Aproximándonos a una noche particularmente “nostálgica”, muchos se preguntan sobre esta vivencia tan uruguaya y universal. “No hay nada que sea tan dulce para el hombre que su patria y su familia, cuyo recuerdo lo persigue… hasta en un país extranjero” dice Ulises. Con nosotros viaja una “bolsita de los recuerdos” (Sabalero).
Ayer una prima festejó su primer cumpleaños después del regreso a su Montevideo que la vio nacer y donde intenta echar raíces en un espacio modificado por la geografía física, afectiva e histórica.
Me comentó que en la última sesión con el psicoanalista hablaron sobre sentimientos de nostalgia y los “retornos imposibles” que, por su condición de reciente repatriada, ella experimenta con intensidad.
Me parece que los “retornos” en cierto modo son necesarios. El problema es cuando se pretende restaurar un pasado que “ya fue”, sin admitir sus cambios, lo que definitivamente perdimos y lo nuevo que nació después y tenemos que tragar y asimilar.
La memoria es una experiencia fundamental de cada persona, familia o país. Sin ella no hay cultura y cada generación tendría que empezar desde cero, inventando el fuego, la rueda, el alfabeto, y de ahí para delante.
Pero la memoria esconde trampas, cuando es manipulada como coartada y refugio cobarde para postergar decisiones. Demasiada reflexión congela la vida. Obvio que hay decisiones que hay que pensarlas. Pero si una novia, después de años, pone al novio contra las cuerdas y propone concretar el sueño de la boda y la familia ¿qué pensar si el novio responde: no me condiciones? Aunque bien que la usó para que le diera cariño, compañía y comida. Y él ¿no será capaz de ponerse las pilas y dar un salto cualitativo, asumiendo responsablemente el presente?
Comenta mi prima que otro punto tocado con su psicoanalista es el intento de detener el tiempo. “Reloj, detén tu camino” canta Luis Miguel. Es el síntoma de Peter Pan, eterno adolescente, temeroso de salir a la intemperie de la condición adulta. Son los papás que prefieren ser amigos de sus hijos antes que padres que ponen límites y plantean responsabilidades.
Algo semejante nos pasa como país. Afirma un estudioso de la educación, que Uruguay se quedó con un modelo de enseñanza de medio siglo atrás y eso le está pesando para acomodarse con agilidad a nuevos desafíos.
El evangelio relata una escena en la que Jesús elige tres discípulos para subir a un monte. Allí verán a su maestro con el resplandor de su divinidad, junto a Moisés y Elías, dos figuras emblemáticas de la historia religiosa de Israel, representantes de la ley y el profetismo. Con asombro Pedro exclama: Señor, qué bien estamos aquí, si quieres, levantaré tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Pero ahora tendrán que descender y pasar por angustias.
Sin embargo hay veces que recordar y retroceder no es cobardía. Baste recordar las palabras de Jesús proponiendo “hacerse como niños”. Como le dice a Nicodemo: hay que nacer de nuevo. Y el hombre, perplejo, retruca: ¿y cómo puede un adulto volver al vientre de su madre? Pero Jesús le habla de un horizonte nuevo para la libertad y el amor, como un “reseteo” del corazón; cambiar el “chip” y entrar en el nivel del espíritu, donde las “locuras” acontecen. Saltar la carrera horizontal de la vida cotidiana y modificar esa meta ineludible que caracteriza la condición humana como “ser para la muerte”, como lo definen los pensadores existencialistas.
En este caso el “hacerse niño” es aceptar una dimensión espontánea, inocente, a veces ahogada por la fría racionalidad o fragmentada en el estallido del mundo de los deseos. Y el que se hace niño, con una decisión firme y constante, y deja acontecer tales vivencias, entrará en el reino de los cielos. Tales experiencias de infancia a veces las ubicamos en escenarios de infancia, pero son la memoria olvidada de nuestro presente. Por algo los cuentos infantiles, siguen atrapando el interés de todas las edades.
Los cristianos renovamos la última cena, “memorial” de la muerte y resurrección de Cristo; donde el pasado entra en el aquí y ahora del presente y el futuro se anticipa.
Columna del Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti, publicada en el Diario «Cambio», del 24 de agosto de 2012