“Los jóvenes necesitan referentes. Y los mayores no podemos ser omisos”, advierte el Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti, en su columna semanal en el Diario “Cambio”.
“¡Lo malo y lo bueno se aprende! Pero ¿quién enseña a diferenciar lo uno de lo otro? Aquí reside el arte de la genuina educación”, plantea.
Al retomar sus columnas semanales luego del receso estival, el Obispo cuestiona el débil involucramiento de los adultos en la transmisión de valores que contribuyan a edificar un mundo mejor. «No alcanza criticar para cambiar el mundo”, afirma al tiempo que recuerda que “todos podemos hacer algo en el pequeño espacio donde uno camina, habla, come, trabaja, se vincula, critica, opina o sueña”, plantea.
Mons. Galimberti indica que “el discernimiento moral no es un chip que funcione automáticamente” y advierte que tanto en la vida honesta como en la deshonesta se empieza de “a poco”. “La repetición genera un hábito, un valor, una virtud o un vicio. Hay que aprenderlo, educarlo y defenderlo. “Pero ¿quién se atreve hoy a educar esta conciencia moral? Hasta los padres titubean”, cuestiona.
“¿El que no afana es un gil…?”
Mons. Pablo Galimberti
Se aclara un robo y al día siguiente se destapa una maniobra gigantesca. Aparecen en cualquier lugar y los protagonistas son de toda la escala social. Pero la avaricia disfrazada de necesidad o pulsión ciega tiene eso: es una inclinación torcida que siempre pergeña alguna tramoya.
A veces son acciones de individuos que parecen actuar en forma improvisada. Pero en otras vemos que detrás hay planificación, estrategia, apariencia de buenos modales. Guante blanco.
Un Fulano, joven de 23 años, días atrás fue procesado por el delito de estafa continuada. La sentencia le cayó en Cárcel Central donde se encontraba por anteriores delitos del mismo rubro.
La maniobra la aprendió cuando era adolescente, según declaró. Un estafador profesional le enseñó a robar plata de los bancos a través de los depósitos.
Aprendió el oficio. Declaró a la policía que empezó a probarse cuando era menor, pero al ser detenido varias veces era entregado a su abuelo.
¡Lo malo y lo bueno se aprende! Pero ¿quién enseña a diferenciar lo uno de lo otro? Aquí reside el arte de la genuina educación. ¿Cuánto habrá pesado la ausencia de sus padres?
Es una constante tanto en el camino del robo como en la vida honesta. Empezás con poco y la repetición genera un hábito, un valor, una virtud o un vicio. El discernimiento moral no es un chip que funcione automáticamente. Hay que aprenderlo, educarlo y defenderlo. Pero ¿quién se atreve hoy a educar esta conciencia moral? Hasta los padres titubean.
Si un maestro o maestra lo intenta hacer en la escuela capaz que choca con la familia y resulta interpelado por entrometerse en estas cuestiones!
Pero en estos días se agitan otros asuntos a nivel del propio estado. El aporte de trabajadores al Fonasa ¿será devuelto en base a que se aportó de más y es por tanto un reclamo de justicia? ¿Por qué tantas idas y venidas? Pésimo procedimiento y mal ejemplo si la población ve que le birlan lo que le pertenece!
Decían los antiguos que lo peor es la corrupción de los mejores (“corruptio optimi pessima”), o sea, de los que deberían servir de referencia. Alguien dijo que más que las acciones nefastas de los malos le preocupaba la omisión de los buenos.
Escribía Leonardo Boff: “Ha habido corrupción en políticos del PT y en otros, no puntual ni episódica sino intencionada y planeada. Este tipo de corrupción, como muchos pueden atestiguar, viene siendo practicada desde hace mucho por la política convencional de forma sistemática…”
Al igual que acontece con la gula y la lujuria, la ilusión de la avaricia es la de colmar un infinito a través de realidades finitas, vanamente multiplicadas y acumuladas; pero muchas cosas “finitas”, sumadas, no pueden dar jamás, como resultado, lo infinito.
¿No hay nada que hacer? ¿Tendremos que resignarnos a limitar el debate a un cambio de ministro? Los jóvenes necesitan referentes. Y los mayores no podemos ser omisos. O espectadores pasivos o comentaristas desde la poltrona frente a la televisión.
No alcanza criticar para cambiar el mundo. Todos podemos hacer algo en el pequeño espacio donde uno camina, habla, come, trabaja, se vincula, critica, opina o sueña.
Los educadores están muchas veces cansados y son altísimos los pedidos de licencia por estrés. No por el trabajo diario. Más bien por la dificultad de suscitar interés y canalizar en los alumnos caminos de compromiso y realización.
Columna publicada el viernes 3 de marzo de 2017 en el Diario «Cambio» de Salto