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Mons. Sanguinetti celebra 40 años de su ordenación sacerdotal

By 17/05/2013mayo 24th, 2013No Comments

Con motivo de celebrar el próximo 19 de mayo, Solemnidad de Pentecostés,  sus 40 años de sacerdocio, el Obispo de Canelones, Mons. Alberto Sanguinetti, elaboró una Carta Pastoral  en la que invita a renovar la fe en la Iglesia y, particularmente, en el sacerdocio católico.

El Obispo celebrará  con una Eucaristía, en la Iglesia Catedral Nuestra Señora de Guadalupe.

A las 18:30 hs se rezarán las Vísperas de Pentecostés y a las 19 hs comenzará la Santa Misa. Posteriormente se compartirá un brindis.

En su Carta Pastoral, el Pastor anima a que las “ limitaciones y pecados de los ministros” no nos aparte de la fe en la Iglesia y en el sacerdocio. “Al contrario, debe hacernos profundizar la fe en la humildad y condescendencia de nuestro Señor, que por amor a nosotros acepta emplear instrumentos débiles e indignos , para la salvación de los pecadores”, precisó.

Mons. Sanguinetti propone, en su Carta Pastoral, revalorizar “la dimensión sacerdotal y sacrificial de la vocación cristiana”. “Estamos llamados a ser sacerdotes con Cristo, ofreciendo el sacrificio, la ofrenda, de nosotros mismos: nuestra mente, nuestro corazón, nuestro cuerpo, nuestros bienes, nuestra vida (cf. Rom.12,1). Nuestra libertad es no pertenecernos, sino entregarnos a Dios, como ofrenda de suave olor”, indicó.

Al mismo tiempo invita a “profundizar en la participación de la Misa, como sacrificio, es decir, como ofrenda de Cristo al Padre y como ofrenda de nosotros mismos con Él”.

Refiriéndose a la conversión del presbiterio, Mons. Sanguinetti explica que “esta conversión empieza siempre por la oración y la fe. Tiene como sustento la humildad y la confianza sólo en el Señor. Incluye la obediencia a Cristo y  a su Iglesia, de corazón, de mente y de actos. Cuanto más estemos ligados a la obediencia de Cristo, mejores instrumentos seremos en sus manos, más agradable será nuestra ofrenda”.

El Obispo de Canelones finaliza su Carta Pastoral invitando a “mirar al Siervo de Dios Mons. Jacinto Vera. Él es ejemplo de santidad de vida para todos nosotros: de caridad, de fe, de abnegación, de entrega y amor a Dios, de obediencia y renuncia a sí mismo”.

El Obispo solicita y agradece que todo regalo sea destinado para levantar una estatua del Siervo de Dios Mons. Jacinto Vera, con motivo de los 200 años de su nacimiento. Las donaciones pueden hacerse personalmente o en la cuenta BROU 004374460.

Carta pastoral de Mons. Dr. Alberto Sanguinetti Montero del 3 de mayo de 2013, con motivo de sus 40 años de sacerdocio 

Querido hermanos:

Sea derramada sobre ustedes la abundancia de gracia del Espíritu Santo, que nos envía Cristo resucitado desde el Padre.

La semana próxima cumpliré 40 años de sacerdocio, incluidos los 3 como obispo. Con ese motivo dirijo a ustedes esta carta, en el Año de la Fe, para renovar nuestra fe en el sacerdocio católico.

1. Juntos creemos que Dios, nuestro Padre, envió a su Hijo hecho hombre, para que fuera el Sumo Sacerdote santo, que ofreciera el sacrificio perfecto, que nos da el perdón de los pecados, que nos restituye a la gracia y que nos conduce hasta el Padre (Heb.10,12-14).

Creemos que él, una vez resucitado, entró en el santuario del cielo, y allí intercede siempre por nosotros y sigue ofreciéndose a sí mismo como el Cordero inmaculado (cf.Heb.8,1-2; Rom.8,34). Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y los del mundo entero (1 Jn.2,2).

Allí, en la Jerusalén celestial, Jesús, sacerdote y cordero, con los ángeles y los bienaventurados, ofrece el sacrificio eterno y da el culto perfecto al Padre, en la unidad del Espíritu Santo. Participar de esa alabanza es la vida eterna y la plena felicidad.

2. La fe apostólica nos enseña que Jesucristo asocia consigo a su Iglesia, su Esposa y su Cuerpo, templo del Espíritu, Pueblo de Dios. Así la Liturgia de la Iglesia, particularmente los sacramentos y especialmente la Santa Misa es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo y de la Iglesia. Son los actos de Cristo, y son de la Iglesia, que por Él, con Él y en Él se ofrece al Padre. Y, en ella, son de cada bautizado y confirmado. Por eso, toda celebración litúrgica es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia (SC 7).

3. De aquí brota una vida de reyes, sacerdotes y profetas: todos nuestros actos han de ser un sacrificio en el Espíritu, una ofrenda agradable al Padre, por Jesucristo (cf. Col. 3,17; 1 Ped. 2,4-5).

4. Para unir consigo, la Cabeza, a todo su cuerpo, Jesucristo instituyó el ministerio apostólico de los obispos, al que están asociados los presbíteros: el sacerdocio católico. Él llamó a los que quiso, para estar con él y mandarlos a predicar; a sus apóstoles les entregó el bautismo y el don del Espíritu, con el poder de perdonar los pecados; los envió a predicar el Evangelio a toda la creación y les ordenó celebrar la Eucaristía, ofreciendo el sacrificio de su cuerpo y sangre hasta su retorno. Al mismo tiempo, aseguró estar con ellos cada día hasta el fin del mundo. Por eso, el sacerdocio ministerial, es presencia y acción de Jesucristo, que está en los cielos, y vive, reina y actúa en la tierra, en cada momento por los actos de sus sacerdotes.

De esta forma, todo el pueblo sacerdotal recibe de Cristo por sus ministros el don de la gracia y se une a Él, rey, sacerdote y maestro.

5. A la luz de estas verdades, en este Año de la Fe, invito a renovar la fe en la Iglesia, tal como Cristo la instituyó y como ha permanecido en su Santa Tradición a lo largo de los siglos y como es en el presente. Esta Iglesia que profesamos una, santa, católica y apostólica. Iglesia humana y divina, visible e invisible, temporal y eterna, formada con pecadores y santa.

6. Al mismo tiempo, invito renovar nuestra fe en el sacerdocio católico, y a agradecer el don inmenso de Jesucristo, de realizar su obra de Sumo Sacerdote y Salvador por medio de seres humanos.

Las limitaciones y pecados de los ministros – llamados a una conversión continua – no ha de apartarnos de la fe en la Iglesia, en el sacerdocio. Al contrario, debe hacernos profundizar la fe en la humildad y condescendencia de nuestro Señor, que por amor a nosotros acepta emplear instrumentos débiles e indignos, para la salvación de los pecadores.

7. Hago un llamado a profundizar la dimensión vocacional de toda la vida cristiana. Somos miembros de la Iglesia, cristianos, porque el Señor en su bondad ha querido llamarnos a los que somos indignos. Creemos por llamado y gracia de Dios. Él nos eligió por pura bondad. Busquemos responder a ese llamado.

En esta ocasión propongo revalorizar la dimensión sacerdotal y sacrificial de la vocación cristiana. Estamos llamados a ser sacerdotes con Cristo, ofreciendo el sacrificio, la ofrenda, de nosotros mismos: nuestra mente, nuestro corazón, nuestro cuerpo, nuestros bienes, nuestra vida (cf. Rom.12,1). Nuestra libertad es no pertenecernos, sino entregarnos a Dios, como ofrenda de suave olor.

Al mismo tiempo invito a profundizar en la participación de la Misa, como sacrificio, es decir, como ofrenda de Cristo al Padre y como ofrenda de nosotros mismos con Él.

8. Dentro de la común vocación a la fe, a la santidad, a la misión, al servicio de Dios, en el amor al prójimo, hay vocaciones a estados particulares, que forman parte del ser de la Iglesia: estados de vida en los que somos llamados a ofrecernos a Dios, en obediencia a su voluntad.

a) Es necesario profundizar en la vocación al matrimonio, como llamado y gracia de Dios, que funda la familia como Iglesia doméstica. El matrimonio que viene de Dios en la creación y que Jesucristo ha elevado a un sacramento.

b) La vocación a la vida religiosa, tanto femenina como masculina, es constitutiva del ser de la Iglesia, llamada a pertenecer a Cristo con exclusividad y a anunciar la Jerusalén del cielo.

c) Hoy pido atender en particular la vocación al sacerdocio ministerial. Invito a toda nuestra Iglesia a pedir insistentemente al Señor que llame, que elija de  entre nosotros sus ministros. Invito también a valorar la vida sacerdotal, a crear un medio de  fe, en el que se aprecie y agradezca más el sacerdocio católico, como don de Dios a su pueblo. Exhorto a orar por la santidad de los sacerdotes.

Por cierto, es esto también un llamado a nosotros sacerdotes a la conversión. Ha de comenzar por la conversión personal, porque la causa de los males es que nadie se acusa a sí mismo, enseña un santo.  Ha de darse también la conversión como presbiterio. Esta conversión empieza siempre por la oración y la fe. Tiene como sustento la humildad y la confianza sólo en el Señor. Incluye la obediencia a Cristo y  a su Iglesia, de corazón, de mente y de actos. Cuanto más estemos ligados a la obediencia de Cristo, mejores instrumentos seremos en sus manos, más agradable será nuestra ofrenda.

9. Por último, invito a mirar al Siervo de Dios Mons. Jacinto Vera. Él es ejemplo de santidad de vida para todos nosotros: de caridad, de fe, de abnegación, de entrega y amor a Dios,  de obediencia y renuncia a sí mismo.

Él, que nos fue dado como pastor y sacerdote, es signo de esperanza entre nosotros y  modelo sacerdotal en nuestro presbiterio. Él es el creador del clero nacional, al que quiso virtuoso,  ilustrado y apostólico.

10. Aprovecho  la oportunidad para pedir perdón a Dios y a los hermanos por todas mis deficiencias en el ministerio que me fue encomendado.

Pido a todos que se unan conmigo a la acción de gracias al Señor por el llamado al sacerdocio y por todo lo que ha fructificado su gracia en estos 40 años. Les pido que oren por mí, para que el Señor perdone mis debilidades y pecados y, sobre todo, para que siga empleándome como siervo suyo, según su voluntad.

 

Los bendigo desde las entrañas de misericordia de nuestro Dios

 

X Alberto, obispo de Canelones.

 

1. Invito a los que puedan acompañarme el Domingo 19 de mayo, en la S. Iglesia Catedral Ntra. Señora de Guadalupe.

18.30: Vísperas.  19.00: Misa.

2. Agradezco que todo regalo sea destinado para levantar una estatua del Siervo de Dios Mons. Jacinto Vera, con motivo de los 200 años de su nacimiento. Las donaciones pueden hacerse personalmente o en la cuenta BROU 004374460.