“¡No quiero ser más una muñeca de trapo!”. La escritura era de un escolar de campaña. ¿Qué significaba esto en el pizarrón de una modesta capilla en una zona rural de Salto? El mensaje sorprendió al sacerdote cuando llegó a ese paraje y se disponía a repasar el Catecismo.
La catequista reúne cada semana a estos niños y niñas enviados por sus familias y mientras acomodan las sillas algunos corren y otros garabatean en el pizarrón. Una niña de 10 años, que vive rodeada de soledad era la autora de este mensaje. Con discreción, el sacerdote se acercó después a la niña que dejó ese mensaje.
Desde hacía dos semanas estaba prácticamente sola. Su mamá había ido a la estancia donde trabaja su esposo. En su rostro y estado de ánimo la niña reflejaba esa soledad que la envuelve. ¿Quién la espera con un rico café con leche al volver de la escuela? ¿Quién le dice “contáme cómo te fue hoy”? ¿Quién la ayuda a poner en palabras sus tristezas o alegrías? Las muñecas de trapo están siempre iguales, como las pirámides de Egipto.
La experiencia de sentirnos o sabernos afectivamente acompañados es decisiva en los primeros años, en la adolescencia y también en la vida adulta. Obvio que el modo de experimentar esas presencias cercanas evoluciona con la edad y las opciones de cada uno. Pero es muy gravitante en una niña de 10 años.
En la vida necesitamos experiencias fuertes de “pertenencia”. A través de la familia esta vivencia se palpa y elabora silenciosamente. A medida que crecemos hacemos opciones que responden a la pregunta ¿a quién elijo pertenecer? ¿A qué comunidad me siento vinculado en mis decisiones? La vida de fe es también una opción en esta línea.
Volviendo a la adolescente que escribió la frase. Desconozco quién sea. Pero lo que me animo a decir es que ese estado de soledad, esa sensación de pérdida de subjetividad, y ser “como una muñeca de trapo” es un llamado urgente, un SOS, que esa niña hace a quienes están cerca de ella. Es duro sentirse olvidada, sin nadie que le dirija la palabra para ayudarla a poner en palabras vivencias que cruzan su vida. Lo que nos gusta o lastima, lo que soñamos o perdimos.
Muchas veces esta situación lleva a una precoz relación afectiva que más que una opción por “otro” es una puerta de escape del propio laberinto.
Esta soledad puede darse también cuando ambos padres están físicamente cercanos. Y cuando se van a acostar no están atentos a lo que hacen sus hijos, las páginas de internet que visitan o con quienes se conectan… A veces piensan que lo “más seguro” es estar en la propia casa, sin importar que sea hasta altas horas de la noche, con el riesgo que se entablen relaciones dañinas o adicciones al juego.
El enemigo habita dentro de la propia casa, está en cada uno. El título de una película que vi hace poco, “encontrarás dragones” alude a esos monstruos que duermen dentro de cada uno. ¿Quién nos enseña a reconocerlos y amaestrarlos? Este entrenamiento no es jugar al solitario, donde uno se hace trampas. Y mucho menos si pensamos en las escasas herramientas que dispone una adolescente, como la que escribió la frase del título de esta columna.
¿Cómo conciliar los deberes de esposa con los de madre? Sabemos que no siempre se trabaja donde uno quiere. Además la mujer se ve tironeada entre ser esposa y madre a la vez. Ambas reclaman presencia y cercanía.
La experiencia de una genuina educación es el estar cerca, escuchar, dialogar, con el arte y la sabiduría de los grandes maestros, Jesús, Sócrates y otros, -no muchos- que a partir de una pregunta, una fatiga en el rostro o una sonrisa que dejan aflorar sentimientos latentes, saben internarse respetuosamente en los inquietos senderos del alma.
La crisis de la familia golpea fuerte sobre los pequeños y adolescentes. Hablando sobre la familia, el Papa Francisco decía: “la comunidad es más que la suma de las personas. Es el lugar donde se aprende a amar, el centro natural de la vida humana”. La familia es “motor del mundo y de la historia”. El más pequeño gesto, guardado en la memoria de una hija o hijo, constituyen el mejor tesoro en la vida.
Columna publicada en el Diario «Cambio» del viernes 22 de noviembre de 2013