Columna del Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti
La cámara de diputados acaba de aprobar la ley mediante la cual se reconoce legalmente el casamiento entre personas del mismo sexo.
Llama la atención que quienes apoyaron la ley sabían muy bien que la ley votada contiene varios errores de redacción, señalados cuando se debatió en el senado. Tales errores deberán subsanarse antes de los 90 días.
¿Quién los apura? Es indudable que según las fotos, las barras querían la aprobación “ya”. Se observa a las claras que el tratamiento y votación de la ley estuvo acompañado de un calor reivindicativo. Que en principio no lo consideramos negativo. Si por reivindicar entendemos el derecho de las personas homosexuales a ser respetadas en su dignidad personal, protegiendo “legítimos” derechos.
Pero una reivindicación no puede abrir la puerta a cualquier reclamo. En el seno de una sociedad civilizada un reclamo debe hacerse “según derecho”, o sea, corresponda o no. Lo expresa el adagio jurídico: “ubi ius ibi societas”, (donde hay derecho, allí hay sociedad), o sea, sociedad y derecho son inseparables, de lo contrario reinan atropellos y discriminaciones injustas.
Voces gritando “igualdad” y “libertad” desde las barras, golpeaban los oídos de los legisladores. Obviamente que son dos valores fundantes de cualquier sociedad. Pero iguales no significa idénticos.
La identidad es una realidad que nos define y nos permite relacionarnos desde lo que somos. A tal punto que cuando uno vive muy pendientes de lo que otros dicen, hacen o piensan, se produce un mimetismo ambiguo, que requiere la intervención de un profesional que ayude a introducir la separación de esa igualdad simbiótica que anula el propio desarrollo. La separación duele pero es el camino hacia el descubrimiento de los talentos propios que Dios da a cada uno.
Las identificaciones están a la orden en cualquier sociedad: abundan signos de pertenencia colectiva tales como ropa, tatuajes, etc. que expresan la pertenencia a tribus urbanas, grupos musicales, artistas, equipos de fútbol, etc. Hace poco encontré a un niño que apenas caminaba vistiendo una camiseta de la celeste con el número y nombre de Forlán. Cuando era adolescente con mis hermanos varones nos preguntábamos por qué mi hermana tenía algunos privilegios y nosotros no. Lo mismo podría haber pensado ella cuando veía a sus cuatro hermanos varones salir a jugar al fútbol.
Puede suceder también que en una misma clase se quiera ser como el número uno en matemáticas o como el goleador del equipo. Por lo general estas identificaciones van desapareciendo a medida que uno descubre y desarrolla cualidades propias. Mirar a otros invita a soñar, imitar y mimetizarse de algún modo. Pero el exceso de imitación lleva a la autoanulación, porque llega un momento en que esa fantasía no la puedo realizar, porque carezco de condiciones para el fútbol o carezco de rapidez para resolver ecuaciones.
Mi madre para estimularnos nos ponía como ejemplo a los primeros de la clase que salían en el cuadro de honor del Anuario de la Sagrada Familia. Y mi hermano mejor la enfrentaba diciéndole, mirá que Fulano es un “traga” pero vive encerrado en su casa. Al cabo de algunos años ese vecino brillante se suicidó!
En cuanto a la bandera de la libertad, ya conocemos la expresión de aquella mujer de la revolución francesa: “Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre”. Porque la libertad es capacidad de ser y desarrollar lo que soy. Soy humano, no animal. Soy hábil para caminar, no para volar. Tengo un determinado promedio de vida, dentro del cual debo cumplir una misión o vocación. Soy biológicamente varón y por lo tanto debo realizarme a partir de ese dato básico. Supongo que quienes aplaudían en las barras del Palacio Legislativo no aceptarán estos comentarios. Pero los hago con el mayor respeto hacia ellos. Pero con la máxima libertad para pensar y también discrepar. Porque lo peor de una sociedad es cuando en ella predomina el “pensamiento único”, una dictadura silenciosa. Releamos las páginas de E. Fromm “El miedo a la libertad”.
En síntesis, la ley aprobada es contraproducente.
Publicado en Diario «Cambio» del viernes 12 de abril de 2013