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Cuatro sacerdotes responden sobre los abusos en la Iglesia

By 12/10/2018No Comments

Dolor, indignación y tolerancia cero para los responsables

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Cuatro sacerdotes de Montevideo fueron entrevistados por ICMtv, el canal web de la Iglesia Católica de Montevideo. Todos respondieron a las mismas cuatro preguntas y expresaron, cada uno a su modo, su dolor e indignación por los casos ocurridos.

«No se puede tolerar jamás un abuso a nadie»
Javier Galdona, sacerdote de la Parroquia Santa Elena, Barrio Buceo

¿Cómo le afectó la noticia sobre abusos?
De una manera terrible. Realmente me generó mucha angustia, una pena espantosa. Creo que es algo que, no solo nunca debería haber pasado, sino que era inimaginable para mí que pase y en la forma y cantidad que ocurrió. Me afectó desde el punto de vista afectivo, espiritual, psicológico. Me impactó mucho.

¿Por qué ocurrió esto?
Creo que ocurrió por dos razones fundamentales. Una es por el sentimiento de impunidad. Muchas veces, en este tipo de situaciones donde lo que ocurre es un abuso de poder, se da por parte de alguien que tiene poder sobre el otro y lo va ejerciendo de una manera patológica. Eso se va desarrollando cada vez más y esa patología llega a niveles inconcebibles. Por otro lado, está el tema del encubrimiento. Eso es un vicio institucional, todas las instituciones tienden a ocultar sus fallas. Eso también nos ha ocurrido en la Iglesia, y en este caso de una manera espantosamente dramática. Es una estructura de pecado que hemos tenido y que estamos tratando de erradicar.

¿Qué hay que hacer para que no ocurra nunca más?
La tolerancia cero. Es decir, ante el primer caso que aparezca, ante cualquier situación, inmediatamente hay que denunciarlo, encararlo, asumirlo y tomar las medidas eclesiásticas, civiles y judiciales que corresponden. No se puede tolerar jamás un abuso a nadie, una violación de un derecho humano a nadie, ni tampoco otras formas menos impactantes pero que también son formas de abuso. La única forma es no tolerar absolutamente ninguna.

¿Cómo seguir adelante como Iglesia?
Primero, asumiendo el dolor del sabernos pecadores. Lo sabemos, todos somos pecadores. Asumir que hay niveles de pecado que no imaginábamos que podía haber entre nosotros, y que tampoco uno puede imaginar que pueda ocurrir entre los seres humanos, pero que ocurren. La Iglesia somos seres humanos como los demás. Y desde la fe, confiados en el Espíritu Santo, remontar con vergüenza ante Dios y ante nosotros mismos de no haber estado a la altura de lo que Jesús tiene derecho a esperar de nosotros, lo que nuestra dignidad tiene derecho a esperar de nosotros. Y a su vez confiar en que somos capaces de tener vidas dignas, todos. Y que, por lo tanto, en la medida en que nos cuidemos y nos exijamos mutuamente en este sentido, podremos tener vidas dignas y ser una Iglesia más digna. De todas maneras, creo que la vida de la Iglesia es parte de esa historia, ese camino de salvación donde hay momentos como este, duros y difíciles, que nos hacen asumir nuestra realidad de pecado, pero que también van conduciendo a procesos de sanación de la propia Iglesia, del propio pueblo de Dios, de los propios católicos y cristianos. Para ir asumiendo, justamente, lo que significa cambiar el mundo, cambiar la mentalidad, los comportamientos, hacer presente el Reino de Dios en medio de nosotros. Eso es posible y se está haciendo, pero bueno… estos golpes hacen que uno tenga que redoblar la esperanza, el compromiso y la conversión.

«Me dio mucha tristeza»
Richard Arce, sacerdote de la Parroquia San Alejandro, Barrio Pocitos

¿Cómo le afectó la noticia sobre abusos?
Me dio mucha tristeza y me hizo pensar en algunas situaciones que ya habíamos vivido hace unos años en nuestra diócesis. Tristeza por la situación de abuso, además, tristeza por todo lo que provoca en la comunidad: gente a favor, gente en contra, distintas versiones, sospechas. Nos hace daño a todos. Pero, creo que la primera razón de la tristeza fue la persona que fue abusada, la víctima.

¿Por qué ocurrió esto?
Es una pregunta muy compleja. Creo que hay una cuestión que tiene que ver más con el manejo del poder que usamos en la Iglesia, en la Iglesia y en cualquier grupo humano, que nos da impunidad para muchas cosas que terminan en esto cuando la persona se enferma de poder. No es una cuestión sexual simplemente, sino que es una enfermedad mucho más compleja. Tiene que ver en su raíz con el manejo del poder.

¿Qué hay que hacer para que no ocurra nunca más?
Vivir el Evangelio, ser auténticos, ser capaces de pedir ayuda, reconocer nuestras debilidades. Seguimos a uno que murió en la cruz y que perdió. En la película de Jesús, Jesús no se defiende, no se muestra poderoso. Solamente su poder es el del perdón, el del amor. Pero no el de la imposición o en convencer, ese no es el camino. Creo que tenemos que seguir creciendo en esto, convertirnos a Jesús, al Evangelio y aceptar que no somos los dueños de la Iglesia, ni del mundo, ni de la sociedad. Confiar en que el amor vence.

¿Cómo seguir adelante como Iglesia?
Generando espacios comunitarios que nos permitan hacer experiencia de Evangelio. Experiencia de perdón, de servicio, de fraternidad, de solidaridad mutua. Creo que mucha gente en este mundo no tiene ni idea de que podemos sentarnos a compartir la vida con otro. Ni siquiera un familiar, y vive su vida aislada. Eso nos enferma a todos como sociedad y como Iglesia. Tenemos una herramienta muy poderosa que es el Evangelio vivido en comunidad, y creo que por ahí tenemos que caminar.

«Sentí un dolor y una vergüenza que me golpearon muchísimo»
Francisco Lezama, sacerdote del Santuario Nacional de María Auxiliadora, Barrio Villa Colón

¿Cómo le afectó la noticia sobre abusos?
Cuando empecé a enterarme de la noticia de los abusos me golpeó muchísimo. Me dio un profundo dolor y una gran vergüenza. Como sacerdote, y acompañando pastoralmente, he estado cerca de víctimas de situaciones de abusos, también abuso sexual, recibidos en la familia o en otros lugares y siempre es algo que provoca muchísimo dolor y una especie de vergüenza humana de que estas cosas ocurran. Al enterarme de que estas cuestiones pasan adentro de la Iglesia, y por sacerdotes, lo sentí muy personal. Sentí un dolor y una vergüenza como católico, como sacerdote, que me golpeó muchísimo. Y un segundo momento, que también me dolió profundamente, fue irme enterando de que estas situaciones fueron acompañadas por encubrimiento. En determinados momentos, y en determinados tiempos, se creó todo un sistema por el que se encubrieron estas barbaridades, estos actos lamentables. Eso multiplica el problema, multiplica el dolor de las víctimas y como Iglesia me cuestiono muchísimo que hayan sucedido estas cosas en nuestras comunidades.

¿Por qué ocurrió esto?
Creo que habrá especialistas en psicología y en sociología que podrán aportar elementos más específicos sobre las razones por las que esto llegó a ocurrir. Me parece que faltó prevención en el acompañamiento de los sacerdotes y de las personas que se preparaban para el sacerdocio. Después, como ha remarcado el Papa Francisco, una cultura clerical, elitista, y ciertos ambientes muy rígidos favorecieron este ambiente de silencio y de encubrimiento, que de alguna manera generaron un caldo de cultivo para que estas situaciones de abuso se multiplicaran. Allí hay un punto en el que tenemos que estar muy atentos.

¿Qué hay que hacer para que no ocurra nunca más?
Lo primero es hablarlo, reconocerlo, pedir perdón desde lo más profundo, sacarlo del secreto, sacarlo de esa nube medio oscura donde no se sabe bien y donde no se quiere hablar. Poder hablarlo, dialogarlo, ponerlo sobre la mesa y reconocerlo. Después, para los que trabajamos en la formación de los aspirantes al sacerdocio, hacer una invitación a estar muy atentos en el acompañamiento, y sobre todo en el de la dimensión humana. En los aspectos emocionales, psicológicos, de maduración, donde me parece que no tenemos que descuidarnos… más allá de todo lo que apostemos al crecimiento espiritual y vocacional. No tenemos que dar por descontados esos elementos más humanos, hay que estar allí ayudándonos de los recursos técnicos, psicólogos y de otras especialidades, que nos puedan aportar en el acompañamiento de los futuros sacerdotes.
Como Iglesia debemos generar una cultura, como nos dice el Papa Francisco, de sentirnos pueblo de Dios donde nadie es más que nadie, como decimos en nuestro dicho criollo. En la Iglesia todos somos hermanos, como dice el Evangelio, y todos tenemos que cuidarnos unos a otros más allá de nuestra vocación y del servicio que prestamos en la Iglesia. Tenemos que tener esa capacidad de acompañarnos, de corregirnos, de saber que nadie está libre del pecado, sino que justamente estamos todos en camino de conversión.

¿Cómo seguir adelante como Iglesia?
Sin duda que es muy duro. A veces me da la impresión de que recién estamos empezando a ver las consecuencias de estos hechos terribles que se dieron. En el desprestigio como Iglesia, y en particular nosotros como sacerdotes, en una especie de “linchamiento público” que a veces se da en donde se generaliza. Yo lo percibo y lo sufro como una consecuencia de estos hechos lamentables que sucedieron. Pero, al mismo tiempo, tengo una esperanza. A lo largo de la historia, de los 2000 años de historia de la Iglesia, en los momentos donde los cristianos hemos caído más bajo y que hemos pasado las crisis más profundas y en las que muchos profetizaron el final de la Iglesia, es en esos momentos en que Dios interviene y suscita los santos más grandes, los movimientos espirituales que renuevan la Iglesia y en que los católicos nos sentimos llamados a profundizar nuestra vivencia del Evangelio. Yo tengo esa esperanza, en la gracia de Dios. No por ningún impulso humano, sino la confianza en que Dios en este momento nos va a ayudar a aprender y a poder seguir adelante sacando lo mejor de nosotros, que es el mensaje de Jesús.

«No hay que defender a la Iglesia sino la novedad radical de Jesús»
Pablo Bonavía, sacerdote de la Parroquia San Antonino, Barrio Jacinto Vera

 

¿Cómo le afectó la noticia sobre abusos?
Al principio los abusos aparecían como algo muy llamativo, esporádico, que uno no se imaginaría jamás. Toda la indignación, la rabia y el ponerse en el lugar de las víctimas que fueron afectadas en su núcleo más profundo y por aquellas personas en las que habían depositado su confianza. Pero todo ese dolor estaba identificado como casos particulares. A medida que  -ante el asombro de todos nosotros- surgieron tantas situaciones y empezó a salir a la luz una actitud de encubrimiento, de disimulo, de no atención al grito de las víctimas, ahí ya empezó a afectar mucho más. No solo pensando en las víctimas inocentes de esta situación sino que, al multiplicarse, me pareció que afectaba a algo más estructural de la Iglesia.

En ese sentido, empezar a ver que el abuso sexual por parte de clérigos y de religiosos, y por parte de autoridades de la Iglesia, me parece que ha afectado muy fuertemente a lo que yo llamaría una cultura de autoritarismo dentro de la Iglesia. Hay mucho para trabajar, me siento involucrado, a su vez me siento parte del problema. Porque quizá con buena voluntad a veces los curas nos hemos situado en una posición de abuso de conciencia o de libertad de la gente. A veces nos hemos formado o hecho a la idea de una persona que resuelve por sí, ante sí y sin dar cuentas. Esto de sentirse a seguro de cualquier rendición de cuentas no tiene que necesariamente producir abuso sexual, pero generalmente termina en lo que fue el contexto del abuso sexual. Este es un abuso mucho más extendido y afecta la forma en la que entendemos la autoridad en la Iglesia, que no tiene nada que ver con lo que planteó Jesús.

¿Por qué ocurrió esto?
Hay un acostumbramiento a una escisión en la Iglesia en la cual el conjunto del pueblo de Dios no se siente partícipe de un ámbito que está como reservado al clero. Entonces se genera una suerte de mundo aparte que me parece que es muy insano para el clero y para la comunidad. Esto sucedió por una mala manera -una manera antievangélica- de ejercer la autoridad de muchos de nosotros. Y en general, en la cultura. No se lo atribuyo solo al clero, creo que también hay un clericalismo, como el Papa insiste mucho, por parte de laicos y laicas. Por lo tanto la salida tiene que ser una donde todos estemos partícipes y no volvamos a caer en que eso lo va a resolver el obispo, el Papa o los curas. Estamos ante algo que afecta a todo el pueblo de Dios y, si queremos a la Iglesia, necesitamos decir nuestra palabra.

¿Qué hay que hacer para que no ocurra nunca más?
En lo que uno puede garantizar o buscar para que no ocurra nunca más es en todo este aspecto del encubrimiento. El que haya situaciones aisladas donde se den casos de perversión, eso es muy triste y nos obliga a ponernos en el lugar de las víctimas, pero no sé si es evitable. Lo que sí es evitable es esa cultura autoritaria que abona y después encubre estas situaciones. Me parece muy importante que el conjunto del pueblo de Dios -los laicos y las laicas- formen parte de todos los ámbitos de decisión de la Iglesia. El Consejo Pastoral Arquidiocesano en la diócesis, el Consejo Parroquial en las parroquias, que en el seminario haya referentes del mundo laical. Solo la cercanía y una cultura del ciudado recíproco -también los curas necesitamos cuidado- es la que puede ayudarnos  a salir de una manera sana, sin volver a reproducir el mismo problema original, que es pensar que esto lo tiene que resolver solo una parte de la Iglesia.

¿Cómo seguir adelante como Iglesia?
Primero, volver a Jesús. No hay que defender a la Iglesia sino la novedad radical de Jesús que dijo, entre otras cosas, que «el que quiera ser el primero sea el último», o «el que quiera tener autoridad que la use como servicio y no como dominio». Sobre todo, el hecho de volver a anunciar algo que vive en el seno de la vida de la gente, de la historia, del pueblo -creyente o no- en nuestras decisiones cotidianas. Tener una buena noticia para compartir y que eso se refleje también en la forma de vivir la autoridad en la Iglesia. Que no haya esa especie de dualismo entre el mensaje que damos y la forma como ejercemos la autoridad. A veces a los catequistas les digo que no podemos agarrar a un niño por la solapa y sacudirlo para decirle que Dios es su Padre. Porque si no, estamos negando con nuestras prácticas y vínculos lo que estamos diciendo con nuestro anuncio.

Fuente: http://icm.org.uy/cuatro-sacerdotes-responden-los-abusos-la-iglesia/