Mirando con Dios este tiempo
Mensaje de los Obispos desde el Santuario Nacional de María, Virgen de los Treinta y Tres, patrona del Uruguay
Reunidos nuevamente a los pies de María, Virgen de los Treinta y Tres, patrona de nuestra Patria, contemplamos con Ella preocupaciones y esperanzas de nuestras comunidades y de nuestro pueblo y buscamos interpretar las señales de Dios en medio de los acontecimientos de nuestros días.
I. Es tiempo de esperanza
1. En este tiempo de pandemia, que dejó sin efecto o en suspenso tantos proyectos personales y colectivos, cuyas consecuencias finales todavía no podemos avizorar, damos, en primer lugar, gracias a Dios por todo lo bueno que hizo surgir en los corazones de hombres y mujeres de nuestra tierra. En todo ello encontramos motivos de esperanza.
2. La “libertad responsable” fue asumida por la mayoría de los uruguayos, que no necesitaron medidas coercitivas drásticas para cuidarse y cuidar a los demás.
3. La solidaridad con quienes quedaron en situaciones más difíciles se manifestó en forma inmediata y creativa, buscando, sobre todo, que a nadie le faltara el alimento cotidiano. Se implementaron diversas formas de subsidio y ayudas. Se organizó el Fondo Coronavirus con diversos aportes. El sistema de salud se preparó de la mejor forma posible para evitar llegar a escenarios críticos.
4. Muchas familias asumieron el desafío de cuidar muy especialmente a sus miembros mayores, hallando formas de comunicación y de encuentro virtual para evitar el contacto físico. Hubo muchas iniciativas generosas para tratar de paliar la situación de personas ancianas que viven solas.
5. La permanencia en el hogar llevó a muchos a replantearse las tareas. Para algunos, el teletrabajo fue una solución, aunque llevó a reorganizar la vida familiar en otro ritmo. Alguna gente se encontró aprendiendo, realizando y compartiendo tanto tradicionales tareas hogareñas como el manejo de nuevas aplicaciones en su teléfono o computadora, en las que no tenía ninguna experiencia.
6. Desde las parroquias, los sacerdotes, diáconos, personas consagradas y agentes pastorales buscaron también formas de mantener los vínculos de la comunidad, utilizando las redes sociales para transmitir celebraciones y charlas de formación, realizando con prudencia las visitas necesarias, acompañando a los enfermos, rezando en velatorios y atendiendo a algunas personas con las debidas precauciones. Las iglesias permanecieron abiertas, ofreciendo un espacio de oración y de paz en la presencia de Dios. Se prestó atención a quienes necesitaban el Sacramento de la confesión.
7. Los centros de educación católica, al igual que las demás instituciones educativas, buscaron la forma de llegar a sus alumnos y no dejar caer el aprendizaje. Ha sido un enorme esfuerzo, sobre todo para centros de barrios populares y del interior, pero se ha sabido responder adecuadamente a la situación.
8. Las obras sociales vinculadas a la Iglesia, como muchas otras de la sociedad, continuaron e incrementaron sus servicios a personas en situación de calle e inmigrantes. Se mantuvo educación a distancia en el campo de educación no formal y se distribuyeron canastas de alimentos a familias de niños, adolescentes y jóvenes.
II. Es tiempo de preocupación
9. La salud sigue siendo un gran desvelo. No se trata solo del riesgo de contagio, aún existente. Muchas personas con necesidad de consulta y asistencia vieron postergada la atención a sus problemas de salud, inclusive la salud mental, ya por decisión propia, o bien por restricciones de su servicio sanitario. Una preocupación especial la constituyen las personas que están solas o las que viven en residenciales y se han visto privadas por mucho tiempo de visitas. Ha sido particularmente doloroso no poder acompañar la muerte y el duelo de los seres queridos. Tenemos un buen sistema de salud, fruto del esfuerzo de varias generaciones, que, como todo, puede ser mejorado, especialmente para quienes hallan más dificultades de acceso a él.
10. Quienes tienen situaciones laborales precarias se vieron afligidos por las inciertas perspectivas de la economía y de sus propios puestos de trabajo. Apareció también la realidad de informalidad de muchas personas que se encontraron sin seguro de desempleo y sin cobertura de salud en una situación de emergencia. En los primeros tiempos de aislamiento, aquellos que salen cada día a ofrecer un servicio para ganar el pan para sí y los suyos, no pudieron quedarse en casa, pero ya no encontraron fácilmente esas ocupaciones transitorias. Son todos complejos desafíos que requerirán muy diversas medidas.
11. Extrañamos la efusividad con familiares y amigos. Dejamos de compartir el mate. Los besos y abrazos, antes cotidianos, se han restringido. Tal vez esos gestos de saludo ganen mayor valor en cuanto respondan a la necesidad de expresar un sentimiento profundo. Por otra parte, algunas familias tuvieron convivencias en las que vivieron momentos tensos, discusiones y aún formas de violencia doméstica.
12. El año lectivo está concluyendo. Más allá de los encomiables trabajos por mantener la enseñanza a través de plataformas digitales y del esfuerzo por recuperar tiempo a partir de las clases presenciales, muchos padres y aún los mismos alumnos se preguntan sobre lo que significará este año escolar en su vida: ¿un año perdido, más allá de las soluciones administrativas? Tal vez tengamos que valorar otros aprendizajes que nos deja este tiempo de pandemia y buscar las formas de recuperar lo perdido. Buscar respuesta a la vieja pregunta: “¿Para qué futuro educamos?”. Y para qué presente. Y para qué humanidad.
13. Muchos extrañaron las Eucaristías presenciales durante el tiempo en que estuvieron suspendidas, así como otras actividades comunitarias: catequesis, grupos bíblicos, encuentros de formación, retiros… Aun así, al retornar las instancias presenciales, algunos tuvieron temor de exponerse. Otros se instalaron en la comodidad de las transmisiones. El encuentro de la comunidad para la escucha de la Palabra y la “Fracción del Pan”, fuente de unidad y de solidaridad, es esencial desde el comienzo de la vida de la iglesia (cf. Hechos 2,44-47). Necesitamos superar las dificultades para encontrarnos con Jesucristo realmente presente, ofreciéndose como alimento, cuando más lo necesitamos.
14. Ciertamente, el mundo entero ha sido sacudido por esta emergencia sanitaria. Como ha dicho el papa Francisco: “nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados” y volvemos a sentir “que nos necesitamos unos a otros”. Con todas nuestras dificultades, podemos sentirnos bendecidos y al mismo tiempo reconocidos por las oportunas decisiones tomadas por nuestros gobernantes y por muchos que tienen responsabilidades en el país sobre la vida, el trabajo y la economía.
III. Es, siempre, tiempo de Dios
15. “Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol” (Eclesiastés 3,1). Este es el tiempo que nos toca vivir. Hay que honrar el momento: hacerle espacio, darle lugar, no evadirlo. ¿Cómo llenar verdaderamente el tiempo? Esta cultura de la diversión en que vivimos se muestra incapaz de dar respuestas en momentos de crisis.
16. Es momento de plantearnos en profundidad qué es aquello que da sentido a nuestra vida, momento de buscar las respuestas a las preguntas más hondas que siguen estando en el horizonte humano. Esa respuesta la encontramos los cristianos en Jesucristo resucitado, Aquel que nos prometió “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”, (Mateo 28,20). Su persona y su evangelio son la respuesta que ofrecemos a todos nuestros hermanos en la certeza de que serán de alivio y salvación.
17. Hemos tenido que esperar por muchas cosas y todavía tendremos que esperar por otras. Algunas no volverán; otras regresarán de un modo nuevo. Hay “un tiempo para cada cosa”, pero siempre es tiempo de Dios; tiempo donde Él nos manifiesta su amor y su presencia en diferentes formas. Siempre es tiempo donde es posible amar. Siempre hay un gesto, un servicio, un acto de amor que podemos hacer por los demás.
18. Muchas veces el ser humano se ha encontrado con sus limitaciones. Cada vez que sus logros lo han enorgullecido y lo han llevado a endiosarse, incluso sintiéndose superior a sus hermanos, la caída ha sido estrepitosa. Las catástrofes y calamidades son también oportunidades para reubicarnos en nuestra verdadera dimensión, para reencontrar nuestra realidad de creaturas. Para no negar o renegar del Creador y reconocer, en cambio, que Él ha puesto en nosotros los dones que nos permitirán superarnos; no para un progreso desenfrenado y desigual, sino para crecer en humanidad y en la fraternidad de quienes se reconocen hijos del mismo Padre Dios.
19. La pandemia no deja de plantearnos preguntas sobre el amor providente de Dios que permite estas realidades dolorosas que golpean el mundo. ¿Qué nos quiere decir Dios en esta situación? Buscando respuestas, a lo largo de la Palabra de Dios y en la historia de la iglesia vemos que estas calamidades han sido siempre recibidas como un llamado a la conversión, a dejar de lado el pecado y a volverse a Dios. También hoy los obispos del Uruguay queremos renovar nuestra confianza en Jesucristo, Señor de la historia, Salvador del mundo. Hacia Él queremos volvernos, pidiéndole misericordia para el mundo y exhortándonos mutuamente a una vida de mayor humildad y fidelidad al evangelio, que pasa por la solidaridad con el que sufre y también por la conversión personal, la penitencia y la oración. Él nos ilumina plenamente con la esperanza de la Vida Eterna.
20. Hace un año, aquí, en Florida, renovamos la consagración del Uruguay a la Virgen, que san Juan Pablo II hizo en su histórica visita de 1988. Hoy, nuevamente, nos ponemos en manos de nuestra Madre.
21. María recorrió su camino guardando las cosas que vivía y meditándolas en su corazón (cf. Lucas 2,19). Ella aprendió a leer en cada acontecimiento la manifestación de Dios. Con Ella, aprendamos a reconocer la presencia del Señor y a atesorar cada uno de esos momentos; no para guardarlos como objetos inmóviles e intocables, sino como rayos de luz que iluminen cada instante de nuestra vida: cada dolor, cada desconcierto, cada alegría. Éstas son luces que queremos compartir y ayudar a otros a descubrir.
22. Dejémonos mirar por nuestra Madre. Pongámonos al amparo de su ternura. Que en Ella encontremos el consuelo y el bálsamo que cura las heridas y el abrazo que reconcilia a los hermanos.
Los Obispos del Uruguay
Florida, 8 de noviembre de 2020.