Desde que Adán y Eva desaparecieron de la vista de Dios, El “no se ha resignado a no comunicarse, no obstante nuestras sorderas, nuestras indiferencias, nuestras negativas” afirmó el Obispo Emérito de Canelones, Mons. Orlando Romero, en su mensaje de Navidad.
Seguidamente, tras citar al Papa Benedicto XVI, Romero señaló la necesidad de la familiaridad con Jesús, “contemplando y gustando” para poder hablar de Él, y hacerlo “más creíble y palpable en el corazón del mundo”. «Hablar de Dios significa, ante todo tener claro, lo que debemos llevar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo: el Dios de Jesucristo, rostro de su misericordia, que responde a las necesidades más profundas del corazón humano, ya que todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con El y el amor fraterno», destaca el Obispo emérito de Canelones. «El acontecimiento de la Navidad de Jesús que celebramos, despierta, una vez más, el asombro ante la solidaridad tan íntima con nosotros, esclareciendo el sentido de nuestra vida», puntualiza.
Jesús «es el fiel reflejo del buen samaritano que ve al hombre herido, destrozado, y no pasa de largo; se conmueve, se acerca y sana sus heridas; lo abraza y se encarga de cuidarlo; lo dignifica y lo integra a la comunión con Dios y con los hermanos», afirma Mons. Romero.
MENSAJE NAVIDEÑO
El Libro del Génesis nos relata que desde el comienzo de la creación del hombre, “en el atardecer de cada jornada, Dios se paseaba a la hora en que sopla la brisa, y conversaba familiarmente con la primera pareja humana. Un día no los encontró y con la ansiedad de Padre misericordioso, los llamó: ¿dónde están? Respondieron que se habían ocultado entre los árboles del jardín porque tuvieron miedo al verse desnudos” (cfr. Gn 3,8-10).
Desde entonces Dios siempre buscó hablar y comunicarse con nosotros, en muchas ocasiones y de diversas maneras, hasta que finalmente nos habló por medio de propio Hijo Jesús (cfr.Hebr.1,1)
Dios no se ha resignado a no comunicarse, no obstante nuestras sorderas, nuestras indiferencias, nuestras negativas. Nos ha querido como privilegiados interlocutores de su amor. El Papa Benedicto XVI decía: “Dios se preocupa por nosotros, nos ama, ha entrado personalmente en la realidad de nuestra historia, se ha auto comunicado hasta encarnarse. Por lo tanto, Dios es una realidad de nuestras vidas tan grande que aún así tiene tiempo para nosotros, nos cuida. En Jesús de Nazaret encontramos el rostro de Dios, que ha bajado para sumergirse en el mundo de los hombres, en nuestro mundo y enseñar el arte de vivir, el camino de la felicidad, para librarnos del pecado y hacernos hijos de Dios.
Benedicto XVI nos hace una pregunta: ¿Cómo hablar de Dios hoy? Lo primero es que podemos hablar de Dios, porque primero nos habló Él. Por eso, la primera condición para hablar de Dios es escuchar lo que dijo Dios mismo en Jesucristo: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo mi predilección: escúchenlo” (Mt. 17,55).
Por lo tanto, “hablar de Dios requiere una familiaridad con Jesús y con su Evangelio, supone nuestro conocimiento personal y real de Dios y una fuerte pasión por su proyecto de salvación, sin ceder a la tentación del éxito, sino inspirados en el estilo humilde y paulatino de Jesús mismo, que se encarnó haciéndose servidor y semejante en todo a los hombres, menos en el pecado.
Hablar de Dios significa, ante todo tener claro, lo que debemos llevar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo: el Dios de Jesucristo, rostro de su misericordia, que responde a las necesidades más profundas del corazón humano, ya que todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con El y el amor fraterno.
El acontecimiento de la Navidad de Jesús que celebramos, despierta, una vez más, el asombro ante la solidaridad tan íntima con nosotros, esclareciendo el sentido de nuestra vida: “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (GS 22)
Es el fiel reflejo del buen samaritano que ve al hombre herido, destrozado, y no pasa de largo; se conmueve, se acerca y sana sus heridas; lo abraza y se encarga de cuidarlo; lo dignifica y lo integra a la comunión con Dios y con los hermanos.
Navidad viene con una fuerza transformadora, el Señor siempre está en camino para consolar, cambiar, curar. Si cada uno de nosotros contemplando y gustando a Jesús hecho hombre pone su granito de arena, su venida será más creíble y palpable en el corazón del mundo.
¡Feliz Navidad!
Ante un Nuevo Año, llegue a todos, la gracia y la paz del Señor Jesucristo
+Orlando Romero
Obispo Emérito
Canelones, diciembre 2016