“¡Qué lindo volver a nacer cada día y en cada navidad!”, destaca el Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti, en su reflexión para esta Navidad.
“Las navidades son un momento formidable. Un invento de Dios que nos sorprende. Dios chiquito, a la mano, lo puedo tocar, me animo a entrar en esa escena, como si fuera un niño, siendo un hombre adulto”, expresa el Obispo de Salto. En este sentido, resalta “qué milagro poder estar mano a mano allí. Y llevar conmigo preocupaciones, duelos, sonrisas, ilusiones, ambiciones ciegas de los que están contaminando el mundo, ciegos de ganancias a toda costa. Llevo las angustias de muchos que son aplastados por esas ambiciones. Y por sobre todo, quiero estar allí escuchando el silencio de Dios”.
Mons. Galimberti destaca la importancia de en “cada noche fría encontrar el calor de ese Niño que me necesita, a mí, inútil, torpe, enchufado en mil bobadas. Allí está y me espera, para salvarme de mis estupideces, miedos y comodidades. Porque veo a curiosos que pasan delante de la gruta y no los invito a entrar. Y a otros que están adentro no los empujo a salir y gritar al mundo que nació el Rey de reyes y está esperándolos”.
Al concluir se reflexión, Mons. Galimberti exhorta a “ayudar a otros a encaminarse hacia ese pesebre pobre y austero, que esconde sorpresas. Allí nos quiere encontrar el mismo Hijo de Dios, allí está la Luz capaz de alumbrar tanta confusión”.
Otra Navidad
Para “nacer de nuevo”
Mons. Pablo Galimberti, obispo de Salto
La vida es una sola y nadie eligió su primer nacimiento. Ni el lugar, ni el año ni los padres. A través de todas las circunstancias lo mejor es confiar que la Providencia divina nos cuida muy bien y nos trajo al mundo en un momento preciso y que esta navidad 2015 está en el designio de Dios que la podamos volver a celebrar.
Cada uno, poco a poco,t oma decisiones personales. Así nos vamos diferenciando del resto y tratando de ser “ese” que tengo que ser. En mi caso, yo asumo que la fe de mis padres me llevó a la fuente del Bautismo donde renací como hijo de Dios. En esa hora alumbró una estrella y me regalaron una brújula.
Allí empezó mi verdadera historia, la que nunca terminará, así lo creo y espero. Pero no estoy en un tobogán. Subo, bajo, elijo, tomo y dejo. Y trato de sintonizar con el Soplo del Espíritu de Jesús, que habla desde adentro y desde afuera, que sopla donde quiere y molesta como quiere y cuando quiere.
En este camino las navidades son un momento formidable. Un invento de Dios que nos sorprende. Dios chiquito, a la mano, lo puedo tocar, me animo a entrar en esa escena, como si fuera un niño, siendo un hombre adulto.
Qué milagro poder estar mano a mano allí. Y llevar conmigo preocupaciones, duelos, sonrisas, ilusiones, ambiciones ciegas de los que están contaminando el mundo, ciegos de ganancias a toda costa. Llevo las angustias de muchos que son aplastados por esas ambiciones. Y por sobre todo, quiero estar allí escuchando el silencio de Dios.
Entro en esa gruta cargando sudores, sueños y dolores de los que piensan que entrar en esa gruta es perder tiempo. O que entraron y los espantó el mal olor. O que buscaban al Todopoderoso en un trono rodeado de una corte de funcionarios adulones. Pero no había más que un Niño envuelto en pañales en brazos de una Madre Virgen, los ojos de un padre que protegía ese nacimiento aunque no era suyo. Pero no se lavó las manos porque Dios lo necesitaba allí.
Qué lindo volver a nacer cada día y en cada navidad. En cada noche fría encontrar el calor de ese Niño que me necesita, a mí, inútil, torpe, enchufado en mil bobadas. Allí está y me espera, para salvarme de mis estupideces, miedos y comodidades. Porque veo a curiosos que pasan delante de la gruta y no los invito a entrar. Y a otros que están adentro no los empujo a salir y gritar al mundo que nació el Rey de reyes y está esperándolos.
Algo de esto lo vivirán también ustedes en sus vidas, familias, barrios, cárcel, en los ranchitos más pobres y en los lugares donde la vida aparenta ser fácil y placentera, anestesiados contra el dolor y el olor feo. Perdónanos Jesús. No dejes de seguir naciendo, porque al mundo le faltan muchos “tornillos” y dicen que han encontrado repuestos pero no son originales y se inventan derechos que los veo muy torcidos. Y nos falta la cordura para preguntarnos para qué nacimos si no sabemos leer las claves y oír las voces que susurran en la conciencia o en el propio cuerpo, que rejuvenecemos por fuera para olvidar los oscuros laberintos que lo amenazan. Sin un fin claro los caminos se desvían y no llevan a ninguna parte.
Tratemos de ayudar a otros a encaminarse hacia ese pesebre pobre y austero, que esconde sorpresas. Allí nos quiere encontrar el mismo Hijo de Dios, allí está la Luz capaz de alumbrar tanta confusión.
Publicado en Boletín Diocesano “Algo Nuevo”, editado por el DECOS-SALTO