Tras la relevancia mediática que recibió el reciente post publicado por el Obispo de Minas, Mons. Jaime Fuentes, referido a la negativa de los directivos de UTE a celebrar Misa en el Parque de Vacaciones de sus funcionarios, el Pastor publica una nueva reflexión en la que plantea que “ya es hora de que le perdamos el miedo a ‘lo religioso’».
Mons. Fuentes cuestiona si en “nombre de la laicidad, ¿no estamos discriminando a Dios?”. “La aconfesionalidad del Estado, ¿no deberá ser entendida con un criterio positivo?: sin optar por ninguna, el Estado reconoce que el pluralismo religioso es un hecho y social, bueno para la sociedad en su conjunto, y favorece su expresión pública”, señala el Pastor.
“Nos preocupa, con razón, la violencia; y el número de suicidios; y el abuso del alcohol; y de las drogas. Nos preocupa la cantidad de embarazos de adolescentes; y de divorcios… Para encontrar soluciones, ¿no habrá que empezar a desalambrar los cercos que rodean a Dios?”, interpela el Obispo de Minas.
A desalambrar
Con motivo del post anterior he recibido varios comentarios que están publicados. Escuché también la tertulia de El Espectador sobre el tema y leí varios comentarios de prensa; los dos canales minuanos de TV me entrevistaron, así como una de las emisoras de radio.
En fin, una persona me dijo el otro día: – ¡Usted es un obispo mediático! Le respondí, aun con el riesgo de no ser bien entendido, que en realidad: soy un hombre de prensa que ha sido nombrado obispo.
Es la verdad: me recibí de periodista hace la friolera de 45 años y, después de 6 años de ejercer la profesión, fui ordenado sacerdote. No me ha resultado difícil hacer compatible el sacerdocio y el periodismo. Obviamente, el sacerdocio es lo primero: celebrar diariamente la Santa Misa, dedicar muchas horas al sacramento del perdón de Dios, enseñar la doctrina de la Iglesia… Hacerlo oralmente o por escrito, por radio o por TV o en un blog, ¿qué más da? En todo caso, la etiqueta «obispo mediático» me parece que esconde un matiz de instrumentalización (fea palabra, pero no encuentro otra) de los medios, que no me gusta: es como si estuviera aprovechándome de ellos para «arrimar el ascua a mi sardina».
Los medios tienen una dinámica propia que siempre he tratado de respetar. Por ejemplo: distinguir los hechos de las opiniones; ser responsable de lo que uno dice o escribe; documentarse lo mejor que se pueda; respetar las fuentes; buscar la objetividad.
– Bueno, puede decirme alguno, pero usted es cura; sus compromisos religiosos le impiden ser objetivo. Y le respondo que, en definitiva, todos tenemos compromisos, con Dios o con el diablo. Dicho de otra manera, que es precisamente mi responsabilidad delante de Dios la que me empuja a tratar de buscar la verdad y de comunicarla como la veo. Con esto no niego que quien no tiene fe no pueda ser objetivo, entendámonos, o que lo acuse de estar comprometido con Lucifer… Lo que digo es que pensar que la fe distorsiona la realidad es un serio error, desde el momento en que el hombre es, sobre todo, un animal religioso y sólo así se le puede comprender a fondo. A su vez, pretender mantenerse en la actitud de quien sólo está comprometido consigo mismo, puede ser (no digo que lo sea infaliblemente) un tobogán hacia el cinismo. Y ya se sabe, como escribió Kapuscinski, que «Los cínicos no sirven para este oficio».
Me han preguntado en estos días, si yo iba a denunciar ante la Justicia la discriminación sobre la que escribí. Respondí que mi única pretensión ha sido llamar la atención sobre un hecho, discriminatorio en mi opinión. Pienso que ya es hora de que le perdamos el miedo a «lo religioso». Si una expresión de culto atentara contra la moral o el orden público, la autoridad pública tiene no sólo el derecho sino el deber de intervenir. Pero, ¿por qué razón un colectivo de musulmanes no podrá orar en el Parque de UTE, cuatro veces en el día, orientados hacia la Meca? Siempre que no molesten a otros… ¿Por qué un grupo de evangélicos no puede reunirse en un salón a leer y comentar un pasaje de la Biblia? Y los judíos, y los budistas. ¿Por qué, en fin, no puede dedicarse una hora en un salón del Parque para celebrar una Misa? En nombre de la laicidad, ¿no estamos discriminando a Dios? La aconfesionalidad del Estado, ¿no deberá ser entendida con un criterio positivo?: sin optar por ninguna, el Estado reconoce que el pluralismo religioso es un hecho y social, bueno para la sociedad en su conjunto, y favorece su expresión pública.
Nos preocupa, con razón, la violencia; y el número de suicidios; y el abuso del alcohol; y de las drogas. Nos preocupa la cantidad de embarazos de adolescentes; y de divorcios… Para encontrar soluciones, ¿no habrá que empezar a desalambrar los cercos que rodean a Dios?
Post del 25 de agosto de 2012, www.desdelverdun.org