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ESCRIBE:
Lic. Psic. Lucía Scremini
Secretaria Ejecutiva de Comisión Pastoral Familiar

Se acerca la Navidad, y como todos los años, cuando ponemos la mirada en la familia de Nazareth nos sentimos interpelados, nos genera un desafío inmenso este amor de entrega incondicional y generoso, desde ese Sí de María que salvó la humanidad, hasta esa fidelidad y confianza en la Fe de José.

En nuestras familias con la gracia del Espíritu Santo intentamos vivir algunas de estas virtudes de la Familia Santa. El sentir la bendición entre los miembros de la familia, ese desearnos el bien y ser agradecidos por tenernos unos a otros, que nos lleva a aceptarnos con nuestra originalidad como un regalo de Dios, con una actitud comprensiva y benevolente.

La familia donde podemos mostrarnos como somos y donde somos queridos y aceptados en esencia, en ese amor incondicional, gratuito y generoso, de los padres hacia los hijos y muchas veces entre los diferentes miembros de la familia. Es nuestro lugar de consuelo, de refugio, de protección, allí donde acudimos para nutrirnos y reconstruirnos frente a los tropezones o dificultades de la vida.

Decimos también que la familia es la primera y gran escuela de amor, de valores y virtudes fundantes para la vida.

Sabemos que se hace creíble lo que vemos y es desde allí que aprendemos y enseñamos, siendo espejos para nuestros hijos. En los gestos cotidianos, en lo ordinario de todos los días, es allí donde se juega el partido más importante. Aprendiendo a amar también los días grises, esos en los que no hay nada de especial, sin embargo se teje la vida allí; se nos pone a prueba la paciencia, la perseverancia, la templanza, más allá del amor que nos tengamos.

Esto generalmente es así, solo que a veces nos gana el cansancio, la pereza, la rutina y es difícil reconducir algunos sentimientos o emociones que estas situaciones nos despiertan y en algunas oportunidades nos dejamos conducir por ellas.

Este es un reto muy importante que tenemos como familia, vamos dejando atrás momentos que no van a volver, el tiempo pasa y es limitado, poder ser conscientes de esto nos ubica. Todo lo que vamos sembrando de bueno y malo va tejiendo nuestras historias y la de nuestros seres queridos.

Pararse de vez en cuando a examinar nuestra vida y la de nuestra familia con una mirada de gratitud, de bendición por lo que somos y tenemos nos va haciendo mejores personas y mejores compañeros de camino.

Cada uno viene con una historia y nos llevaremos de equipaje lo vivido…tener claro este concepto cada día es importante en lo que vamos eligiendo vivir y cómo hacerlo.

Las crisis y malos momentos son inevitables, pero si somos conscientes de estas cosas lograremos salir más fortalecidos y unidos como familia.

En cada etapa que vive la familia, en cada situación vital, de las lindas y de las otras, poder preguntarnos a dónde vamos y a qué?. Esto nos ayuda a orientar el rumbo y a encontrar el sentido que soñó Dios para nosotros. A su vez a reconducir las distintas etapas de la

familia que vamos atravesando y a poder recibir y responder a las nuevas y distintas necesidades que van surgiendo. Así mismo ir pensando e intercambiando con los otros miembros sobre las pequeñas y las grandes decisiones, aquellas en las que se nos juega la vida. Estas preguntas nos ayudan también a no ir por la vida en piloto automático, que muchas veces resulta la solución más fácil, pero también termina siendo la más costosa.

El niño Jesús, nació en la más grande de las precariedades, un establo con un buey y una vaca, y allí comenzó la historia de salvación. y dentro de esa historia uno de los regalos más importantes…justamente la precariedad, porque desde allí es que nos aferramos más fuerte a Dios, para que pueda obrar en nosotros y los nuestros.

Cuando no encontramos la vuelta con una situación, con un hijo o algún miembro de la familia, ponerlo en manos de Jesús y entregarle a él la dificultad, nos aliviana la carga. Tenemos la certeza de que con Dios nuestros hijos están salvados, pase lo que pase. Es en los momentos más difíciles que hemos recibido mayor consuelo de Dios. El Señor siempre nos da la gracia si acudimos a Él. Muchas veces nos ha salvado como familia contar con el Señor, estar unidos a Él y encontrar la protección en su Madre.

La Sagrada Familia es una escuela de humanidad para nuestras familias, siendo reflejo de lo que están llamadas a ser las nuestras. A la vez que nos acerca a lo Divino y Sagrado, a la trascendencia a través de la entrega de unos por otros en el ámbito familiar, dando lo mejor de nosotros mismos a quienes tenemos más cerca primero, para poder luego entregar lo recibido a los demás, encontrando así un sentido a nuestras vidas.

Cada día se hace más necesario contar con familias fuertes y comprometidas en transmitir la alegría de la vida familiar, la importancia del compromiso; la riqueza y el don de contar con estos espacios de unificación del ser humano. Familias que sean escuelas de transmisión del Evangelio, de la Fé, verdaderas Iglesias domésticas.. Familias de puertas abiertas a los amigos, a quienes busquen consuelo o compañía, también a quienes piensan diferente y nos interpelan. Familias comprometidas con los más necesitados de la sociedad, el salir de nosotros mismos nos plenifica como personas y como familia. A las familias nos hacen falta otras familias para crecer, para ser más fuertes. Cuidemos de nuestras familias, la sociedad y la Iglesia necesitan mucho de ellas. Todos provenimos de una y necesitamos una a la cual llegar.

Que nuestras familias sean un canto al Evangelio…difícil, pero no imposible si caminamos con Él, inspirados en el corazón de nuestra madre María y en el corazón de padre de San José. Poniendo los medios, desafiandonos a cuidar nuestros gestos cotidianos y nuestro tiempo compartido en familia y poniendo al niño Jesús que vino para salvarnos siempre al centro de nuestras vidas.

Que tengan una Feliz Navidad en familia!

Lic. Psic. Lucía Scremini
Secretaria Ejecutiva de Comisión Pastoral Familiar