Columna del Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti |
Al acostarnos soñamos con paz y a la mañana leemos noticias manchadas con violencia. Otros días terminamos con algún enojo que se nos atravesó, pero a la mañana emprendemos la jornada con deseos de abrirle caminos a esos sueños que intuimos son un bien para todos.
Los augurios y sueños de paz afloran espontáneamente en todos, especialmente en estos días.Qué lindoque la paz expresada con palabras y plasmada en un pesebre, arbolito, en canciones o mensajes, encienda deseos de dejarla circular, como río invisible,en el corazón, la familia y el entorno.
La idea cristiana de la paz no hay que imaginarla al estilo del budismo, que la hace consistir en la ausencia de toda sensación y por lo tanto también del dolor. Ese “nirvana”, palabra que proviene del sánscrito y significa “extinción”, es un estado interior de quietud que tiende a la anulación de cualquier tipo de estímulos.
En la Biblia, el profeta Isaías (capítulo II, 4) anuncia un futuro de paz en el que los habitantes de las naciones de la tierra “de las espadas forjarán arados”. Elocuente imagen de la paz como transformación de los instintos de muerte en instrumentos de trabajo, cultivo y cultura. Y esto es tarea y responsabilidad de cada uno.
Hay negociaciones de paz que son engañosas, al estilo de la que se plasmó en la expresión latina: “si vis pacem para bellum” (si quieres la paz, prepara la guerra).
Hay veces en que la paz se vuelve un concepto vacío.Cuando se la quiere imponer en base al miedo y la prohibición de pensar distinto. Es una paz sin verdad, o es la paz del que se siente dueño de la verdad. En clima de miedo y de prevalencia de un “pensamiento único” que silencia a quienes piensan distinto, es difícil que florezca la verdadera libertad de acción. A lo más se oye decir que hay sinceridad. Pero esto no basta, porque la sinceridad muchas veces esvulgarexteriorización de empujones pasionales que no cuentan con la luz verde de la razón.
Los próximos días navideños, en clima de vacaciones, donde los hijos están más tiempo en familia, son una buena ocasión para que los padres puedan encontrar más ocasiones para educar a los hijos al diálogo, al encuentro, a la sociabilidad, a la legalidad, a la solidaridad y a la paz. Padre y madre, cada uno a su manera, ejerciendo su rol con delicadeza y respeto, pero también con firmeza y vigor, pueden encontrar más ocasiones para vivir la paz en las pequeñas acciones de la vida familiar.
A veces habrá que abrir espacios con oportunas preguntas, para debatir en la mesa, ante una película o en la elección del paseo del fin de semana. Otras veces consistirá en aprender a hablar y escucharse mutuamente, limitando los tiempos solos ante la computadora o el televisor, o haciendo equipos para tareas comunes. O animándolos a contar alguna anécdota que han vivido en la escuela. Observando cuando están tristes o la mirada se vuelve esquiva.
Educar para la paz es también ayudarlos a vivir en la verdad, que como dice Jesús, es la que hace libres de miedos o de pensar diferente y abre el camino para amar y asumir responsabilidades.
¿Qué dice la mamá o el papá cuando aparece roto el florero de la abuela y nadie se responsabiliza? Decir la verdad cuesta pero es saludable; aunque no solucione el florero, de seguro que ejercita en ser veraces y responsables. Decir la verdad no es especular con las consecuencias: ¿me dejarán o no jugar mañana al fútbol?
La paz y la verdad se dan la mano. Sin ellas la convivencia se convierte en un continuo esconderse o acomodarse, pero no en un sano expresar lo que pienso y lo que el otro expresa.
Cuando los integrantes de la familia son varios, surge la oportunidad de dar la palabra y el espacio al más chico. Cuando habla o cuando elige sus juegos preferidos. Mañana esos chicos, sentados en una mesa de diálogo en una agrupación, equipo de fútbol o en una banca parlamentaria, llevarán esa experiencia de reconocer el derecho de las minorías con sus costumbres, lengua y religiones. Donde no cuenta el poder de la fuerza.
Que la Paz de la Nochebuena toque el corazón de grandes y chicos de cada familia.
Columna publicada en Diario «Cambio» del 19 de Diciembre de 2015