Toco el tema con el respeto que merece una realidad con alto impacto en muchas familias y sectores sociales. Opino como ciudadano y cristiano. Las informaciones difundidas permiten acercarnos a una propuesta legislativa que nuestro presidente impulsa con enorme interés.
El actual proyecto de ley sobre la marihuana significa un cambio muy importante respecto a cómo combatir las drogas. Las políticas represivas y punitivas enmarcadas en estrategias prohibicionistas se están revisando. La Comisión Global de Políticas de Drogas, con algunos ex presidentes latinoamericanos llegó a la conclusión que “la guerra global a las drogas ha fracasado”. A esto respondo con palabras del Diputado Javier García: “se argumenta que esta legalización la defienden algunos ex presidentes de la región, sin embargo ninguno la impulsó cuando tenían el poder para hacerlo”.
El nuevo enfoque apunta a que el foco de la represión debe ser el crimen organizado violento y no los consumidores, los vendedores al por menor o lo campesinos que cultivan sustancias prohibidas. Alguien definió la posición de Mujica: sustituir la guerra a las drogas con la paz de las drogas.
¿Será tan fácil? Piensen que cada uruguayo/a podrá registrarse para poder adquirir 40 gramos de marihuana por mes, lo que significa algo más de un cigarrillo por día. Esto ya no es un consumo recreacional sino que representa ya una adicción complicada. Alguno dirá que fumarse un porro por día es demasiado. Si es así la ley estaría favoreciendo un “sobrestock”, permitiendo la reventa.
Con esta facilidad se puede llegar pronto al consumo problemático. La necesidad crece y se alteran parámetros de conducta como la escolaridad u otras responsabilidades. De a poco puede llegarse a la etapa de la dependencia. Un principio manejado por los especialistas pero que en menor o mayor medida todos hemos comprobado ante un hábito adictivo (alcohol, cigarro, juego, etc.): cuando uno potencia un canal de adicción, este no tiene límite.
El control legal de la marihuana y la comercialización controlada intenta la disminución de los delitos vinculados a la búsqueda de dinero para conseguir imperiosamente la droga.
Estamos de acuerdo con el presidente que las políticas represivas no son la solución del control eficaz del tráfico. Se informa sobre operativos exitosos de tantos kilos decomisados pero nunca sabremos cuántos entran silenciosamente.
Nuestro punto de partida para valorar el fenómeno de la droga y de las adicciones es el siguiente: las adicciones provocan algún daño. ¿Qué hacer entonces? Disminuir los efectos mediante la educación en todos los niveles: familia, centros de enseñanza y la autoeducación en la vida diaria desde que abrimos los ojos hasta que nos acostamos.
La educación es una interacción que acerca a nuestras manos herramientas para despertar la búsqueda de la verdad, el desarrollo de sentimientos, el ejercicio de la libertad y responsabilidad. Cultiva el espíritu crítico y la capacidad de elegir valores que impliquen virtudes personales y sociales: sentido de justicia (dar a cada uno lo que le corresponde), preferir la veracidad al engaño, disposición a reconocer la dignidad imborrable de todos, asumir la vigencia inseparable de derechos y deberes, etc. No son recetas. Cada uno lleva en su mochila golpes, miedos, ángeles y demonios.
El problema principal del adicto no es la droga. El consumo de droga no es un simple “viaje pacífico”; es una estrategia que disimula el vacío de la falta de sentido positivo de la vida. Muestra el agujero de la desmotivación y la indiferencia para asumir las decisiones propias de la vida adulta. Muchas familias con padres ausentes o que vuelven cansados al hogar y sin tiempo para escuchar y expresar cariño, son terreno propicio para futuros adictos.
La compasión hacia el adicto debe ser auténtica, capaz de presentar exigencias reales que van devolviendo la capacidad para una verdadera libertad y una real autonomía.
Hay mucho más pero por hoy pongo fin.
Columna del Obispo de Salto publicada en el Diario «Cambio» del 12 de julio de 2013