El pasado 12 de diciembre, el Arzobispo de Montevideo, Mons. Daniel Sturla, presidió la Misa de Navidad en el Centro Interreligioso del Comcar, con una importante participación de agentes pastorales y de personas privadas de libertad. Esta fue tan sólo la primera de una serie de celebraciones que realizó la Pastoral Penitenciaria en los 4 principales centros de reclusión en Montevideo.
Compartimos la crónica elaborada para el Quincenario “Entre Todos” por la Pastoral Penitenciaria de la Arquidiócesis de Montevideo.
Pastoral Penitenciaria
NAVIDAD EN LA CÁRCEL
Celebrando la Vida que naceEl viernes 12, Mons. Sturla presidió la Misa de Navidad en el Centro Interreligioso del Comcar, con una importante participación de agentes pastorales y de personas privadas de libertad.
Esa fue la primera de una serie de Celebraciones Eucarísticas que realizó la Pastoral Penitenciaria en los 4 principales centros de reclusión que están en Montevideo. El miércoles se celebró en la Cárcel de Molino, dónde están internadas mujeres con sus niños pequeños, el jueves Mons. Tróccoli presidió la celebración en el Penal de Punta de Rieles, el viernes 19 se realizan 2 celebraciones nuevamente en el Comcar (en dos módulos), y otras 3 celebraciones en la Cárcel de Mujeres (CMRF), presididas por el Arzobispo.
Son momentos de encuentro de fuerte espiritualidad. La cárcel no es, ciertamente, un lugar proclive a la vida. Es un lugar de tristeza, sufrimiento y, muchas veces, de deshumanización. No es fácil creer en la vida estando preso. Tampoco para los cristianos.
Por eso, la Navidad es un momento ambiguo para el creyente que está privado de libertad. Por un lado, comparte con todos sus compañeros la frustración de la separación de sus seres queridos, se agudiza la sensación de abandono y, mientras se siente el ruido de los fuegos artificiales lejanos, indicadores de una gran algarabía en algún sitio, se vive el silencio o, aún peor, los ruidos duros y metálicos propios de la cárcel.
Pero para el creyente, es al mismo tiempo el momento de la esperanza y la certeza. La Vida puede más que la muerte. El amor de Dios puede más que el pecado, propio y de la sociedad. Es posible lo no previsto: que el ser todopoderoso, Señor de cielo y tierra, elija hacerse hombre, y nacer de un modo indigno de cualquier ser humano, en un establo. Vino a nosotros, sabiendo que su amor encarnado lo llevaría inclusive a la cárcel y a la muerte en cruz, pero su amor pudo más.
Este nacimiento en Belén es el centro de la esperanza, porque ya no estaremos solos jamás pase lo que pase, hayamos hecho lo que hayamos hecho, sino que Jesús nacido y resucitado por cada uno de nosotros, nos sostendrá y amará hasta el fin del mundo.
Pero también es centro de esperanza porque nos demuestra que en cualquier realidad, por dura y degradada que sea – como tener que nacer en un establo – Dios está presente y es posible hacer nacer la vida. La vida en cada uno de nosotros, porque la Vida habita en nosotros, pero también, hacer nacer la vida alrededor nuestro apuntalando la esperanza en el decaído, animando al amargado, cuidando al lastimado… de tantas formas lastimado.
Celebrar la Navidad en la cárcel es un momento fuerte como comunidad de fe. Personas privadas de libertad y agentes pastorales compartimos una misma realidad: somos pecadores, somos hermanos, y somos amados por Jesús. Aquí no hay fueguitos artificiales que distraigan, aquí se celebra lo que se vive de verdad. Las oraciones de los fieles, hechas espontáneamente, permiten
compartir las preocupaciones más importantes de cada uno: los hijos, la libertad, la esposa, los padres, la serenidad que se necesita…
Todo es muy real y directo, y desde la fe, vemos a Jesús presente en medio de nosotros, invitándonos a seguirlo hasta el Reino de su Padre.
En la celebración del viernes 12 en el Comcar, al finalizar la Eucaristía, uno de los presos leyó una reflexión que había hecho. Con su permiso, hoy la queremos compartir con todos:
Sólo Dios sabe todo; incluso interpela al que no lo busca.
Pedid y se os dará, buscar y hallareis, llamad y se os abrirá.
Es necesario que el que busca a Dios crea que le Hay, y que es galarnadador de los que le buscan.
El hombre natural no percibe las cosas que son del espíritu de Dios, porque para él son locura.
A menudo la gente ha querido oponer la ciencia a la fe, la razón al conocimiento de Dios.
Por ello el hombre puede tener la impresión de que un día la ciencia explicará todo, y que, fuera de ella todo es incertidumbre.
La ciencia no da respuesta a todas las preguntas, pues no puede descifrar la belleza de las cosas, de los sentimientos. Tampoco puede definir los valores morales o espirituales.
¿Cómo podría el hombre comprender y discernir mediante sus propias capacidades a aquel que lo creó?
Por muy inteligente que sea, el hombre no deja de ser una criatura que necesita una revelación de su creador.
Todo fue creado por medio de Él y para Él, y Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten.
No esperemos pasar por tiempos de prueba para acercarnos a Él; detengámonos hoy a fin de reflexionar y tener un encuentro con Dios.