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Mons. Galimberti reflexiona sobre «la revolución silenciosa»

By 22/09/2015septiembre 26th, 2015No Comments

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El Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti, dedica esta semana su habitual columna del Diario “Cambio” a reflexionar sobre la honestidad, un valor que “sigue vigente” pero que, en ocasiones, “se diluye”.

“Vivir en sociedad requiere una paciente y continua tarea de educación y autoeducación. Es ingenuo pensar que porque se hable de honestidad y haya personas que la encarnan, eso indicaría la vigencia de este valor”, afirma el Pastor. Puntualiza, en este sentido, que “los valores éticos o morales hay que masticarlos y practicarlos todos los días”.

Mons. Galimberti recuerda que “sucede con frecuencia que las personas piensan que si una ley fue votada en el parlamento, automáticamente, queda convalidada y es honesta”. Y precisa que “un parlamento podrá votar la despenalización del aborto, pero la conciencia de una mujer o de un profesional de la salud, pueden oponerse a tal práctica por entender y `sentir’ que nadie es `dueño´ de la vida ajena´”. “Pero cuando el primer derecho que es nacer, se maneja con prepotencia y se legaliza, es casi fatal que se infiltre en la mentalidad común, que este valor es relativo. O sea, vale como no vale, lo respeto como lo quebranto”, enfatiza el Obispo de Salto.

La revolución silenciosa

Mons. Pablo Galimberti

La historia del lugar donde vivimos la escribe cada uno, niño, joven o adulto, día tras día, golpe a golpe, paso a paso. Queramos o no vamos dejando huellas, para olvidar o recordar.

La crónica de estos días destacaba la noticia que una mujer había entregó la suma de 609 dólares americanos a una seccional policial para que se restituyeran a quien acreditara ser dueño. Esa suma la había encontrado en un cajero automático de esta ciudad.

Cuando noticias como estas se resaltan, muestran dos caras de la vida y la convivencia. Por un lado, que las personas honestas no son de otro planeta; caminan a nuestro lado, compensan nuestras frecuentes distracciones; son ojos y manos invisibles que nos cuidan. Y esto es buena noticia que inyecta confianza. Y relativiza la sensación de que la vida en sociedad se ha transformado en una jungla.

Por otro lado, cuando este gesto, que debería ser común, se destaca, está mostrando que ya no es frecuente. Y que el valor “honestidad” ya no es habitual.

La honestidad no se vende ni se compra. Es un valor que o bien se cultiva o queda enterrado en la tapa de los libros o en discursos vacíos. Nacemos con predisposiciones o inclinaciones hacia la convivencia. Pero esta inclinación hacia la sociabilidad requiere cultivo, reflexión y corrección.

Vivir en sociedad requiere una paciente y continua tarea de educación y autoeducación. Es ingenuo pensar que porque se hable de honestidad y haya personas que la encarnan, eso indicaría la vigencia de este valor.

Los valores éticos o morales hay que masticarlos y practicarlos todos los días, como ocurrió con la devolución del dinero olvidado en el cajero automático.

Cuando faltan maestros o cuando la escuela “laica” se vuelve demasiado aséptica que titubea en proponer tales valores, la sociedad pierde este canal de alimentación. La tarea docente aunque difícil es indispensable. Y los jóvenes que se desenganchan del sistema educativo pierden oportunidades para debatir sobre esos valores que sustentan la convivencia.

Hoy las familias no muestran la cohesión de otros tiempos. Por eso han crecido las conductas violentas y el planteo ahora se ha trasladado a cómo se contiene a los jóvenes violentos. No es ya cómo reeducarlos sino contenerlos. El primer tiempo del partido, para muchos, ya pasó para muchos con varios goles en contra.

Sucede con frecuencia que las personas piensan que si una ley fue votada en el parlamento, automáticamente, queda convalidada y es honesta. Hitler cometió terribles atrocidades y contaba con el apoyo de leyes aprobadas.

Un parlamento podrá votar la despenalización del aborto, pero la conciencia de una mujer o de un profesional de la salud, pueden oponerse a tal práctica por entender y “sentir” que nadie es “dueño” de la vida ajena.

Pero cuando el primer derecho que es nacer, se maneja con prepotencia y se legaliza, es casi fatal que se infiltre en la mentalidad común, que este valor es relativo. O sea, vale como no vale, lo respeto como lo quebranto. Practicarlo un día antes libera de la pena. Pero un día después conlleva una condena. Esa relativización de la vida sin duda pesa negativamente.

Hay veces que el valor de la honestidad se diluye. Supongamos que la mujer que encontró la suma de dinero en el cajero automático se fue a su casa, lo consultó con el marido, recordó las urgencias de sus hijos y se puso a pensar. Y le pasó por la cabeza el asunto de los balances de Ancap donde se habla de millones de dólares manejados a discreción. Y en pequeña escala le resuenan en los oídos las polémicas sobre el uso discrecional de los dineros de las arcas municipales. Ambos casos, aclaro, aún están por comprobarse. Pero a la hora de tomar decisiones, estos rumores flotan en la cabeza y en la conciencia.

Destaco el gesto de esta mujer anónima. La honestidad sigue vigente. Y la revolución silenciosa empieza en la conciencia de cada persona.

Columna publicada en el Diario «Cambio» del 18 de setiembre de 2015