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Director Nacional de OMP: “No es un buen marketing lo que necesitamos, es la generosidad martirial que nos permite poner en juego todo, no hay un mejor canal de comunicación”

By 31/10/2020No Comments

“La misión no es la respuesta a una necesidad personal o eclesial, como cuando imaginamos que realizamos una misión para traer más gente a la Iglesia, o cuando pensamos que la misión es un acto heroico y extraordinario que solo lo viven algunos exóticos de la fe con dones extraordinarios…la misión es vocación, llamado y respuesta, atracción y envío, en gratuidad y libertad”, asevera el Director Nacional de Obras Misionales Pontificias, Pbro. Leonardo Rodríguez al culminar el Mes de las Misiones.

En una entrevista concedida a NOTICEU, el Pbro. Rodríguez profundiza sobre la finalidad de la misión y las amenazas y dificultades para vivirla, el impacto de la pandemia en la evangelización y posibles claves para transitarla, al tiempo que ofrece su mirada sobre Uruguay como país misionero y tierra de misión.

Cada año, en octubre, que se inicia con la celebración de la fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús, patrona universal de las misiones, la Iglesia es convocada a celebrar de manera extraordinaria, lo más común de su vida: la misión. Este mes se ve marcado especialmente por la celebración del Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND), una jornada convocada por el Santo Padre, con un lema y un tema, que busca despertara y mantener viva la conciencia misionera de cada bautizado mediante la cooperación misionera espiritual y material

“Aquí estoy, envíame” lema 2020 ¿por qué este lema en la jornada de misiones de este año?

Este mes que termina ha estado marcado por el lema “Aquí estoy, envíame”, cuya referencia son las palabras del libro del profeta Isaías, y que quieren señalar la vocación misionera de todos y cada uno de nosotros. Precisamente este es un aspecto de la dimensión misionera que es necesario refrescar. La misión no es la respuesta a una necesidad personal o eclesial, como cuando imaginamos que realizamos una misión para traer más gente a la Iglesia, o cuando pensamos que la misión es un acto heroico y extraordinario que solo lo viven algunos exóticos de la fe con dones extraordinarios. Pues no tiene nada que ver con ese imaginario, la misión es vocación, llamado y respuesta, atracción y envío, en gratuidad y libertad.

Entonces, ¿cuál es el objetivo o la finalidad de la misión?

Siempre la misión tiene por finalidad el anuncio de Jesucristo, un anuncio creativo, generoso, comprometido, testimonial y libre, que no espera nada a cambio.

Seguro hay dificultades para vivir la misión, ¿cuáles serían las más importantes dificultades en el presente?

Hay un caudal enorme de dificultades, sin embargo, hay algunas que son las más complejas, son: el individualismo, el eclesiocentrismo, y la peor, una fe frágil, más fundada en nosotros mismos que en Dios.
El individualismo ha dinamitado la vida comunitaria, la vida familiar, la pertenencia eclesial, y en concreto reduce la misión a gestos y acciones simpáticas que tienen como pretensión la autocomplacencia y satisfacción, entonces la misión es para “atraer”, “conquistar”,“convencer”, “defender”, “hacernos notar, sentir”. Y cuando no hay éxito en este sentido, nos enojamos, nos frustramos, nos entristecemos.
El eclesiocentrismo, coloca a la Iglesia como el centro de la misión, el objetivo de la misma, entonces, imaginamos y pretendemos que la misión sea más una estrategia que un servicio a las personas para que todos alcancen a Cristo. En este sentido aparece el énfasis en lo doctrinal, lo moral, lo institucional, etc., que no tienen porque no estar, pero la Iglesia no es el centro de la misión, toda su vida debe estar marcada por la misión, es decir esta dinámica que la define: llamado y envío. Mucho menos, la Iglesia es la finalidad de la misión, esto nos convertiría en proselitistas y manipuladores.
Por último, la fe frágil. En no pocas ocasiones en los últimos tiempos los cristianos nos mostramos sujetos a cuestiones superfluas, envueltos en escándalos, ocupados más en ritualismos y expresiones pietistas que “embarrados” en la cotidianidad donde la vida transcurre con su contundente realismo. Hay un latido de fe frágil detrás de todo eso, se olfatea una falta de vinculo con el Dios que pretendemos anunciar y una decadencia evangélica, es como que se debilita nuestra apertura a Dios, y su lugar es ocupado por nuestras aparentes genialidades y seguridades propias.

A este panorama, se suma la experiencia de la pandemia, ¿podemos decir que el COVID-19 ha complejizado aún más el escenario?

Yo creo que no se ha complejizado el escenario, sin embargo, la crisis generada a partir de la pandemia y las incertidumbres que surgen y se mantienen en su entorno han dejado en evidencia la realidad del mundo en el que vivimos, los desaciertos de las autoridades y las conductas poco saludables de cada uno de nosotros. Dicho de otra manera, es la verdad en la que vivimos, y que por diversos mecanismos hemos venido intentando disimular, ahora es evidente e innegable. En cuanto a las consecuencias para la misión, no se hace más compleja, se hace radical y exigente en términos de fidelidad a la persona de Jesucristo, es allí donde tenemos las respuestas, las claves de discernimiento. Claro que si nos lo tomamos en serio, no tenemos margen de improvisación, no hay espacio para prisas, y se nos exige una apertura universal a lo diverso, es un verdadero camino de conversión y despojo, que hoy apenas, creo, nos está haciendo atravesar la perplejidad de percibir que irremediablemente muchas de las formas que teníamos de vivir y funcionar hoy no surten efecto.
Para decir algo más con respecto a la pandemia, se hace necesario reconocer que la misión debe priorizar toda expresión de caridad y humanización, en este sentido, la insistencia del Papa Francisco en resistirnos y rechazar la cultura del descarte que “selecciona” a las personas según la edad, la condición social, o la nacionalidad; la construcción de la fraternidad universal, el cuidado de la casa común, son señales claras y concretas que debemos tomar seriamente.

¿Es posible identificar algunas claves misioneras para este tiempo?

La misión es básicamente vivir y comunicar. En este sentido, lo primero es cultivar una autentica espiritualidad cristiana misionera, cuyo fundamento es la vida de Dios Uno y Trino. A esto le sigue una actitud de escucha para acoger la Palabra, encarnarla, redescubrir el camino de la cruz que nos conduce a la vivencia del misterio pascual.
En cuanto a la comunicación, la clave es la categoría del “encuentro”, ir al encuentro de nuestros hermanos, como hermanos, no como jueces, con expresiones de pureza y superioridad, sino como hermanos verdaderos. El encuentro implica gratuidad, libertad, respeto, tolerancia y alegría. El encuentro es riesgo y no suspicacia. No es un buen marketing lo que necesitamos, es la generosidad martirial que nos permite poner en juego todo, no hay un mejor canal de comunicación.
Otras claves actuales nos las ofrece el Papa Francisco, claro que, hoy debemos dejarnos de interpretaciones separatistas en la Iglesia, para acoger gozosos la enseñanza del Santo Padre: reconocernos con todos en la vida compartida en la casa común, construir la fraternidad desde los ámbitos más concretos de la convivencia, vivir la Iglesia como misterio de comunión.

Hablabas de espiritualidad, hoy se nota un deseo de Dios y hay espacios que se van fortaleciendo: la oración del rosario, la adoración eucarística, la consagración a la Virgen, ¿ese es el camino?

Bueno, yo no me atrevería a hacer un juicio sobre la experiencia de oración de otras personas, ¿quién soy yo para algo así? Sin embargo, debo confesar que hay algo que me interpela, es verdad que hay expresiones que florecen, como las que se mencionaron. Pero la pregunta que me surge es si en ocasiones ¿no estaremos frente a la espiritualidad del chancho? Que simplemente come para un día convertirse en chorizo. Es decir que me atrevo a reconocer que lejos de ser una espiritualidad misionera, no es más que una satisfacción espiritual, “me hace sentir bien”. No es malo sentirse bien, pero no soy más cristiano por acumular consagraciones u otras prácticas, si estas no me llevan abrirme al misterio de la vida del otro. Dios siempre hace eso, me conduce hasta el otro. Es una tensión que debemos reconocer, en la que todos podemos encontrarnos.

¿Uruguay es un país misionero?

Todos somos misioneros por el bautismo, si nos referimos a la misión como experiencia de salida. En nuestras comunidades, muchas de ellas hay grandes esfuerzos misioneros que buscan comunicar la alegría de creer, también hay uruguayos que por su vocación específica han dejado nuestra tierra para ir a dar la vida en otras partes del mundo. Los peligros y los riesgos que tenemos son los que antes mencioné, y nos acechan a todos.

¿Uruguay es un país de misión?

El mundo entero es tierra de misión, siempre hay que continuar el anuncio del Evangelio, si bien por cuestiones de organización, es común escuchar hablar de territorios de misión, como forma de distinción, no se busca decir que hay lugares donde si se debe evangelizar y otros que no. Por lo tanto también Uruguay es tierra de misión. Somos una Iglesia nacida de la misión para la misión, tal vez sea bueno destacar que, necesidades tenemos y tendremos siempre, pero que nunca esa sea la excusa para justificar algún temor o alguna mezquindad que nos lleva a cerrarnos en nosotros o quedarnos solo en nuestro ambiente. Doy gracias a Dios por los uruguayos que en todas las épocas se han animado a salir para ir más allá de las fronteras.

Para terminar, ¿algo que te parezca lo más importante en esta etapa de la misión de la Iglesia?

El diálogo y la transformación socio-cultural. El diálogo como actitud y disposición constante. Los curas, los consagrados, los cristianos no lo sabemos todo, no somos los dueños de lo absoluto, solo en el diálogo respetuoso es posible anunciar la Verdad, con paciencia y respeto. El diálogo es multilateral y multifacético, reconoce la diversidad de los interlocutores y valora sus experiencias, produce integración, madurez y crecimiento en todos los involucrados.
Los cambios socio-culturales suceden con velocidad y fuerza, la misión nos saca de la actitud de “cruzados” que condenan todo lo que no entienden y controlan, y a la vez nos capacita para proponer y construir con los otros.
Lejos de hacernos renunciar a nuestra identidad estas son como las dos vías que debieran sostener nuestra reflexión y nuestra planificación.
Hace poco escuché a alguien decir que se enseña por repetición, o mejor dicho se aprende por repetición, creo que es válido para las reglas gramaticales o matemáticas, pero es impensable que la fe y sus verdades sean transmitidas como pura teoría. Creer y seguir a Jesucristo es asumir un estilo de vida diferente, es más que un simple incorporar conocimientos. No hay unos que hacen cultura y otros que pasivamente la asumen, es un proceso donde todos somos protagonistas.