¿Para qué un escudo? Para ilustrar, mediante imágenes, símbolos y colores, cuál es la misión del obispo.
El corazón. Es el Corazón humano de Jesús que contiene el tesoro más grande: los latidos, pensamientos y sentimientos del Corazón del Hijo de Dios, de la misma naturaleza que el Padre. Es como una ventana a través de la cual “vemos” y “palpamos” la Misericordia del Padre que nos ama con amor eterno y compasivo. Jesús, en la Cruz, atravesado por la lanza, abre para nosotros la fuente de agua viva y comunica su Espíritu para dar vitalidad a las acciones y palabras de sus discípulos. Este Amor es el origen y fin de la misión de la Iglesia y del obispo.
La estrella. Es María, Madre de Jesús y también nuestra. Fiel y fuerte, su “Sí” sostiene y alimenta el “sí” de la iglesia y sus pastores. Su presencia y devoción en nuestras comunidades eclesiales es una señal segura de que la vida de Jesús, sigue haciéndose “carne” en el mundo.
La oveja. Símbolo de la comunidad eclesial a quien Jesús, el buen pastor, conduce y alimenta. El obispo encarna esta preocupación y cuidado del pastor que llama, reúne, alimenta, defiende y quiere reunir a todos, como buen padre. Es su misión pastoral.
La serpiente. Sirve, desde los comienzos de la Biblia de disfraz a un ser hostil a Dios y enemigo del hombre, en el cual, toda la tradición cristiana ha reconocido al Adversario, al diablo. Es como la voz oculta que con engaño envenena el alma de Eva, introduce la duda, mata la amistad con Dios y lo arruina todo. Así aparece en el libro del Génesis (Gn. 3). La iglesia interpreta, siguiendo a San Agustín, que la historia de salvación gira entorno a Eva y María, el rechazo o la aceptación de los caminos de Dios. También la historia tiene como eje a Adán y Cristo, el hombre viejo y el Hombre Nuevo.
Jesucristo al inicio de su vida pública, enfrenta al adversario (relato de las tentaciones) venciéndolo. Su victoria definitiva en la Cruz es garantía y esperanza de salvación para el pueblo cristiano.
“Mi fuerza en la debilidad”. Expresión audaz de San Pablo (2 Cor. 12,10) quien confiesa que su fuerza está en el Señor y que la experimenta cuando se reconoce débil.