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«¿Libro de quejas?»: Reflexión de Mons. Pablo Galimberti

By 12/03/2015marzo 20th, 2015No Comments

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Quino, creador de Mafalda, en una de sus viñetas dibuja a una anciana con muchos años en su memoria y en sus espaldas. Mano a mano con un sacerdote le expone, con tono plañidero, la historia de sus cuitas: Vea, Padre, desde siempre he venido a su iglesia a rezar, primero por mi salud, pero mis achaques van cada vez peor; segundo, para que mi marido deje el vino, ahora bebe sólo vodka; luego para que mi hijo terminase abogacía,… es repartidor de fiambres; después para rogar que mi hija me trajera la dicha de un nieto, nada…. Disculpe el atrevimiento: ¿Usted, aquí, no tiene un libro de quejas?

En horas de angustia exploramos muchas salidas. Y el creyente golpea en la puerta del cielo, que es puerta de misericordia siempre abierta para quien llama, desee entrar o volver. Pero el desconcierto surge cuando no escuchamos respuesta. O sucede que estamos sordos o ciegos y la sensación, desde nuestra miopía, es que la puerta sigue cerrada y nadie nos escucha.

Lo que sucede a veces es que la respuesta no llega en el día, la hora y el modo que uno esperaba. Puede ocurrir que conocemos poco a Dios y lo imaginamos como un Ser Todopoderoso que sólo atiende reclamos cuando hemos llegado al límite, tiramos la toalla y pedimos auxilio.

Dios está en lo íntimo de nuestro ser, como lo sugiere el Salmo 139: “sabes todas mis andanzas, sabes todo lo que hago. Aún no tengo la palabra en la lengua, y tú, Señor, ya la conoces.”

Este Dios invita a entrar en relación con él. Martín Buber, filósofo judío, desarrolla esta característica relacional en su libro “Yo Tú”, una especie de visión filosófica y teológica del diálogo. Este rasgo modifica la imagen estática y pobrísima de la viñeta de Quino. Según ella Dios recibe pedidos o reclamos y responde en forma casi anónima y distante.

La clave dialogal llega al culmen de proximidad con la presencia de Jesús de Nazaret. Al “Invisible” se lo puede ver, tocar y oír. Se ve a Jesús el galileo y sus gestos levantan preguntas: ¿quién es este que hasta el mar y los vientos le obedecen? ¿Quién es este para perdonar pecados? Y muchos, al verlo resucitado, creerán que ese Hombre era de condición divina. Felipe, uno de los discípulos cercanos, plantea a Jesús: “muéstranos al Padre”. La respuesta es una de las frases más cargadas de misterio de la Biblia: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes y aún no me conoces; ¡el que me ve a mí, ve a mi Padre!”.

Hay dos maneras de rezar a Dios, según enseña Jesús (Lucas cap. XVIII). La primera, que Dios no escucha, es un monólogo; consiste en hacer ostentación de la imaginaria carpeta de méritos, rumiando palabras como estas: Te agradezco porque no soy ladrón ni adúltero… La segunda, que agrada a Dios, parte de la base que no tenemos méritos y es preferible golpearse el pecho y pedir a Dios que tenga compasión.

Dios siempre escucha nuestros gemidos sinceros y de una manera u otra responde. Esta era la oración de san Antonio en el desierto, que preguntaba a Dios: ¿Pero dónde estabas tú, Señor, cuando te invocaba? Y la respuesta fue: ¡Estaba ahí, Antonio, y contemplaba tu lucha!

Otras veces la oración aparece como un mano a mano dramático. Como la súplica de Abraham pidiendo por Sodoma. Algunos la han llamado “el gran regateo” que plantea Abraham. Dios le dice que si encuentra diez inocentes no destruirá la ciudad. Pero el regateo empezó con cincuenta.

Tal vez tengamos que gritar largo tiempo para que el murmullo de la oración cale en el corazón. Con frecuencia pasaremos todo el tiempo de nuestra oración suplicando a este Dios invisible para que venga y podamos sentirlo, aquí y ahora, pero la mayoría de las veces no conseguiremos que venga a la cita, el día y la hora que le marcamos. Dios imprevisible desborda nuestras agendas.

Pero podemos confiar, sabiendo que el amor genuino sabe de silencios y esperas. Hasta que un día, cuando menos pensemos, nos sorprende, toca una fibra del alma y lo descubramos bien cerca de nuestros latidos. “Yo estaba adentro pero tú estabas afuera” escribe San Agustín. “Tú estabas conmigo pero yo no estaba contigo” y por eso que andábamos desencontrados.

Columna publicada en Diario «Cambio» del 6 de Marzo de 2015