Por mucho tiempo fui de esos que al hablar sobre Benedicto XVI decía casi siempre lo mismo: “prefería a Juan Pablo” o “este no es como Juan Pablo II” y muchas otras cosas que giraban siempre en torno a esa idea, sin siquiera pensar mucho en salir de esas ideas. Quizás producto de crecer en una familia y un colegio católico, viendo y escuchando a Juan Pablo y hablar sobre él: su historia, su ser víctima de la guerra, sus viajes, sus discursos, su “besar la tierra” a la que llegaba y lo carismático que era. Yo no conocí otro Papa hasta ese conclave del 2005, donde el espíritu inspiró la elección de un cardenal alemán llamado Joseph Ratzinger, un Papa Alemán para una Iglesia Universal, una idea que por momentos me hacía “ruido”. De aspecto duro, erguido, y un perfil notablemente más bajo que el de su predecesor, se me hacía demasiado diferente a aquel Papa con aspecto de abuelo que hasta hacia unas semanas calzaba las sandalias de Pedro. Nunca me preocupé por leer o escuchar con mayor atención lo que Benedicto hacia y planteaba para la Iglesia y no fue hasta el año 2011 que descubrí la grandeza de su persona.
La gracia de Dios me permitió participar de la JMJ en Madrid junto a un grupo de amigos, y grande fue la emoción cuando un 6 de Julio (día de mi cumpleaños) me llegó un mail que decía que estábamos invitados para participar de la vigilia de 4 vientos en las primeras filas pegadas al escenario. En la Jornada se vivía constantemente un clima de comunidad, de Iglesia Joven que le mostraba al mundo que tiene “vida, y vida en abundancia”; que la Iglesia no es estática y que va más allá de la imagen que muchos tienen de misas solo pobladas por personas mayores. Está formada también por muchos jóvenes que están orgullosos de seguir a Cristo, su mensaje e intentar cumplir el mandamiento más importante que nos dejó: “ámense unos a otros…”. Pero la Jornada me regaló también el descubrir a Benedicto XVI, a escasos 50 o 60mts de él rezar ante el Santísimo, escuchar sus palabras cercanas y francas, verlo “luchar” para destaparse de la cantidad de paraguas con los que sus ayudantes lo tapaban para que no se mojara al largarse la tormenta; él no quería estar tapado, no le importaba la lluvia, él nos quería ver a todos, a los casi 2.000.000 de jóvenes que estábamos congregados en ese aeropuerto en torno a su persona y a la persona de Jesucristo. Todos los que estuvimos allí pudimos presenciar a un hombre sencillo, humilde y por momentos hasta tímido. En pocos segundos comprendí muchas cosas, comprendí el hecho de que sobre sus hombros caía la conducción espiritual de más de mil millones de personas a lo largo y ancho de todo el mundo y que ser la cabeza de una de las instituciones más grandes (sino la más) de la historia de la humanidad habían hecho en su cuerpo y sus fuerzas grandes trastornos; pero sobre todo me quedó claro la HUMILDAD con la que ocupaba ese puesto y en su cara se veía el agradecimiento a todos los que estábamos allí. Atrás quedaron esos prejuicios que yo tenía y contra los que él seguramente tenga que haber luchado muchas veces, sobre todo el que le pueblo más le pedía, que llenara los zapatos de su antecesor. Pero él no tenía que hacer eso, el es sucesor de Pedro, no de Juan Pablo.
El único sinsabor que me quedó de ese encuentro con Benedicto fue el no haberme dado cuenta antes de todas estas cosas, para poder disfrutarlo mucho más; este último tiempo desde la JMJ me encargué de hacer saber entre mis conocidos que yo ahora pensaba distinto del “Papa alemán” y que logré verlo y sentirlo realmente como un padre entregado a sus hijos. Me dedique a estar más atento a sus mensajes, a sus discursos, sus catequesis, como también a leer algunos de sus escritos, descubriendo cada vez más lo claras y sabias que son sus palabras. Y desde diciembre del año pasado ¡lo sigo en twitter!
Su decisión de dar un paso al costado y dejar la conducción de la Iglesia, no hace más que certificar esa Humildad de la que siempre dio cátedra con su actuar; de sobra sabía que su decisión sería mediatizada, cuestionada y criticada en todo el mundo, pero primó el deseo del bien para la Iglesia que tanto ama y por la cual entregó la vida. Con su renuncia no desprecia la misión que Dios le confió en abril del 2005, sino que la valora y la realza. Porque ya no se siente con la fuerza física necesaria para “gobernar la barca de san Pedro y anunciar el evangelio” (como él mismo declaró) se hace a un lado. En la “certeza de que la Iglesia es de Cristo, que no dejará de guiarla y de cuidarla”. Seguramente no haya sido una decisión fácil ni apresurada, sino producto de una meditación consciente basada en la oración; oración en la que se transformará su vida ahora, dedicado plenamente a un nuevo servicio, el de rezar por todos y cada uno de nosotros.
Ya hace casi 8 años que el Cardenal Ratzinger se convirtió en Benedicto XVI, y hace año y medio que lo encontré en la JMJ en Madrid; de lo que allí dijo recuerdo muchas cosas, pero en la noche de la vigilia, bajo la lluvia torrencial nos dijo a los jóvenes: “Hemos vivido una gran aventura juntos…”; esa aventura trascendió esa noche, esa aventura duró los 8 años de su pontificado, y me alegra decir que durante este último tiempo yo fui parte de ella…
Guillermo Gutiérrez
Las Piedras, Uruguay
Integrante de Pastoral Juvenil