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Dr. Guzmán Carriquiry: Cinco años de papado y muchos desafíos

By 10/02/2017No Comments

 

Carriquiry

 

Artículo de L´Osservatore Romano Argentina publicado en Quincenario «Entre Todos»

INTRODUCCIÓN DE ENTRE TODOS:

L´Osservatore Romano, en su flamante versión argentina, ha publicado este artículo del Dr. Guzmán Carriquiry, nuestro compatriota en el Vaticano desde hace muchos años, y que, de tanto en tanto, visita nuestras páginas, poniéndose en contacto con su iglesia a la que sirvió también durante un buen tiempo, desempeñándose, por ejemplo, como director del servicio de comunicación social de la CEU. Como es sabido, el Dr. Carriquiry se viene desempeñando, por encargo del papa Francisco, como vicepresidente de la Comisión pontificia para América Latina desde el año 2014, el cargo más alto ocupado por un laico en la Santa Sede. Carriquiry se refiere en este artículo a los retos que estos cinco años de papado dejan a la Iglesia.

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Con el pontificado del papa Francisco la Providencia de Dios ha puesto a la Iglesia en América Latina en una situación excepcional, de muy acrecidas exigencias y responsabilidades.

El hecho inédito del primer papa latinoamericano en la historia de la catolicidad –que es también uno de los acontecimientos más importantes de toda la historia de América Latina– ha traído consigo tamañas implicaciones. Dios está solicitando un salto cualitativo en la solicitud apostólica universal de todas las Iglesias locales y Conferencias Episcopales del sub-continente, en comunión afectiva y efectiva con el sucesor de Pedro y Pastor universal.  Por eso, muy próximos al comienzo del quinto aniversario del actual pontificado, es tiempo oportuno para un muy serio examen de conciencia.

-¿Cómo se están dando las respuestas concretas a las cuatro invitaciones fundamentales en las que pueden concentrarse esquemáticamente las enseñanzas del papa Francisco: ante todo, una urgida invitación a un renovado encuentro con Cristo —sin lo cual todo lo demás tiene sabor a ideología—, una conversión pastoral y misionera que sacuda íntimamente a todas las comunidades cristianas —sin contentarse de seguir haciendo lo mismo de lo mismo—, y una invitación a la solidaridad  por amor preferencial a los pobres  —que no se reduzca solo a alguna obra asistencial o a gestos pasajeros—.

Todos quisiéramos ver que de esas respuestas a dichas invitaciones un sorprendente dinamismo espiritual, misericordioso, solidario y misionero pusiera en movimiento y camino a todo el pueblo de Dios, compenetrado este con los pueblos seculares, gracias a su encarnación, a la inculturación de la fe, esperanza y caridad en su vida.Solo esa dinámica de conversiones, confiadas a la gracia del Espíritu Santo, desata energías consistentes y duraderas para afrontar los graves problemas y desafíos sociales que se plantean hoy en la realidad latinoamericana.

El padre Diego Fares S.I., en la Semana Social de 2014 promovida por el episcopado argentino, afirmaba que “la cuestión social” en América Latina tiene que ser repensada “a la luz de la mirada pastoral del papa Francisco”. Por ello, no podemos ignorar  en nuestras circunstancias algunas preguntas inquietantes e interpelantes  si efectivamente queremos ponemos en sintonía de comunión con el magisterio del papa.

¿Qué significa concretamente para América Latina esa cultura del diálogo y del encuentro que propone siempre el papa Francisco, en sociedades fragmentadas, desconfiadas, confundidas y polarizadas, incapaces de converger hacia grandes proyectos nacionales y populares?

¿Cómo rehacer los vínculos  de comunión matrimonial y familiar, los tejidos de cohesión social, los sentimientos profundos de pertenencia y amor a la patria, en medio de sociedades cada vez más desvinculadas y desintegradas?

¿Cómo privilegiar sobre todo la educación a la libertad y responsabilidad de las nuevas generaciones, promoviendo su escolarización universal, el crecimiento de su nivel cultural, hipótesis e ideales grandes para afrontar la vida personal y colectiva, su solidaridad intergeneracional y social?

¿Cómo defender a la juventud, especialmente de los sectores populares, contra el veneno de la drogadicción?

¿Qué implica y exige ese amor preferencial por los pobres, la solidaridad e inclusión, el tan necesario crecimiento económico pero con equidad y justicia, donde subsisten e incluso crecen las más inicuas y escandalosas desigualdades sociales?

¿Qué nos enseña concretamente su crítica radical a la idolatría del dinero, que gobierna en la vida privada y pública, con sus secuelas de especulaciones financieras, parasitismos rentistas y difusión de una mentalidad banal de consumismo?

¿Cómo acompañar una educación a la cultura del trabajo y al valor de la laboriosidad, junto con la lucha por la dignidad del trabajo y por políticas del pleno empleo, consignas fundamentales para la movilización de las organizaciones sindicales junto con los movimientos de excluidos, para la creación de nuevas formas de economía popular y la multiplicación y sostén de pequeñas y medianas empresas?

¿Cómo lograr que las reivindicaciones de “tierra, techo y trabajo” para todos de los movimientos populares encuentren apoyos sociales, políticos, intelectuales y eclesiales, y se incorporen efectivamente en la construcción de las naciones?

¿Cómo hacernos partícipes de una tenaz y profética promoción de la paz y de una ordenada convivencia, contra toda violencia política, inseguridad ciudadana y narcotráfico asesino?

¿Cómo cuidar todas las riquezas ecológicas y humanas que la Providencia de Dios ha querido para nuestra “casa común” —¡común para todos!—, sin explotaciones irracionales y destructivas, como paradigma indispensable de todo necesario crecimiento tecnológico, industrial y agropecuario para bien de nuestras naciones y de toda Latinoamérica?

¿Cómo retomar y relanzar nuestras condiciones favorables y nuestro ideal histórico de una “Patria Grande” latinoamericana, en voluntades, procesos e instancias políticas supranacionales, intercambios culturales y estructuras económicas de integración para estar en condiciones de ser sujetos autónomos —y no meramente dependientes o marginales—  en el concierto internacional?

¿Quiénes piensan y persiguen con tenacidad una red de infraestructuras físicas, energéticas y de comunicaciones para América Latina, sus “tradings” productivos y sus formas de complementación económica, su fortalecimiento de compañías multinacionales latinoamericanas, la concentración regional en centros de alta innovación científica y tecnológica, sus programas de intercambio docente y estudiantil a modo de “erasmus”, sin todo lo cual eso de la “Patria Grande” queda en retórica vacua?

¿Cómo rehabilitar la dignidad de la política como “alta forma de la caridad”, encaminándonos hacia democracias más maduras, de vasta participación popular, más allá de las idolatrías del poder en autocracias de tendencia totalitaria, en soberbias ideológicas y en oligarquías tecnocráticas, e incluso por parte de las corporaciones profesionales de política autorreferencial, más absorbida por la puja del poder que por el bien común, y a menudo caída en los pantanos de la corrupción?

¿Cómo saber situar todos esos problemas en el horizonte civilizatorio que plantea la Laudato si? ¿En dónde se están pensando y proyectando una, dos, muchas terceras vías, más allá de los círculos viciosos y los callejones sin salida del neocapitalismo liberal y del socialismo de monopolio estatal?

¿Nos planteamos a fondo entre nosotros la exigencia de una reconstrucción de la experiencia y la conciencia de ser pueblo, para que sea sujeto de la propia historia, animado por una mística de servicio, fraternidad y solidaridad? Solo así se podrá  ir dando cuerpo y oxígeno a las nuevas estructuras y sujetos políticos que necesita América Latina.

No podemos no intentar dar respuestas “inculturadas”, razonables, realistas y eficaces a estas preguntas. Si no lo hiciéramos, estaríamos en gran medida desaprovechando el tiempo favorable de gracia del actual pontificado.

Se necesita una traducción libre y audaz, como proyecto histórico, como “política” en el más noble y amplio sentido del término, de todo lo que significa y aporta el actual pontificado. Es obvio que no nos estamos refiriendo a la formación de un partido político “cristiano” o a la búsqueda de “hegemonías” católicas, ni a la “utilización” de la figura de Francisco para los propios fines políticos.

Estas preguntas se plantean ante todo a nuestros pueblos, a sus organizaciones, a las usinas de pensamiento, a quienes son o pretenden ser sus liderazgos políticos. Pero dentro de esa realidad, a eso estamos llamados los cristianos, las comunidades cristianas, si pretendemos una renovada presencia y aporte en la vida pública de nuestros países y un servicio original desde el Evangelio a nuestros pueblos y a los pobres.

No es bueno que quede resaltada la contradicción entre el impresionante acontecimiento del primer papa latinoamericano, Pastor universal de altísima credibilidad a niveles nacionales, latinoamericanos e internacionales, y la actual situación de zozobra e incertidumbre, de políticas de estrecho pragmatismo que corren el riesgo de involución en América Latina. Nadie nos ahorra los tremendos desafíos que el actual pontificado plantea a los pueblos, naciones e Iglesias en América Latina.