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Mons. Pablo Galimberti

Lo urgente y lo importante. Retiro espiritual del clero

By 07/09/2012noviembre 13th, 2012No Comments

DIARIO CAMBIO, 7 de setiembre de 2012 |

Las agendas electrónicas modernas suelen incluir opciones para que el usuario pueda señalar, mediante colores, los grados de urgencia o importancia de los compromisos que se anotan en sus páginas. Esto permite distinguir lo urgente y lo importante, lo que tiene que hacerse ya y lo que puede esperar, lo que ocurre una sola vez y lo que se repite anualmente. Pero no se han inventado ni se podrán inventar agendas capaces de adivinar la escala de valores subjetiva de cada usuario, reflejada en cada cita, encuentro o recordatorio que se registra.

La agenda puede marcar llevar el perro a la veterinaria para que le corten el pelo; pero esto nunca desplazará los compromisos originados en vínculos afectivos, por ejemplo, participar en una misa de acción de gracias de un matrimonio amigo en sus bodas de oro. Es obvio también que la agenda siempre está abierta a los imprevistos, que ni siquiera hay tiempo para anotar, como el de un esposo que corre al sanatorio para acompañar a su esposa que siente prematuramente dolores de parto.

Entre la serie de acciones diarias intentamos no perder de vista lo importante, ese tesoro escondido que como brújula orienta las decisiones y pasos importantes.

Esto viene a cuento de que en esta semana los obispos de Tacuarembó y Salto juntamente con los sacerdotes de las respectivas diócesis, hemos dedicado algunos días al retiro espiritual anual. Estos días, transcurridos en Casa San José, de Salto, han sido una ocasión privilegiada para rezar, pensar y compartir. Este año nos acompañó en las dos propuestas de reflexión diarias, el Padre Rafael Villana, de Talca, Chile.

Una primera línea de las reflexiones, apoyada en textos bíblicos que las enmarcan y sirven de inspiración, ha sido repasar las experiencias significativas en nuestra vida. Estas se mueven en un continuo vaivén de la libertad y el corazón, que transita entre: guardar y olvidar, tomar y dejar, disfrutar y sufrir, tomar con pasión o por inercia, errores y aciertos, fortalezas y debilidades, frustraciones y esperanzas que arden. Es el fluir de la vida a veces tedioso y con torpezas que uno carga en sus mochilas pero al que la mano de Dios y la fe de cada uno le va dando sentido, dirección y profundidad.

Así superamos una la doble tentación. El escepticismo, cuando dejamos de creer y ya no esperamos nada de nadie. O escapar a la historia y refugiarnos en un más allá, huyendo de las responsabilidades presentes.

Las palabras de cada texto bíblico han sido manantial de luz, sabiduría, arrepentimiento y gozo, cuando uno se expone a que caigan como lluvia mansa o espada afilada en el corazón sediento y endurecido.

Una segunda propuesta nos ayudó para internarnos en las tormentas o crisis de nuestra vida, de la iglesia y de la sociedad. Nos sirvieron como referencia los relatos evangélicos de la escena. Nos abrimos a los miedos y temores simbolizados en ese mar donde los elementos naturales, viento y agua parecían partir la barca y la vida de los apóstoles y enloquecidos pescadores. Y allí está Jesús que duerme. Qué misterio. Un Dios que no suprime angustias. Pero cuando desesperados lo despiertan, con una orden calma aquel caos y les reprocha la falta de fe. Me quedé masticando y rezando estas palabras: “El miedo golpeó a la puerta. Abrió la fe. ¡No había nadie!”

Una tercera propuesta giró alrededor del relato de los discípulos de Emaús, caminantes desencantados. Habían apostado todo por su maestro y profeta que los cautivó, pero llegó la noche de la prisión y la escandalosa muerte y todo parecía perdido. A veces la vida aparece como una sucesión de eslabones sueltos, fogonazos y desencantos. Lo que nos devuelve serenidad y perspectiva es descubrir el hilo de oro de la propia vida, que como hilo de Ariadna, nos permite unir el pasado con el presente y el futuro con una mirada y conciencia integradora, saliendo del intrincado laberinto de la existencia. La vida es un proceso de cada día y para el creyente el horizonte de este mundo termina con un salto; no en el vacío sino de la mano del Resucitado.