monseñor, pero te contamos que somos pueblos que lejos de tener una identidad fija y cerrada somos portadores de una identidad abierta, en proceso, que vamos construyendo entre los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo», manifestó.

“Hemos recibido de nuestros mayores una fe sólida que hoy reclama, sin embargo, nuevas formulaciones. Somos conscientes de que la complejidad de nuestro tiempo pide hoy cristianos comprometidos y maduros, protagonistas de una Iglesia en salida, capaz de llevar la alegría del Evangelio a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales”, subrayó Delgado.

Recordó que los laicos están llamados a construir eclesialidad y ciudadanía al mismo tiempo y que quieren responder con fidelidad, y dirigiéndose nuevamente al Obispo agregó: “Ya ves, Monseñor, cuantos desafíos tenemos por delante y cuanto necesitamos de tu pastoreo”.

Hacia el final encomendó a Mons. Tróccoli y su ministerio a Jesús Buen Pastor y a María Santísima, “que ha estado presente en nuestras tierras y en nuestras costas desde el principio mismo de la conquista, allá por los comienzos del siglo XVI”, y de un modo poético la presentó refiriéndose a todas las advocaciones marianas que se veneran en la Diócesis. “Nuestra Señora de la Candelaria, así la seguimos invocando en Punta del Este, Nuestra Señora de los Dolores en Pan de Azúcar, y de los Remedios en Maldonado Nuevo y en Rocha. Allá también es Nuestra Señora de Fátima y aquí de los Treinta y Tres. Es Nuestra Señora de la Paloma en el balneario homónimo y Nuestra Señora del Rosario en la Barra. La invocamos Auxiliadora en Castillos, en su Concepción Inmaculada en Piriápolis y en San Pío de San  Carlos, y en su gloriosa Asunción en el Chuy. Y aquí, en esta, que desde hoy es tu Iglesia Catedral, es la Virgen del Carmen del Santander, mujer de mares bravíos y de recias tempestades. Ha acompañado por más de 120 años el caminar de este pueblo”.

“Nos alegramos profundamente al recibirte, con los brazos abiertos y el corazón dispuesto, en esta tierra que desde hoy queremos y esperamos que sea y realmente la sientas como tu propia tierra. Estás en tu casa, ¡Bienvenido hermano! ¡Bienvenido Monseñor!”, concluyó.

Al culminar la Eucaristía el nuevo Obispo de Maldonado y Rocha impartió la bendición y al salir de la Catedral recibió el afectuoso saludo de cuantos fueron a acompañarlo.

La celebración  finalizó con un ágape preparado por la comunidad que tuvo lugar en las instalaciones del Colegio Virgen del Santander  de las Hermanas Misioneras Franciscanas del Verbo Encarnado.

Fotografías y videos disponibles en este enlace

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Homilía de Mons. Milton Tróccoli
en la celebración de Toma de Posesión de la Diócesis de Maldonado-Punta del Este

Maldonado, 8 de julio de 2018

Hace cerca de 33 años, siendo seminarista, me encontraba corriendo entre esta catedral y la plaza preparando una ordenación episcopal. Era la ordenación de Mons. Rodolfo Wirz, que asumía como nuevo obispo de Maldonado y Rocha.

Lejos estaba, por supuesto, de pensar en lo que ahora está sucediendo!

Al otro día de la celebración, en su primera misa como obispo aquí en la catedral, Mons. Rodolfo comenzaba su homilía diciendo: “hasta hace unos días yo era párroco feliz de dos parroquias. Pero ahora el Señor me ha traído aquí para servir”.

Gracias Mons. Rodolfo porque has estado estos más de 30 años aquí como el que sirve, sin perder tu disponibilidad, tu creatividad, y tu entrega pastoral. Gracias!!!

Hoy comenzamos una nueva etapa en el camino de la diócesis. No es comenzar de cero, hay mucha historia, mucha entrega, mucha vida y tradición pastoral aquí. Es otra etapa, un nuevo paso que Jesús, Buen Pastor, nos invita a dar a todos. Vengo aquí también con espíritu de servicio, con deseos de entregarme todo y a todos, con la mirada y la confianza puestos en Jesús, el Señor, que guía a su Iglesia y da su vida por ella.

Las lecturas de esta misa iluminan el momento que estamos viviendo.

El apóstol S. Pablo, que se sabía elegido y enviado por Dios para anunciar el evangelio de la reconciliación y de la paz, nos decía:  Nosotros somos embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por intermedio nuestro. Por eso, les suplicamos en nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios.

Como afirma el Papa Francisco: “El obispo siempre debe fomentar la comunión misionera en su Iglesia diocesana siguiendo el ideal de las primeras comunidades cristianas, donde los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32). Para eso, a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. Es su misión fomentar una comunión dinámica, abierta y misionera…” (EG 31).

La otra figura que vemos es el apóstol Pedro, que frente a Jesús resucitado responde a la pregunta clave del Señor: me amas? Para recibir el encargo: apacienta a mis ovejas.

No aparece ya el Pedro presumido y pasional que quiere ser más que los otros discípulos. Es el Pedro que conoce su límite, y a la vez se confía enteramente al Maestro: “Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”.

De hecho Pedro emprendió desde entonces, con esa pregunta y esa respuesta, el camino que debía seguir hasta el fin de su vida.

Ante todo debía poner en práctica esta respuesta que acababa de escuchar, también tres veces, de parte de Jesús: “Apacienta mis corderos”, “apacienta mis ovejas”. Sé el pastor de este rebaño del que yo soy la Puerta y el Buen Pastor (cf Jn 10, 7).

Pedro jamás olvidará esa pregunta: “¿Me amas?”. La lleva consigo adondequiera que va.

La pregunta de Jesús por el amor es la pregunta que decide sobre la verdadera dimensión del hombre. En ella debe expresarse el ser humano por entero y debe también en ella superarse a sí mismo. La vida tiene valor y sentido solo y exclusivamente en la medida en que es una respuesta a esta misma pregunta: “¿Tú amas? ¿Tú me amas?”. Es una pregunta que Dios nos hace, y que debemos hacérnosla continuamente a nosotros mismos.

La respuesta a esta pregunta construye el mundo y la historia de la humanidad. Solo el amor construye, construye con trabajo. Debe luchar para darle forma a un mundo más humano, y por lo tanto más divino. Debe luchar contra las fuerzas del mal, del pecado, del odio, de la división, del egoísmo que encierra y mata la vida.

La Madre de Dios, Santa María, invocada en esta catedral bajo la advocación de Ntra. Sra. Del Santander, es entre todos los seres humanos, la que ha dado la respuesta más perfecta a esa pregunta: ¿Tú me amas? ¿Me amas cada vez más? Su vida entera ha sido una respuesta perfecta.

Que todos y cada uno escuchemos en toda su fuerza la pregunta que Cristo hizo un día a Pedro: ¿Tú me amas? Que esa pregunta resuene y encuentre eco profundo en cada uno de nosotros.

El mensaje de Jesús se centra en el amor (Mt 22,34-40). Por eso su fruto es la alegría. Es la alegría del amor del Padre (Jn 16,27), de la confianza en la Providencia (Mt 6,25-34) y de la seguridad de su perdón (Lc 15). Es la alegría de permanecer en el amor de Cristo cumpliendo fielmente sus mandamientos: “les he dicho esto para que mi alegría sea la de ustedes y esta alegría sea perfecta” (Jn 15,9-11). Es la alegría del amor fraterno, del servicio generoso a los hermanos y la donación total por los amigos (Jn 15,12-13).

De hecho, como afirmaba Su Santidad Francisco: “un anuncio renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora. En realidad, su centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado. Él hace a sus fieles siempre nuevos; aunque sean ancianos, «les renovará el vigor, subirán con alas como de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40,31). Cristo es el «Evangelio eterno» (Ap 14,6), y es «el mismo ayer y hoy y para siempre» (Hb 13,8), pero su riqueza y su hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de novedad. … Decía san Juan de la Cruz: «Esta espesura de sabiduría y ciencia de Dios es tan profunda e inmensa, que, aunque más el alma sepa de ella, siempre puede entrar más adentro». O bien, como afirmaba san Ireneo: «[Cristo], en su venida, ha traído consigo toda novedad». Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece. Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre “nueva”.  (EG 11)

Que bueno que nos subamos todos a esta barca, la barca de Pedro, la barca de la Iglesia diocesana, y que rememos en la misma dirección. Alguno dirá: son tiempos difíciles, complejos, con posibilidades acotadas. Sí, pueden ser tiempos difíciles pero no imposibles. Si Cristo nos consideró dignos de vivir en estos tiempos, él nos dará la fuerza para que no desfallezcamos en el anuncio y en el servicio.

Estamos llamados a ser fieles a Jesucristo ahora. Estamos llamados a vivir ahora la radicalidad del Evangelio: las bienaventuranzas y el amor, el desierto y la cruz, la pobreza y la oración, la búsqueda del Padre y el servicio a los hermanos.

 Entre tanto se nos exige que vivamos con intensidad y amor esta única hora nuestra. Ni nos debe asustar, ni podemos dejarla pasar sin asumirla plenamente con la alegría de la fidelidad.

Es una invitación a mirar al futuro con esperanza, porque la esperanza ayuda a que el pensamiento sea ágil, intuitivo, flexible, agudo.

La esperanza no es una espera pasiva. Tener esperanza es levantarse, ir detrás, construir, no desistir. Es juntarse con otros para caminar, servir y hacer algo nuevo.

Sabemos que la conversión es también el mejor camino para la esperanza.

Ser una Iglesia Samaritana, que da esperanza y consuelo al que está solo y herido al borde del camino.

Todos vemos en los jóvenes un motivo de esperanza. Pero ellos sólo se juntan a los grupos que tienen esperanza. Son ellos los primeros en necesitarla. Si no la vivimos, tenemos las puertas cerradas para la llegada de jóvenes a nuestras comunidades.

La esperanza cristiana no se sostiene sobre previsiones meteorológicas alentadoras, ni a nivel eclesial ni a nivel político o económico-social. Tampoco sobre los resultados exitosos de nuestros planes pastorales. O sobre el número de personas que nos siguen. O sobre los sondeos de opinión respecto de la Iglesia. Todos estos son motivos secundarios de la esperanza. El motivo fundamental de la esperanza no está en lo que nosotros podemos sino en lo que Dios puede hacer en nosotros o a través nuestro. Sólo se apoya en la bondad del Padre, para quien nada es imposible (Lc 1,37), en la muerte de Cristo que dio su vida para reconciliarnos (Col 1,20) y en la actividad incesantemente renovadora del Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rom 5,5).

El Señor nos llama a todos a renovar el esfuerzo evangelizador, con alegría, con entrega, llenos del Espíritu.

La Iglesia siempre necesita del soplo renovador y fecundo del Espíritu. Por eso hoy le pido al Señor la gracia de un nuevo Pentecostés. Que nos renueve a todos en la esperanza, en la fe, en la capacidad de amar y servir. Que El renueve nuestro ardor evangelizador, que nos tenga inquietos mientras sepamos que hay hermanos a los que no se les ha anunciado el Evangelio.

Porque una evangelización con espíritu es una evangelización con Espíritu Santo, Él es el alma de la Iglesia evangelizadora.

Le doy gracias a mis hermanos obispos de la Iglesia que peregrina en Uruguay por su compañía y afecto en este día. Gracias a Mons. Rodrigo Bilbao, Encargado de Negocios ad interim de la Nunciatura Apostólica del Uruguay, que representa al Papa Francisco.

Agradezco la presencia del Sr. Intendente Don Enrique Antía, y todas las autoridades civiles y militares. Gracias por su presencia amiga. Esta Iglesia de Maldonado y Rocha, a través de sus obras e iniciativas sociales, quiere tender la mano, y con espíritu de servicio seguir colaborando en la construcción de nuestra sociedad plural, en este país “de cercanías”, donde todos anhelamos una vida digna y próspera. Quiere ayudar a construir, como gusta decir el Papa Francisco, la cultura del encuentro.

Agradezco también de un modo especial a los pastores y representantes de otras denominaciones cristianas, así como a los representantes del judaísmo. Sepan que esta es siempre su casa.

Al llegar aquí muchos me han dicho “bienvenido”, y en verdad me he sentido muy bien recibido y con mucho cariño. Ahora yo también les digo: “Bienvenidos”, a mi vida y a mi corazón. Desde hoy cada uno de ustedes son mi hermano, mi hermana, mi padre y mi madre. Mi nueva gran familia que el Señor me regaló, y a la que quiero servir con todas mis fuerzas y con todo mi amor de pastor.

Que nuestra Madre, la Virgen Santísima, nos regale a todos su alegría y su esperanza, para que sigamos siendo una Iglesia evangelizadora y servicial.