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Acompañamiento espiritual- vocacional personalizado: Ponencia del Pbro. Carlos Silva en Congreso Vocacional Nacional

By 06/08/2017No Comments

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Congreso de Pastoral Vocacional

Montevideo, 4 y 5 de agosto 2017

Pbro. Dr. Carlos Eduardo Silva Guillama

Concepto. Dios es: el que Llama. Acompaña a la Iglesia y a cada bautizado con amor misericordioso. También la Iglesia tiene la misión de acompañar a todos en su peregrinar terreno. El Encuentro Internacional de Roma 2016, al hacer un diagnóstico de la realidad vocacional mundial, afirmó que una de las principales causas de la disminución de vocaciones de especial consagración es la falta de acompañamiento personalizado. Nos hemos interrogado: ¿Cómo despertar vocaciones? Una forma concreta es ofrecer  acompañamiento espiritual- vocacional. El término “acompañamiento” alude al efecto y a la acción de acompañar, de ser compañero, términos derivados del latín “companio” que hacen referencia a quienes comparten el pan. Es una realidad antropológica, cultural y familiar necesaria en todas las etapas de la vida. Se acompaña a la madre que dará a luz, al niño que empieza a caminar, al joven que toma decisiones importantes, al anciano que está enfermo. Indica que el ser humano es un ser-en-relación, que posee dos vínculos esenciales: el vínculo con Dios y el vínculo con los demás. Ubicamos el acompañamiento en el centro de estos dos ejes vitales; al acompañado le permite elevarse mejor hacia Dios y es, a la vez, un auxilio particular.

Con Cencini lo definimos como: “una ayuda temporal e instrumental que un hermano mayor en la fe y en el discipulado, presta a un hermano menor, compartiendo con él un trecho del camino, para que pueda discernir la acción de Dios en él, tomar decisiones y responder a la misma con libertad y responsabilidad”. Es un servicio eclesial, pastoral y espiritual. Es una ayuda personalizada para que muchos puedan discernir y cuidar su Vocación personal. Por eso hablamos de acompañamiento espiritual- vocacional. Propone el crecimiento de la libertad y la responsabilidad, dos valores con los que cada uno responde al llamado de Dios. Plantea la calidad de la oración, alcanzar libertad de espíritu, una mayor calidad de vínculos, dar un sentido a la vida, un camino discipular coherente. La meta es la santidad.

Fundamentación Trinitaria. Dios es Padre y modelo de toda paternidad. Ser padre o madre es una realidad existencial que marca la vida de tal manera que, a partir de un nacimiento, se es madre o padre para siempre. Hablamos de paternidad y maternidad biológica cuando una nueva vida es concebida; hablamos de maternidad y paternidad psicológica cuando cada uno asume su rol. Hay paternidad o maternidad espiritual cuando la vida de “otro” es asumida como don de Dios y como misión que se confronta con la misma paternidad divina. Así entendida, es una actitud existencial y una opción interiorizada. Es un hecho eclesial, espiritual y vocacional. El padre espiritual es aquel que asume a la Iglesia como Esposa y se compromete en Dios con el hijo espiritual para ayudarlo a ser, a crecer, a responder vocacionalmente.

Dios Padre acompañó pedagógicamente a Abraham (Cf. Gn 12, 1- 9. 22, 1- 29), a Moisés (Cf. Ex 3, 2- 13. 14, 15- 31), a los profetas y especialmente al pueblo de Israel. Los invitó a salir, a dejar tierra y familia, a salir de sí mismo, porque elegir también equivale a renunciar. Como a Jeremías (Cf. 1, 5) conoce, consagra y constituye vocacionalmente a cada uno. Hace de Israel un pueblo libre y, para que sea fiel, lo hace pasar por el desierto, tierra de conversión (Cf. Dt 4, 5- 22. 27, 9- 11 y Lv 19, 2). Dios Padre acompaña con amor al que es llamado y llama haciéndose compañero seguro y tierno. Cuando una Diócesis, Congregación, Asociación o movimiento acompaña vocacionalmente a alguien, está viviendo la experiencia de la paternidad o de la maternidad espiritual y es eclesialmente fecunda. Cuando no acompaña o no acompaña adecuadamente, vive una “soltería irresponsable”. Preferimos hablar de acompañamiento espiritual y no de “dirección espiritual”. Optamos por llamar “padre” («pater pneumatikos») y madre espiritual a quienes acompañan, asumiendo la terminología de los padres del desierto en los primeros siglos del cristianismo.

Desde el Bautismo, el Verbo Encarnado dice “sígueme” y nos hace discípulos misioneros. Su “sígueme”, además, es llamado a una Vocación concreta. Él es el Maestro (Cf. Jn 1, 38. 49 y 3, 2. 3,26). La relación maestro-discípulo en Israel era particular. Los maestros de Israel eran referentes que llegaban a ser más importante que el propio padre. Su autoridad moral no se basaba en los estudios que poseían sino en la vida que llevaban. Para los judíos era más importante saber vivir, que vivir. Podemos decir que guiaban a encontrar la propia misión y a vivir un estilo de vida. El acompañante es un referente, un testigo que sigue y enseña a seguir al Maestro. El acompañamiento espiritual- vocacional es una experiencia cristológica.

Jesús tuvo su pedagogía. Llamó a “estar con Él” (Cf. Mc 8, 13- 15) y formó al grupo apostólico, acompañándolo personal y comunitariamente. El camino de Emaús (Cf. Lucas 24, 13- 35) es el ícono del acompañamiento espiritual vocacional. Incluye la idea de la vida como camino, de la persona humana con sus huidas, dudas, interrogantes, convicciones, crecimiento, atardeceres; visualiza la necesidad de conversar lo que ha pasado (v 18). Revela la presencia amiga y pedagógica de Jesús que es Palabra y que se hace “Pan”. Es una experiencia pascual. Caminar con Él a través de las mediaciones eclesiales y humanas es esencial en un camino discipular.

El acompañamiento es una experiencia pneumatológica. Cada encuentro entre el acompañado y el acompañante es un encuentro donde ambos han de escuchar al Espíritu. Él es el verdadero acompañante. Regala libertad, conversión y santidad. Guía hacia Jesús y Él al Padre.  El Documento preparatorio del Sínodo de 2018 dice: “la tradición espiritual destaca la importancia del acompañamiento personal. Para acompañar a otra persona no basta estudiar la teoría del discernimiento; es necesario tener la experiencia personal en interpretar los movimientos del corazón para reconocer la acción del Espíritu, cuya voz sabe hablar a la singularidad de cada uno. El acompañamiento personal exige refinar continuamente la propia sensibilidad a la voz del Espíritu y conduce a descubrir en las peculiaridades personales un recurso y una riqueza. Se trata de favorecer la relación entre la persona y el Señor, colaborando a eliminar lo que la obstaculiza. He aquí la diferencia entre el acompañamiento al discernimiento y el apoyo psicológico, que también, si está abierto a la trascendencia, se revela a menudo de fundamental importancia. El psicólogo sostiene a una persona en las dificultades y la ayuda a tomar conciencia de sus fragilidades y su potencial; el guía espiritual remite la persona al Señor y prepara el terreno para el encuentro con Él (Cf. Jn 3, 29- 30)[1]”. Subrayamos, como finalidad del acompañamiento, el “remitir” a Dios.

Mediación eclesial. La Iglesia ha de acompañar a cada persona; es la “samaritana” que cuida a los heridos del camino (Cf. Lc 10, 25- 37). Redefinimos al acompañamiento espiritual- vocacional como: “el proceso personal y comunitario mediante el cual la Iglesia crea condiciones para que los cristianos puedan optar con la mayor madurez y libertad posible, por la manera específica del seguimiento de Jesús, según sea la Voluntad de Dios sobre sus vidas”[2]. Todo acompañamiento, de alguna forma, es vocacional. Ha de ayudar a releer la vida desde la fe, ha de colaborar con cada llamado para que sea responsable en su seguimiento y en su discernimiento vocacional.

Existen dos formar de acompañamiento: el “no formal” y el “formal”. El primero es ocasional y espontáneo; el segundo tiene objetivos, es sistemático y es personalizado. El acompañamiento puede estar centrado en el problema y dura tanto como permanece la dificultad o en la persona; optamos por éste.

Recordamos que el Misterio vocacional es un camino que pasa por cuatro etapas: A) la etapa del “despertar”. B) la etapa del discernimiento que comprende la presentación, exploración y elección de una “opción definitiva de vida” al decir de Benedicto XVI[3] es decir, el laicado, el ministerio ordenado o la vida consagrada (Cf. CR 63). C) la etapa del “cultivar” la Vocación que se realiza en casas de formación y D) la etapa del “acompañar”, de formación permanente o de “síntesis” como la llama la Nueva “Ratio” Fundamental. Proponemos un acompañamiento no formal durante la etapa del “despertar” y un acompañamiento formal durante las tres etapas siguientes. La Pastoral Vocacional “debe” ofrecer el acompañamiento espiritual- vocacional “personalizado” en la etapa del discernimiento.

¿Por qué y para qué hacerlo? Por un lado, porque -en una sociedad globalizada y con relaciones virtuales- es necesario un trato “de tú a tú”. Hoy, las personas necesitan ser escuchadas y acompañadas. Por otro, para colaborar en la maduración de la fe, ayudar a unificar a la persona en torno a su Vocación e identidad espiritual, colaborar en la construcción de un proyecto de vida, complementar los itinerarios grupales.

La entrevista. El acompañamiento espiritual- vocacional tiene un espacio que lo concreta: “la entrevista”, es decir, el encuentro entre el acompañado que elige a quien lo acompañará y el acompañante que es elegido libremente por el primero. La entrevista ha de ser de una hora aproximadamente pues luego de este tiempo el acompañado comienza a “repetirse”. Una pregunta a hacernos es: ¿hablamos de lo esencial, de lo importante? La entrevista es mucho más que un encuentro “de café” o hacer promoción vocacional. Es una acción pastoral concreta que ha de ser: I) procesual, pues ha de pasar por pasos concretos antes de llegar a la meta; II) metódica, pues ha de tener cierta frecuencia, estar agendada, marcada con anterioridad; III) personalizada, es decir, ha de contemplar a la persona concreta y su realidad; IV) integral, pues ha de contemplar la totalidad de la persona desde cuatro dimensiones: la espiritual y la “humano- afectiva” -que son prioritarias en este tiempo-, la pastoral y la intelectual. Coincidimos con Claude Tresmontant que la Biblia presenta una visión unitaria de la persona a diferencia de la cultura griega que habla de cuerpo y alma. Los términos hebreos “basar” y “nephesh no son “partes” del ser humano, sino una unidad vista desde distintas perspectivas: acentuando lo exterior o lo interior. Afirmar que necesitamos formar en lo humano- afectivo y espiritual es decir que hemos de ayudar al crecimiento integral de un “único” ser. V) “Casi-sacramental”.

El encuadre. La entrevista debe realizarse en un lugar adecuado, donde los muebles, mesas, sillas, etc., estén a cierta distancia. Recomiendo que haya tres sillas, dos en ángulo recto y una tercera que estará vacía, como dejando lugar al Espíritu. El ángulo recto permite que, si el acompañado llora, no tenga la mirada del acompañante enfrente. Ante el acompañado es recomendable que haya una ventana o un cuadro, para que tenga la libertad de “perder” su mirada mientras reflexiona y habla. No recomiendo que haya un escritorio en el medio pues esto hace que la entrevista sea demasiado formal y carezca de cercanía. Se ha de observar que no haya interferencias u objetos que corten la comunicación, como teléfono o celular. Hay que silenciarlos antes de que llegue el entrevistado. Acompañado y acompañante han estar de acuerdo en el tiempo aproximado de la entrevista y en sus objetivos. Durante la entrevista se ha de estar atento al lenguaje verbal y no verbal, a la forma en que se presenta la persona: vestimenta, posición del cuerpo, temas de los que habla, silencios, gestos, elementos culturales…Se ha de estar atento a elementos psicológicos: dependencias afectivas, bloqueos, incapacidad de verbalizar sentimientos, diferencias ideológicas y teológicas que puedan haber. En definitiva, se ha de comprender que durante la entrevista el otro es “la Iglesia concreta”, que merece todo mi tiempo y toda mi atención.

¿Cómo hacerla? Con profesionalidad y desde el corazón. Se ha de partir de la realidad de cada uno. Quien acompaña debe realizar tres acciones: escuchar, escuchar y escuchar. La tradición de los padres del desierto indica que ellos escuchaban alrededor de cincuenta minutos y hablaban cinco. Lo hacían como “devolución”, subrayando y orientando hacia lo esencial. Quien es entrevistado ha de tener apertura, humildad y especialmente, transparencia.

Pasos de la entrevista. El primer paso es la acogida. Es importante salir a recibir educadamente. Después, lo fundamental, será el ejercicio de escuchar, es decir, de  recoger y recordar lo más fielmente posible cuanto el otro está diciendo, sin olvidar estar atento a las propias reacciones; no se ha de intervenir mientras el otro desea decir algo. No se han de hacer comentarios, valoraciones o reflexiones personales antes de tiempo. Durante la entrevista el acompañante ha de adoptar una postura física que muestre que está atendiendo. El segundo paso es el aporte. Se trata de devolver al entrevistado lo que resulte significativo, de ayudar a escuchar las mociones, a reformular contenidos, sentimientos y el nexo entre ambos. Algunas personas suelen narrar situaciones como si las estuviesen viendo, pero sin involucrarse. Es necesario llevarlas a hablar en primera persona. Se trata de que el acompañado experimente la presencia de Cristo.

Condiciones para ser acompañante. Quien acompaña ha de conocer su historia personal y Vocación, estar reconciliado con su pasado, afectividad, fortalezas y debilidades. Ha de saber que realiza este servicio “en nombre de la Iglesia” y que, por eso, ha de cultivar la humildad, no se ha de proponer a sí mismo, ha de guiarse por criterios de comunión. Ha de poseer capacidad de empatía, madurez humana y fe. Ha de ser fiel a su Vocación. Ha de tener libertad interior y objetividad; ha de tener una fuerte experiencia de Dios y orar por el acompañado. Ha de saber escuchar y tener paciencia. No ha de hacer por el otro lo que éste puede pensar por sí mismo; ha de poseer capacidad pedagógica, formación teológica y “sintonía” con el Espíritu. Ha de confrontarse él mismo con otro acompañante y, en lo posible, con un psicólogo.

Actitudes del acompañante: cercanía, cordialidad, misericordia, respeto, profundidad espiritual; se trata de aceptar a la persona incondicionalmente lo que no significa justificarla. Ha de dejar que cada uno discierna y cultive su Vocación. No podrá influir en la decisión vocacional del otro. No ha de atribuirse éxitos o fracasos vocacionales porque la fidelidad a la misión no se mide por el número de vocaciones, sino por la cantidad de aquellos que descubrieron la Voluntad de Dios. Por eso, hemos de formarnos.

Objetivo de la entrevista. La persona crece en la medida en que profundiza su relación con Dios y asume que ha de convertirse, crecer y/o comprometerse pues estos tres verbos son indicadores de que ha habido un verdadero encuentro con Cristo. La persona crece si desarrolla sus talentos y discierne. Se desarrolla cuando trascendiendo a sí mismo, sale de su egocentrismo y se compromete en la vida con una misión. El principal objetivo es que dialogue con Cristo y “verbalice”, es decir, hable lo que vive.

Primeras entrevistas. ¿Cómo comenzar las entrevistas? El punto de partida es siempre la realidad de cada uno. Como dijo San Gregorio de San Elías: “estaba donde había puesto su corazón”. La realidad más profunda de cada persona está donde está su corazón. Comúnmente las primeras entrevistas son como un “índice” de lo que el entrevistado necesita hablar. Al iniciar cada entrevista es posible preguntar: ¿Cómo andas?, ¿qué has vivido en estas semanas?, ¿hay algún tema especial a tratar? Cuando el acompañado no propone grandes temas -para conocerlo- es posible platear que narre su niñez, adolescencia, juventud y revise sus vínculos familiares. Es sustancial hacer memoria de sus grandes sufrimientos, alegrías y especialmente, del paso de Dios por la vida personal y familiar. Los vínculos paternos, maternos y fraternos son determinantes. Durante el proceso se propondrá el auto- conocimiento y la auto- aceptación desde la fe. Esto incluye la reconciliación procesual con el pasado y con la propia historia personal. Esta etapa puede culminar con una especie de “diagnóstico” humano- afectivo y espiritual.

Proceso de las entrevistas. A medida de que pasa el tiempo el acompañado ingresará a otros temas. Lo lógico es que, en un proceso de tres o cuatro años con entrevistas quincenales, se aborden alrededor de cincuenta temas, que responden a la realidad integral de la persona; algunos son cíclicos. Estos temas pueden ser: 1) La etapa de la niñez, que ayudará a hacer memoria de lo más significativo de esa etapa. 2) La etapa de la adolescencia; es importante que aquí se incluyan algunas áreas: estudio, sexualidad, vida de parroquia. 3) La etapa de la juventud; aquí resulta importante ingresar al tema de la identidad sexual, el noviazgo, el servicio. 4) La realidad  familia y la imagen de madre; no hablamos de la madre concreta sino de la imagen que el acompañado se ha hecho de ella. 5) La imagen de padre; este tema suele ser importante. 6) Los anhelos de amistad, de ser amados y de amar; la maduración afectiva muchas veces depende de esta vivencia. 7) La relación con la mujer en caso del varón o viceversa. 8) Las experiencias de trabajo. 9) Las alegrías y tristezas que más se recuerdan. 10) El paso de Dios en la historia personal; esta es una entrevista “síntesis” y a la vez cíclica.

Un segundo bloque es: 11) La Vocación y los signos vocacionales; las resistencias a ésta y la experiencia de escucha al Señor. 12) ¿Cómo se va respondiendo al llamado? 13) Las responsabilidades asumidas. 14) La forma de ser: los talentos personales y los defectos más significativos. 15) El discipulado misionero. 16) La imagen personal. 17) La idea que se tiene de la Vocación que se siente. 18) La castidad como opción y no “como exigencia” en ciertas Vocaciones. 19) La vivencia de la pobreza y el uso del dinero. 20) Las heridas más importantes. 21) La “herida primordial”. 22) ¿Cómo cicatrizar está herida? Cencini afirma que, sólo desde esta herida asumida e integrada es posible formar eclesial y carismáticamente. 23) Las figuras de autoridad; comúnmente es “un tema-problema”. 24) La obediencia. 25) La experiencia y visión que se tiene de la Iglesia y el sentido de pertenencia a ella. 26) La vida de oración, las mociones; los “pilares espirituales”; esto, más que un tema, es un eje transversal. 27) El mundo de las ofensas, de ser ofendidos o de ofender, el mundo de la enemistad, de los sentimientos negativos: miedo, rabia, culpa, deseos de venganza. 28) La vida sacramental. 29) La actividad pastoral anterior y la actual. 30) El mundo de los límites personales, los vínculos, los conflictos. 31) La experiencia de Dios y de paternidad divina. 32) La experiencia de amistad con Jesucristo. 33) Los encuentros, conversión y el seguimiento de Cristo en comunidades misioneras (Cf. Aparecida 278). 34) La presencia del Espíritu en la vida. 35) Un diagnóstico de fortalezas y debilidades espirituales. 36) El proyecto de vida “en Cristo” y las prioridades del año. 37) El discernimiento y sus reglas; 38) La vivencia de la sexualidad en el amor.

Otros temas que surgen son: 39) Una agenda semanal virtual. 40) El cuidado del cuerpo, del tiempo libre y de la recreación. 41) La afectividad, las emociones, los estados de ánimo. 42) La valoración personal del eventual proceso terapéutico. 43) la sensibilidad ante el pobre concreto. 44) El mundo de la sabiduría que surge de la capacidad y el deseo de re-hacer una relación humana, de crear nuevos vínculos. 45) La agresividad, la búsqueda de poder. 46) La libertad “en” Cristo. 47) La experiencia de soledad. 48) La experiencia de perdonar, pedir perdón y perdonarse a uno mismo. 49) La celebración de la Eucaristía y de la reconciliación. 50) La presencia de la Virgen María en la vida.

Como ven, nos movemos especialmente entre lo humano- afectivo y espiritual. Estos temas no siguen este orden, sino que aparecen a lo largo del proceso. Con esto afirmo que, si el tema de la sexualidad no aparece por ejemplo en dos años, estamos ante un ángel o un demonio y hemos de tenerlo en cuenta. Un mal alumno escuchó un tema y luego dijo: es el tema “27” del P. Carlos, el 28 es…. Esto nunca se hace. De hecho, estos temas debimos haberlos tratado nosotros alguna vez con nuestro acompañante espiritual. Si no lo hicimos, aún no estamos en condiciones de acompañar. La formación también es experiencial.

Peligros. Un acompañante corre ciertos peligros: no procesar interiormente los mecanismos de transferencia y contratransferencia, no captar sus deseos de proyectarse en una Vocación “muy parecida” a la suya, involucrarse en tensiones, problemas personales o afectos del otro, escuchar mostrando apuro o desinterés, no percibir que debe derivar ciertos casos a un especialista, no captar ciertas patologías, somatizaciones, motivaciones o dificultades afectivas. El principal peligro y el mayor pecado del acompañante es la manipulación. Mi alumno chileno Diego Miranda Toledo tiene un excelente trabajo de diplomado en el CEBITEPAL- CELAM sobre la manipulación de la conciencia como anticipo del abuso sexual.

A nivel espiritual muchos han aprendido a “vivir sin Dios” y han de hacer un éxodo de retorno al amor de Dios. El regreso implica asumir incluso la historia de pecado porque, al decir de San Irineo: “lo que no está asumido no es redimido”. La entrevista puede y debe convertirse muchas veces en una experiencia de encuentro con el Señor y de gracia. Puede ayudar el “deber” de copiar un Evangelio buscando la palabra o frase que más llega al corazón y preguntarse: ¿Qué me dice el Señor a través de este texto?

Algunas palabras sobre el acompañamiento en la etapa del “despertar”. La persona está “como” dormida. Se trata de despertarla al Espíritu y a la búsqueda de la Vocación personal. En esta etapa es apresurado hablar de carismas, fundadores o proponer una experiencia de comunidad religiosa. Además de la oración es oportuno sugerir algún retiro y subrayar la importancia de la participación en los sacramentos y en alguna acción pastoral.

Algunas palabras sobre el acompañamiento en la etapa del “discernir”. Aquí aparece la interrogante esencial: ¿Qué me pide el Señor? ¿A qué me llama?  Al comienzo se transita por un camino de alegría: hay una “tendencia vocacional” a confirmar. Después aparece la fase de la duda: “no sé si seré capaz”, “si, pero me gustaría formar una familia”, “esto no es para mí”… Se da aquí una lucha interior necesaria. Esta lucha es, de hecho, un “signo” vocacional. La tercera fase es la “focalización” de la Vocación[4], es decir, visualizar una Vocación concreta aunque permanezcan algunas dudas.

Algunas palabras sobre el acompañamiento en las etapas del “cultivar y acompañar”. La vida espiritual y el Misterio vocacional son un proceso. Santa Teresa decía: “quien no crece, decrece”. Tener un acompañante espiritual vocacional es un signo de humildad y una necesidad permanente. Un tema cíclico en estas etapas es el discernimiento que lleva a distinguir: la verdad del error, el bien del mal, la Voluntad de Dios de lo que no lo es. Existen grandes interrogantes: ¿Qué haría Jesús en mi lugar? ¿Con qué calidad de respuesta vivo la Vocación recibida? Un gran aporte es enseñar a diferenciar las “voces” interiores. San Bernardo afirma que cuatro voces llegan a nosotros: I) la nuestra que tiende al egoísmo, a lo negativo, al pecado; II) la del “mundo” que proviene de la sociedad y sus antivalores; es una voz que viene de “afuera”; III) la del demonio o “mal espíritu” que se opone a Dios y a sus enseñanzas, a lo bueno, a la comunión. El mal espíritu es un falso maestro, conduce al error, a la tentación o al pecado. IV) la del Espíritu Santo. Finalmente, problemas conocidos que impiden a algunos ser fieles comenzaron al dejar de lado el acompañamiento o al abandonar la transparencia.

Conclusiones. En primer lugar el acompañamiento espiritual- vocacional ha de ser personalizado. Tal servicio es esencial en la Pastoral Vocacional. En segundo lugar el acompañante no sólo es un referente, es un “padre” o “madre” espiritual que, dócil al Espíritu, habla “con Dios” cuando ora por sus hijos espirituales, habla “de Dios” cuando ilumina con su palabra y habla “como Dios” cuando engendra una Vocación en Cristo. En tercer lugar, la herramienta pastoral del acompañamiento es la “entrevista”.

Culmino con mis “bienaventuranzas” dedicadas a quienes acompañan:… Felices las comunidades pobres y necesitadas de vocaciones, porque desde su generosidad, harán camino y experiencia del Dios Providente que no descuida su viña.

Felices los pacientes, porque tienen la capacidad y la posibilidad de acompañar vocaciones, de respetar el tiempo de cada uno, de escuchar, de amar y de glorificar al Espíritu Santo que siempre actúa en quienes se abren a la apasionante aventura de buscar, discernir y responder a su llamado.

Felices los que tienen hambre y sed del Reino, porque sabiéndolo con nosotros vivirán el misterio de la vida y de la fe solidariamente.

Felices los laicos, porque con sus manos y corazón construyen un mundo más humano y dignifican y santifican el trabajo.

Felices los religiosos, religiosas, consagrados y consagradas, porque testimonian con sus vidas la fraternidad y el amor universal. Felices las comunidades contemplativas que, en silencio y oración, alaban a Dios e interceden por la Iglesia y el mundo.

Felices los sacerdotes porque, animando las comunidades con la Palabra, los Sacramentos y la vida, hacen visible a Jesús Pastor Bueno que es siempre fiel a su rebaño. Felices los diáconos, porque con su caridad hacen visible a Cristo-Servidor.

Felices los que entregan sus vidas más allá de sus fronteras, porque la semilla plantada siempre dará fruto.

Felices los que sufren, porque, unidos al Redentor, vivirán la alegría de dar vida en nuevas vocaciones y en la experiencia de maternidad y paternidad espiritual recibirán el “ciento por uno”.

Felices ustedes, cuando por actuar en el servicio de animación vocacional vivan la incomprensión, porque a pesar de las dificultades, crean la Iglesia y esperan con Ella el futuro.

Felices todos, porque, habiendo respondido al llamado de ser discípulos  misioneros y habiendo aceptado el desafío de acompañar, disciernen con los ojos de Dios que les dará siempre su gracia. Amén.

[1] Documento preparatorio del Sínodo de 2018, capítulo II, número 16.
[2] III Encuentro Latinoamericano de Vocaciones, CELAM- DEVYM, “La Animación de la Pastoral Vocacional”, Lima 1986, 11.
[3] Verbum Domini 77.
[4] Cf. Operarios Diocesanos, Argentina 2017.