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Mons. Pablo Galimberti repasa y cuestiona las modificaciones de la realidad familiar en Uruguay

By 20/10/2017No Comments

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A partir de una entrevista al sociólogo Gustavo Leal en el Boletín Salesiano, Mons. Pablo Galimberti en su columna semanal del diario “Cambio”, se interna en la temática sobre los cambios más profundos que están modificando la realidad familiar en nuestro país.

El Obispo, afirma en su columna que los cambios más significativos comenzaron hace tres décadas. Algunos de los motivos de estas mutaciones de los modelos de familia son las “uniones libres”, la baja tasa de natalidad, el nuevo rol que ha ido adquiriendo la mujer con su inserción el mercado de trabajo y el peso que se le da a la priorización de los proyectos personales.

“¿Somos fayutos cuando nos animamos a decir: ¿te doy mi amor “para siempre”? Esto significa pelearlo, levantarse muchas veces del barro, soñar, pedir perdón y recomenzar. El cristiano sabe bien de qué hablamos cuando nos dejamos lavar las heridas por el Buen Samaritano que se cruza cada día en nuestro camino. ¿Serán cuentos de hadas la tenacidad estilo Penélope? ¿No es lo que todos soñamos?” plantea Mons. Galimberti.

 

Familia. Situación y alarma

Mons. Pablo Galimberti

La mirada atenta de un observador social nos permite una visión de conjunto sobre los cambios más profundos que están modificando la realidad familiar en nuestro país. Algunos de ellos aparecen también en otras latitudes y países vecinos. Nos internamos en el tema de la mano del sociólogo, Gustavo Leal, en la entrevista publicada en el último número del Boletín Salesiano.

Las primeras señales de la mutación significativa de la “familia” comenzó a percibirse de modo más visible hace unas tres décadas. Años 80 o 90. Empiezan a difundirse otros modelos de familia. Para el entrevistado habría dos fenómenos concurrentes: el impacto de la transición demográfica en Uruguay y a nivel mundial la revolución sexual.

“En pareja”. Datos globales indican que casi el 80% de las parejas no están oficialmente “casadas”. Manejan sin libreta, como dicen algunos. No han formalizado o legalizado su situación. ¿Estamos ante una señal de provisoriedad? ¿Cuáles serían las causas?

Las “uniones libres”, como también se llaman, registran un rápido aumento, como lo constatamos a diario. Llegaba en el 2012 al 75%, mientras que en el año 1985 el porcentaje de estas uniones libres era del 15%. La tendencia está incorporada en las nuevas generaciones.

Por otra parte, los escasos matrimonios que se han formalizado duran un promedio de 8 años y en los últimos tiempos los divorcios se duplicaron. Apenas uno de cada tres hogares responde al modelo “tradicional” de familia, con papá, mamá e hijos.

Resultaría demasiado simplificador reducir estos cambios en el modelo de familia a una sola causa. Pero al menos vale la pena intentar distinguir y analizar los hilos de esa madeja. Porque de algún modo todos somos hijos de nuestro tiempo.

Otro componente a destacar es la baja de la tasa de la natalidad y la postergación de la natalidad en ciertos sectores sociales. Junto con esto juega un papel importante el nuevo rol que ha ido adquiriendo la mujer en la sociedad, con su inserción el mercado de trabajo. Sin duda que esto implica una tensión nada sencilla en la mujer. Por un lado esposa y con deseos de maternidad y por otra su aporte en tantos sectores de la vida social. Aquí es relevante la presencia femenina en la educación, en la salud y en sectores vinculados al bienestar social. Como podemos comprobar en todas las mujeres que colaboran en el plan Caif ejerciendo diversas tareas donde su presencia resulta insustituible.

Otra tendencia que ha tenido mayor peso en las decisiones personales es la mayor autonomía de cada persona y la prioridad que se da a los proyectos personales. No es frecuente, aunque conozco algunas, encontrar mujeres que atienden su hogar, esposo y varios hijos, además de una profesión. Qué lejos quedó la “Guía de la buena esposa” donde el hombre trabajaba y la mujer cuidaba a los hijos y el hogar.

Salta una pregunta: ¿podemos decir que el amor es para siempre? ¿O que al decir “para siempre” usamos una fórmula vacía?

Por último, también ha cambiado la capacidad de “aguante”. ¿Somos fayutos cuando nos animamos a decir: ¿te doy mi amor “para siempre”? Esto significa pelearlo, levantarse muchas veces del barro, soñar, pedir perdón y recomenzar. El cristiano sabe bien de qué hablamos cuando nos dejamos lavar las heridas por el Buen Samaritano que se cruza cada día en nuestro camino. ¿Serán cuentos de hadas la tenacidad estilo Penélope? ¿No es lo que todos soñamos?