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«Amor, enfermedad y fin de la vida»: Columna de Mons. Pablo Galimberti

By 18/04/2013abril 26th, 2013No Comments

Mons. Pablo Galimberti es el Obispo de Salto |

Quizás hayan visto la película Amour, premiada y con dos reconocidos actores, Jean Louis Trintignant y Emmanuelle Riva.

Relata el amor conyugal de dos ancianos, George y Anne, tejido con pequeños gestos y atenciones recíprocas. Es grande el afecto que dejan entrever los dos, rico de ternura y dulzura. Profesores de música, transcurren el tiempo entre conciertos y lecturas.

Pero un golpe les cambia la vida. Ella sufre un accidente cerebral y queda parcialmente paralizada. Y lo más doloroso es que pierde gradualmente la memoria.

George, su esposo, la cuida con gran dedicación, aunque poco a poco el cansancio y la cruda conciencia de que no habrá curación lo conducen a un descontento frente al cual no encuentra remedio. La única salida, sugiere la película, es elegir la muerte, hacer morir a su esposa y morir él mismo.

El hilo del film nos sumerge gradualmente en un mundo de soledades y decaimiento. El piano ha sido su compañía. Ahora está cerrado y silencioso. Tampoco les colma la visita de un antiguo alumno o de la hija Eva, también amante de la música pero que vive en el extranjero. Los protagonistas parecen enfrentar solos la propia muerte. Y Amour nos introduce en ese abismo.

Abundan los gestos de amor y cuidado, pero no se percibe un hilo de fe capaz de alumbrar el túnel de la enfermedad y abrir una puerta después del último suspiro. Y el espectador contempla impávido lo inevitable, el homicidio de Anne y el suicidio de Georges.

Un motivo personal me implicó en esta película. No soy columnista de cine, pero he vivido recientemente muy de cerca la muerte de un matrimonio amigo, un suicidio por envenenamiento en el barrio Salto Nuevo. Los visitaba con frecuencia, conocía sus altibajos y los despedí en el cementerio. Repaso sus vidas y no encuentro respuestas. Al visitarlos en su casa o cuando estuvieron internados, los despedía con una bendición y un beso. Y la pregunta que ellos y la película me plantean es hasta qué punto el dolor puede convertirse en un laberinto sin salida y empujar ciegamente a un desatino.

El director del film, Haneke, dijo que la opción del protagonista puede ser interpretada diversamente, como un amor extremo o como egoísmo. Agregó que la realidad es con frecuencia ambigua y contradictoria y el arte debe tratar de reflejarla. Es cierto que la enfermedad de un ser querido vivida hora tras hora es agobiante. Como ocurre en la película, cuando Anne en un determinado momento le dice a su esposo que no quiere salir nunca más de su casa. En esta atmósfera se plantea la pregunta ¿cómo es posible continuar viviendo, si la calidad de vida parece trágicamente apagarse?

Pero ¿qué es calidad de vida? Cuando mi padre, con más de noventa y cinco años, tuvo que ser internado transitoriamente, una cuñada médica manejaba este término, diciendo que a mi padre le faltaba “calidad de vida”. A lo que uno de mis hermanos le respondió rotundamente: ¡mirá que eso ya me lo dijo la doctora hace cinco años!! Y así mi padre vivió con calidad de vida, propia de un nonagenario, hasta los noventa y nueve años!!

Quino, muestra en una viñeta a dos ancianos sentados frente a frente, encorvados por los años; él extiende su mano y agarrándola le dice: no vayas a ofenderte, Elcira, nosotros ¿qué somos? ¿Amigos, parientes, esposos o qué?

La amenaza del olvido en su doble dirección nos asusta: tanto que nos olvidemos de los nombres de personas cercanas o parientes o que otros se olviden de nosotros.

El padre Guillermo Buzzo me hizo escuchar ayer una canción, el himno de la lucha contra el Alzheimer: “Aquí estoy yo, para luchar siempre a tu lado, contra el miedo y el dolor. Aquí estoy yo. Cuando viajen tus recuerdos en el viento. Cuando sientas que te lleva la corriente, no te asustes, que en la orilla, esperándote, estoy yo”.

Para un creyente esta seguridad íntima de que por siempre viviremos en las manos de un Dios sabio y memorioso, es el fundamento de nuestra fe. Leemos en el profeta Isaías: “Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” 49,15).

Columna publicada en el Diario «Cambio» el 19 de abril de 2013