“La muerte ¿fin o principio?” | 1º de junio de 2012
Columna del Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti
Publicada en Diario “Cambio”, el viernes 1 de junio de 2012
El fallecimiento reciente de una prima en Londres me permitió conocer detalles de algunas costumbres después que fallece un familiar.
No me extrañó la cremación, hoy frecuente entre nosotros, al punto que en algunos templos católicos se están diseñando lugares para depositar cenizas.
Entre el fallecimiento y la cremación transcurren varios días. Quien fallece es llevado a una capilla ardiente y quien desee hace una visita. Se invita a la cremación. La ceremonia comienza con música, elegida por la familia. En este caso fue la Misa Criolla, una pieza de Bach interpretada por el hijo en guitarra y la canción de María Elena Walsh, la vaca, que la abuela hacía escuchar a su nietito para enseñarle español. Algunos invitados evocan facetas de quien falleció. Finalizando se corre una cortina y el ataúd no se ve más. Los presentes son invitados a otro lugar cercano para saludarse. En este caso, mediante fotos, se repasó la vida de la fallecida, que pidió que se recordara su condición de cristiana.
Este ritual me despierta varias preguntas, la principal es si la muerte es considerada fin o principio. Mi impresión es que se acentúa el final, cosa que, obviamente, nadie niega. Pero no percibo cómo se apunta hacia un después. ¿Vivirá sólo en el recuerdo? Voy a esquematizar algunas actitudes e imágenes sobre el más allá, tomadas de la literatura.
Una primera actitud considera la muerte en clave de viaje hacia lo desconocido. El fin es una fosa. El ruso Antón Chéjov en el cuento “La habitación n. 6” a un enfermo que sueña en su mejoría, el médico le dice: “Cualquier magnífica aurora que haya iluminado tu vida, al final te inmovilizarán en un ataúd y te arrojarán en una fosa”.
Una segunda actitud mira la muerte como viaje hacia la nada. Lo ilustra una poesía de B. Brecht: “No se dejen seducir, no existe retorno. … Otra mañana no vendrá. Morirán como todas las bestias y no hay nada después”.
Algunos usan la imagen de un tren sin maquinista que se precipita en un abismo, o corre locamente sin destino ni horario; el reloj del controlador no tiene agujas. Vivir es esto: viajar sin destino en un tren con marionetas.
Otra mirada ve la muerte en clave de absurdo y escándalo. Así por ej. Ernest Hemingway. Nos fatigamos construyendo aspiraciones que la muerte destroza. En Adiós a las armas, Henry se instala en un tranquilo chalet suizo junto a la mujer amada, lejos de la guerra. Pero la muerte se la lleva cuando da a luz un hijo. El chalet es símbolo de que nadie escapa al absurdo de la muerte.
El cristianismo interrumpe esta mirada fúnebre y proclama la vida que es la misma vida de Cristo resucitado.
Autores no declaradamente cristianos juzgan que después de la muerte hay una vida misteriosa pero verdadera. Que tiene la forma de encuentro con un Dios cuya naturaleza se nos escapa. El poeta más grande de la India moderna, Tagore, sostiene en su poema Más allá del océano, que la vida y la muerte no son dos realidades opuestas sino sincronizadas.
Finalmente llegamos a la muerte como transfiguración de la vida. Hay nostalgia de Dios, “muero porque no muero” cantan los místicos. Después de la muerte el tiempo se transformará en eternidad, los velos del Invisible desaparecerán, no habrá más secretos.
Raïsa Maritain imagina la vida como un navío sorprendido por la tormenta. Hay que aligerarlo arrojando al agua lo que se puede, también lo más preciado, en perspectiva de la vida en Dios. “Como un navío afortunado que entra en el puerto…, atracaré en el cielo con el corazón transfigurado. Te habré encontrado, felicidad, después de haber dado a mi Señor, todo de mí misma”.
Para Miguel de Unamuno la muerte era el tormento cotidiano. Logró derrotarla en la contemplación de Cristo que nos conduce al Dios “garantizador de nuestra inmortalidad”. En el poema El Cristo de Velázquez escribe: “eres, Cristo, el único hombre que sucumbió de pleno grado. Desde entonces por Ti la muerte es el amparo dulce que azucara amargores de la vida”.
“Muerte, tú morirás”: son palabras de Johon Donne, voz de la lírica religiosa inglesa: “Muerte, no seas soberbia; a quienes crees que vences no mueren, pobre Muerte, ni tú puedes matarme”.