En esta semana un centenar de estudiantes, procedentes de universidades católicas dirigidas por los Padres Jesuitas, están de misión en varias zonas de la ciudad de Salto y cercanías.
Es el último año que recibimos esta visita tan esperada por las comunidades, porque reaviva la fe de la gente como también la de los propios estudiantes y jóvenes profesionales que vienen acompañados por sacerdotes jesuitas de Argentina y Uruguay.
En seis grupos se han instalado en Capilla San Cayetano, Capilla San Eduardo (Parroquia del Cerro), Parroquia San José Obrero de Villa Constitución, Capilla Santa Teresita en Salto Nuevo, Capilla Luján en Barrio Ceibal y el grupo más lejano en Queguay (Paysandú).
El miércoles llegué a la capilla de Villa Constitución con el Padre José García; encontramos a los misioneros desplegados en varias tareas, según las edades de los participantes. Unos animaban un grupo de gente joven, otros dialogaban con adultos y un tercer grupo, más bullicioso, proponía juegos a la gente menuda, traduciendo con gestos y competencias la parábola evangélica del sembrador que siembra generosamente buenas semillas en los surcos de nuestra vida con la ilusión de verlas crecer.
Por la mañana salen a visitar familias y las tardes proponen actividades que giran en torno a experiencias humanas fuertes: el lunes cuando llegué a la Capilla San Cayetano de Salto encontré a los universitarios preparando a los más chiquitos para representar al ciego Bartimeo, personaje evangélico que tipifica las “cegueras” que nos paralizan y encadenan. Una niña con ojos vendados expresó el grito angustioso: ¡Señor sácame de este pozo de oscuridad! También los grandes se sumaron en la misa a ese clamor que tomó forma de una oración.
En la capilla San Eduardo, el pasado martes, habían trabajado la imagen inspiradora de seguridad y protección, apropiada para tiempos de incertidumbre, que ofrece la parábola del buen pastor. La pregunta clave que les hice fue si el hombre de la parábola era bueno o descuidado, porque dejar 99 ovejas en un redil, no exentas de la amenaza de lobos, para ir a buscar a una que se había perdido, no parecía prudente, a primera vista. En los negocios siempre hay que perder para ganar!
Propuse una votación que mostró algunos rostros perplejos. Pero se aclaró cuando les puse el ejemplo del Padre José, que me acompañaba: fíjense, eran 11 hermanos; cuando eran chicos y se perdía uno ¿a la mamá o al papá le importaba mucho si se perdía uno? Igual les quedaban otros 10! Todos comprendieron que el amor jamás hace este tipo de cálculos, y que cada uno es amado de un modo especial; cada uno es irrepetible y único en el corazón de un padre, de una madre y de Dios, el mejor Padre del mundo.
En Villa Constitución el diálogo continuó en la misa. Fue un momento para descubrir y agradecer las buenas semillas recibidas; rico caudal en nuestras alforjas para devolver y traducir en gestos o palabras. Recibir y dar es la novedad del cristiano, que pone en movimiento la vida, como lo expresan estos jóvenes.
Descubrimos el secreto del sembrador, que espera con paciencia el gozo de la cosecha. Esperas silenciosas, donde parece que no pasa nada, especialmente para los jóvenes. Los vínculos afectivos necesitan tiempo para verificar su profundidad, porque las flechas de Cupido, causante de enamoramientos y crisis, deslumbran pero son estrellas fugaces.
Volviendo al título “p´a qué sirve la vida si no p´a darla”, tiene su historia. Por primera vez la vi pintada en la parte trasera de la camioneta de un viejo conocido que me visitó en Salto hace un año y murió hace seis meses. Me sorprendió encontrarla donde se reúnen los misioneros de V. Constitución. Uno de los misioneros, José Pedro, se la escribió a un compañero francés, porque según su padre, era de un poeta francés. Imaginen la cara del francés adivinando el origen. Un sms de la mamá de José Pedro lo aclaró. Paul Claudel, en La Anunciación a María, la pone en boca de Violaine, la mujer leprosa por dar un beso de compasión a un leproso. Ella se contagia, el leproso sana!
La mejor clave para entender a los misioneros.
Columna publicada en el Diario «Cambio» del 22 de febrero de 2013.-