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Cardenal Sturla elogió valentía del Papa y llamó a los uruguayos a no callar su voz ante matanza de cristianos

By 30/04/2015mayo 8th, 2015No Comments

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En una Catedral colmada, se celebró en la mañana del Domingo 26, la Misa en conmemoración del centenario del genocidio armenio presidida por el Cardenal Daniel Sturla, Arzobispo de Montevideo y el Obispo de la Iglesia católica armenia para América Latina, Mons. Vartan Boghossian. Concelebraron el Obispo Auxiliar de Montevideo, Mons. Milton Tróccoli, sacerdotes de la Iglesia católica armenia, el Superior de los salesianos, el secretario de la Nunciatura, entre otros sacerdotes.

Participaron de la Eucaristía la Primera Dama, María Auxiliadora Delgado de Vázquez, su hijo Alvaro Vázquez, el Canciller Rodolfo Nin Novoa, acompañado de su esposa Patricia Damiani, el ex Presidente de la República, Dr. Luis Alberto Lacalle, el Cónsul honorario de Armenia, Ruben Aprahamian y representantes de otras religiones.

En su homilía, el Cardenal destacó la actitud del Papa Francisco de llamar a la masacre de un millón y medio de armenios por su nombre y lo calificó como un  “acto valiente cuando otros, por estrategia, no lo hicieron”. En este sentido, el Arzobispo llamó a estar atentos “porque la verdad no se puede decir a medias” y  subrayó que “hoy Uruguay está invitado también a no callar su voz frente a los dolores que suceden a otros hermanos nuestros”.

Al inicio de su homilía, el Cardenal Sturla explicó que la Eucaristía era en conmemoración de “la masacre de un millón y medio de armenios cometida hace 100 años por el gobierno turco de la época en lo que constituye el primer genocidio del siglo XX”. “Hace 100 años un millón y medio de personas daban la vida a causa de su fe y su nacionalidad. Entre ellos estuvieron los pastores de este pueblo: obispos y sacerdotes que murieron junto a  su gente”, subrayó.

El Cardenal hizo memoria del Obispo armenio católico Ignacio Maloyan. “Este pastor intrépido fue a la muerte con su rebaño, inspirando a todos un coraje heroico y una fuerza de alma inquebrantable. “Cuando les pidieron a él y a los sacerdotes que lo acompañaban de renegar la fe para salvar la vida, todos sus compañeros repitieron: `Moriremos, pero moriremos por Jesucristo´”, evocó el Arzobispo de Montevideo.

Patria y religión, fe y nación están indisolublemente unidos para el pueblo armenio”, señaló el Cardenal al tiempo que recordó que “el pueblo armenio es el primer pueblo de la historia que se convierte masivamente al cristianismo”. “Desde entonces armenidad y cristianismo forman una unidad. Esta unidad, que quizás a nosotros se nos hace difícil comprender, pero que es parte de al realidad de distintos pueblos, donde el cristianismo ha sido forjador de la misma identidad de la nación”, acotó.

El Cardenal Sturla compartió con los asistentes en la Misa que estaba llevando en esta ocasión “un solideo que perteneció al cardenal Agagianian y que el P. Antonio Ketchedjian me regaló proféticamente hace unos años”. “Este cardenal armenio, que cumplió un destacado rol en el concilio Vaticano II  resaltaba también, con toda naturalidad, este elemento claves de la nación armenia: su cristianismo¨, puntualizó el Pastor.

En este sentido, el Cardenal subrayó que “no deja de ser llamativo cuando se silencia este aspecto en las conmemoraciones que se realizan como si fuera un detalle menor”. “El Presidente de Turquía habló con tono amenazante hace pocos días a raíz de la palabra del Papa Francisco que llamó por su nombre al genocidio armenio”, expresó el Arzobispo de Montevideo. “No dejemos nosotros de mencionar quién fue, el que en este año tan particular, realizó este acto valiente cuando otros, por estrategia, no lo hicieron”, dijo con vehemencia.

El Arzobispo llamó a estar atentos “porque la verdad no se puede decir a medias”. “Hoy también se está dando matanzas de cristianos, los acontecimientos en Nigeria, en Pakistán, en Siria, en Iraq, en Libia, la muerte de cristianos por el solo hecho de serlo no nos puede dejar indiferentes hoy, porque podría suceder que estuviéramos siendo cómplices de una tragedia de proporciones”, advirtió el Cardenal Sturla.

Recordó que “nuestro país hace 50 años tuvo la valentía de ser la primer nación que por una ley votada en ambas cámaras y promulgada por el Presidente del Consejo Nacional de Gobierno Dr. Washington Beltrán, declarara la gran matanza de armenios como genocidio y el día 24 de abril como día de conmemoración”. “Es un orgullo para el Uruguay que fue reconocido y agradecido por la nación armenia”, afirmó el Arzobispo de Montevideo.

“Hoy Uruguay está invitado también a no callar su voz frente a los dolores que suceden a otros hermanos nuestros”, afirmó el Cardenal.

 

 

HOMILÍA EN LA MISA POR EL CENTENARIO DEL GENOCIDIO ARMENIO

Domingo IV de Pascua – 26 de abril de 2015

“Yo soy el buen pastor, el buen pastor da la vida por las ovejas”

En este domingo IV de Pascua que la Iglesia llama domingo del Buen Pastor estamos reunidos en esta Iglesia en torno al altar del Señor para celebrar la Eucaristía y recordar la masacre de un millón y medio de armenios cometida hace 100 años por el gobierno turco de la época en lo que constituye el primer genocidio del siglo XX

…. Tres veces en el texto de hoy se refiere Jesús a “dar la vida”…

Hace 100 años un millón y medio de personas daban la vida a causa de su fe y su nacionalidad. Entre ellos estuvieron los pastores de este pueblo: obispos y sacerdotes que murieron junto a  su gente.

Un caso emblemático es el del Obispo armenio católico Ignacio Maloyan. Este pastor intrépido fue a la muerte con su rebaño, inspirando a todos un coraje heroico y una fuerza de alma inquebrantable.

Cuando les pidieron a él y a los sacerdotes que lo acompañaban de renegar la fe para salvar la vida, todos sus compañeros repitieron: “Moriremos, pero moriremos por Jesucristo”.

Anima a los suyos a ser intrépidos y a pensar en la gloria que les espera. Les da una última vez la absolución; toma el pan lo consagra y lo hace distribuir, como viático, por los presbíteros.

Los ejecutan a todos, a lo largo del camino, delante del Pastor, dejándolo al último para hacerle beber la amargura del cáliz hasta la última gota.

Una última vez, el jefe de la banda criminal, Mahmoud Bey, le propone a su víctima renegar su fe. Con un orgullo heroico, Mons. Maloyan le responde: “Les dije varias veces que quiero vivir y morir en la verdadera fe”.

El buen Pastor, después de haber asegurado la verdadera vida a sus ovejas, es abatido por una bala en la cabeza.

Patria y religión, fe y nación están indisolublemente unidos para el pueblo armenio. . En efecto, el pueblo armenio es el primer pueblo de la historia que se convierte masivamente al cristianismo en     cuando San Gregorio Iluminador convierte y bautiza al rey Tirídates III que había sido su pereseguidor, y transforman su nación en la primer nación oficialmente cristiana de la tierra el año 301.

Desde entonces armenidad y cristianismo forman una unidad. Esta unidad, que quizás a nosotros se nos hace difícil comprender, pero que es parte de al realidad de distintos pueblos, donde el cristianismo ha sido forjador de la misma identidad de la nación.

En 1965 uno de los cardenales más nombrados en la santa Iglesia era el Katolicós Patriarca de la Casa de Cilicia de todos los Armenios Católicos, Krikor Bedrós (Gregorio Pedro) XV, cardenal Agagianian. El domingo 25 de Abril de 1965, durante la Santa Misa oficiada en ocasión del Cincuentenario de la Gran Matanza en la Catedral de Milán, frente a más de veinte mil fieles,  dijo en el sermón de la misma:

“De las orillas del Bósforo había partido una orden que tenía como objetivo exterminar a un pueblo constructivo y pacífico, orgulloso y honorable, con tres mil años de historia, inundada con la luz del cristianismo desde hace quince siglos (…) indisolublemente abrazada a la Religión, a la Patria, a la Libertad. 

Así era el pueblo armenio que, con todo esto, o quizás justamente por esto, fue condenado al exterminio (…). 

Estamos obligados, aunque es doloroso para nosotros pero también consolador, a recordar que cuanto más cruel y desenfrenada fue la furia del perseguidor, tanto y más eminente fue la sublime gentileza, la fuerza imperturbable de las víctimas, quienes prefirieron teñirse de sangre, antes de arrastrarse a una existencia en la cual los iba a desgastar el remordimiento del cristiano perjuro, cargando el triste sello del apóstata, del traidor a la Patria. 

Podemos decir (…) que los renacidos en Cristo, frente a la muerte, sobre todo a esa muerte tormentosa que es el martirio, a pesar de la debilidad de la carne, no están dispuestos a vivir como aquellos que no tienen esperanza. 

Oh! No. Debemos dedicarles a nuestras heroicas víctimas las palabras del libro de la Sabiduría, » su esperanza está llena de inmortalidad”.

Me honro hoy en llevar un solideo que perteneció al cardenal Agagianian y que el P. Antonio Ketchedjian me regaló proféticamente hace unos años.

Este cardenal armenio, que cumplió un destacado rol en el concilio Vaticano II  resaltaba también, con toda naturalidad, este elemento claves de la nación armenia: su cristianismo.

Por eso no deja de ser llamativo cuando se silencia este aspecto en las conmemoraciones que se realizan como si fuera un detalle menor. El Presidente de Turquía habló con tono amenazante hace pocos días a raíz de la palabra del Papa Francisco que llamó por su nombre al genocidio armenio. No dejemos nosotros de mencionar quién fue, el que en este año tan particular, realizó este acto valiente cuando otros, por estrategia, no lo hicieron.

Estemos atentos porque la verdad no se puede decir a medias. Hoy también se está dando matanzas de cristianos, los acontecimientos en Nigeria, en Pakistán, en Siria, en Iraq, en Libia, la muerte de cristianos por el solo hecho de serlo no nos puede dejar indiferentes hoy, porque podría suceder que estuviéramos siendo cómplices de una tragedia de proporciones. El Papa Francisco nos lo recordaba en la Misa que celebró el domingo 12 de abril conmemorando el genocidio armenioTambién hoy estamos viviendo una especie de genocidio causado por la indiferencia general y colectiva, por el silencio cómplice de Caín que clama: «¿A mí qué me importa?», «¿Soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9; Homilía en Redipuglia, 13 de septiembre de 2014).

Nuestro país hace 50 años tuvo la valentía de ser la primer nación que por una ley votada en ambas cámaras y promulgada por el Presidente del Consejo Nacional de Gobierno Dr. Washington Beltrán, declarara la gran matanza de armenios como genocidio y el día 24 de abril como día de conmemoración.

Es un orgullo para el Uruguay que fue reconocido y agradecido por la nación armenia.

Hoy Uruguay está invitado también a no callar su voz frente a los dolores que suceden a otros hermanos nuestros.

En una carta con motivo del centenario el Patriarca católico armenio comenzaba diciendo:

Eso “terrible” que sucedió “en la oscuridad”, como canta continuamente y en forma frecuente el poeta sobreviviente, surge trágicamente del pasado sangriento y de los martirios colectivos del Pueblo Armenio, pero surge también con una aureola incomparable de esperanza y de luz, con fe y entrega incondicional incrustadas con letras doradas de total y definitiva victoria.

Expresaba así la paradoja de la vida cristiana… de la derrota surge la victoria. De la cruz surge la resurrección. Hoy Armenia existe como nación independiente. Los armenios de la diáspora presentes en cantidad de países conservan su cultura, sus tradiciones, y Dios quiera su religión.

Para los cristianos el  tiempo de  Pascua nos hace patente esta paradoja de la vida que triunfa sobre la muerte., y es lo que revivimos, actualizamos en cada Eucaristía.

Aquí está el altar, el altar es el lugar del sacrifico que se ofrece a Dios. Aquí sobre el altar la Iglesia actualiza el sacrifico de Cristo y lo ofrece al Padre.

El cristiano une su vida, su dolor, los nombres de sus muertos al altar del Señor. Allí en la patena y en el cáliz se unen el cielo y la tierra. Unamos pues el dolor de hace 100 años, los nombres de tantos muertos al sacrifico redentor, pidamos para que haya justicia y misericordia.

Termino con el final de la carta del Patriarca Armenio que citaba la oración que en ocasión de los 1700 años del Bautismo del Pueblo Armenio, durante su visita a Armenia en 2001, desde el Monumento a los Mártires, elevó hacia el cielo el Papa San Juan Pablo II:

“Oh tu Juez de los vivos y de los muertos, ten misericordia de nosotros.

Escucha, oh Señor, el lamento que asciende desde este lugar,

la llamada de los muertos desde los abismos de la Gran Matanza,

el clamor de la sangre inocente, que suplica como la sangre de Abel,

como el llanto de Raquel que llora a sus hijos ya que han fallecido.

“Escucha, oh Señor, el clamor del Obispo de Roma,

que repercute la súplica de su Predecesor Benedicto XV,

que ascendía en 1915, en protección del más desgraciado Pueblo Armenio

que era guiado hacia la aniquilación.

Mira al pueblo de este país, que desde siempre ha depositado en ti su esperanza,

que ha pasado por un gran sufrimiento y no ha faltado a la fe puesta en ti.

Limpia de sus ojos toda lágrima y concédele que durante el siglo XX

a la agonía vivida le siga la perpetua cosecha de la vida.

Profundamente sacudidos por aquella terrible violencia

cometida sobre el Pueblo Armenio, con espanto nos preguntamos,

cómo el mundo puede aún convertirse en escenario de tanto error inhumano.

Pero renovando nuestra esperanza en tu promesa, oh Señor,

te suplicamos el descanso para los difuntos en tu perpetua paz,

y te pedimos el alivio con el poder de tu amor, de las heridas aún punzantes.

Nuestro espíritu te anhela, oh Señor, más que el sereno al alba,

mientras esperamos el cumplimiento de la redención adquirida con tu Cruz,

a la luz de la Resurrección, que es la aurora de una vida invencible,

a la gloria de Jerusalén, donde la muerte no será más.

Oh tú Juez de los vivos y de los muertos ten piedad de nosotros.”

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