Varios senadores defendieron la ley del “matrimonio igualitario” tejiendo loas a la libertad individual. Bienvenidos tales elogios. Porque el tema de marras no se resuelve con ditirambos a la libertad, al estilo del Quijote: “La libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”.
La pregunta que me intriga es por qué la institucionalización del vínculo afectivo permanente entre personas homosexuales pretende dar un salto cualitativo y colocarse en el mismo nivel institucional que los matrimonios tradicionales, es decir, pacto de amor y fidelidad entre varón y mujer, abierto a la vida y a la educación de los hijos.
Las personas homosexuales merecen todo el respeto, como todos los ciudadanos de nuestro país. Pero sobre las opciones personales libres, el estado no debe intervenir mientras no perjudiquen la convivencia.
Respetamos que haya opciones diferentes a la nuestra, la que postula y promueve la iglesia católica y que defiende nuestra carta magna velando por la estabilidad de la familia, entendida en el sentido tradicional del término. Pero no entendemos las razones de fondo por las cuales se hable de “matrimonio igualitario” a lo que es una imitación imperfecta.
Se trata claramente de una reingeniería social que se intenta imponer en el mundo occidental. Y de rebote cae en desprestigio una institución tan arraigada como el matrimonio.
Me pregunto cuál es el cuadro de valores que sustenta el debate en torno a la ley del “matrimonio igualitario”. Adela Cortina, catedrática de ética y filosofía política en Valencia, dice que construir el perfil valorativo de distintos colectivos sociales entusiasma a los sociólogos. Pero que lo importante se resume en la pregunta: “Dime qué valoras y te diré quién eres”. El perfil de una persona o sociedad es el de sus preferencias valorativas a la hora de tomar un camino u otro”.
Ella distingue entre valores según los que realmente elegimos y valores que decimos que se deben estimar. Y pone un ejemplo: puedo tomar como referente mi propio interés a la hora de tomar decisiones y afirmar, sin embargo, que la solidaridad es un valor muy superior al egoísmo. “Y es que entre lo que hacemos y lo que decimos que se debe hacer hay todo un mundo”.
Algo de esto entreveo en el debate parlamentario. Detrás del discurso sobre libertades individuales hay un malestar contra la institución familiar clásica.
La libertad es como la aguja de una brújula, que se mueve según un imán que la atrae secretamente. Ese imán es la “verdad” y el “bien” que descubro.
Pero cada uno tiene “su” verdad. De acuerdo, si se trata por ejemplo de preferencias legítimas en asuntos sociales, políticos o deportivos, o si es bueno o malo fumar. Pero es un tema ético importante si en lugar del cigarro hablamos del libre consumo de marihuana para jóvenes o de respetar la vida o propiedad ajena. Tú, yo y todos debemos respetarla. No puedo insultar gratuitamente a un vecino; y si no lo entiendo me puede demandar por daños y perjuicios y tendré que reparar el daño moral causado.
Unas verdades son pues opinables y otras obligatorias. Esta obligatoriedad se percibe de dos maneras: unas veces, como impuesta desde fuera, y se respeta la propiedad ajena por ej. para evitar ir preso. A esta actitud E. Fromm la llama “conciencia autoritaria”. Pero esto es insuficiente, porque los robos y crímenes continúan. Otras veces las obligaciones se perciben como viniendo desde adentro: no daño a otro porque la vida humana debe respetarse como yo quiero que me respeten a mí. A esta actitud Fromm la llama “conciencia humanista”.
En defensa del “matrimonio igualitario” se levantaron voces a favor de las libertades sexuales. Pero no quedó claro por qué la libertad de vivir en pareja con alguien del mismo sexo debe legislarse con una ley. Porque engendra derechos y obligaciones, me dirán. De acuerdo. Pero ¿por qué llamarle “matrimonio”? Porque es evidente que no tiene la capacidad de engendrar, que es lo “diferente” del matrimonio, dado por la propia naturaleza.
Columna del Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti, publicada en el diario «Cambio» del 5 de abril de 2013