Los denominados “actos fallidos” son esas equivocaciones, lapsus, olvidos o vulgares “metidas de pata”, que dos por tres nos ocurren. Freud demostró que no son inocentes errores, sino reveladores de intenciones ocultas. Esto está en la tapa de cualquier manual de divulgación sobre psicología. Valga este ejemplo: un nuevo párroco asumía su cargo y al tomar la palabra dijo: ¡después de mi humilde antecesor ha llegado el momento para este ilustre sucesor! Con este preámbulo vayamos al grano.
Los lectores de Cambio probablemente pudieron leer en la edición del pasado miércoles 2 de junio (página 2) el titular: “Sectores del Frente Amplio inician campaña a favor de la Ley del Aborto”. Pero lo llamativo y que hoy quiero comentar, fue la foto que ilustra la noticia.
En el fondo, parte de una fachada del Palacio Legislativo. En un primer plano hay dos figuras, con aspecto de momias o de personal de un quirófano. Turbantes blancos y cuerpo envuelto con tela color blanco pálido. La mirada es esquiva: la figura del fondo con los ojos cerrados, la que está delante mira el suelo. Las dos con un cartel de medianas dimensiones: YO DECIDO y en pequeño el símbolo femenino del círculo con una cruz abajo. Una lo mantiene en alto con la mano izquierda sobre la cabeza, la otra en la derecha a la altura del torso.
Con todo respeto, me animo a señalar en esta imagen un acto fallido, o sea, que manifiesta algo diferente e incluso contrario a lo que se pretende.
El acto fallido es una especie de traición que nos hace el inconsciente haciéndonos decir lo que conscientemente no queríamos decir. Obvio que el yo siempre puede disculparse tras un acto fallido, diciendo que no era eso lo que quería decir, pero siempre hay alguna verdad allí. (Wikipedia)
La mitad del cuerpo que se ve, son imágenes sin movimiento, rostro rígido, sin ninguna expresión, que obligan casi a pensar y a situarlas más en el reino de la muerte que en el de la vida.
La pregunta es por qué disimulan la identidad, por qué evitan las expresiones del rostro, que es el lenguaje más directo a nuestro alcance. La conclusión que saco es que la intención oculta de la propaganda está orientada, sin lugar a dudas, a provocar la muerte. Y que hay algo mentiroso que se esconde en la ley y en la propuesta de libertad, esgrimiendo el “yo decido”. Y es que el complemento directo del “yo decido” es sencillamente la muerte.
Quizás, para hacerse insensibles ante la vida humana en la embarazada, se recurre a la máscara, efigie o momia. Quizás como ocultando una responsabilidad demasiado pesada. Y por eso los rostros sin ningún atisbo de expresión.
Hace dos años el pintor Jorge Damiani obsequió al obispado un óleo (2 metros x 1,50); el tema es la resurrección de Lázaro. De pie, envuelto con vendas, dos profundas cavernas en el lugar de los ojos, la mirada del pintor capta el instante en que salvo el estar de pie, lo restante lo coloca más del lado de la muerte que de la vida. El parecido con las dos mujeres momificadas se me hizo evidente.
En la medida en que esta imagen, tomada como muestra de los “argumentos” de los partidarios del aborto, sea expresión de las ideas de la campaña, es clara su inconsistencia. Se comprueba además una falta de transparencia, que exige que intenciones y palabras estén acordes.
El “YO DECIDO”, frase de la pancarta sostenida por cada una de las dos mujeres momificadas, encierra también un curioso e inesperado acto fallido. El verbo “decidir” en efecto, proviene del latín “cedere” y tiene un abanico de significados muy elocuentes: cortar, derribar, podar, cortar en pedazos, matar, inmolar, golpear, maltratar. En una palabra, el lado oculto y nefasto del aborto.
Termino mencionando al machismo oculto muchas veces detrás de un mujer embarazada. Bastaría escuchar a Jaime Roos: “La Hermana de la Coneja”: en un depósito sucio, 16 años y el comienzo de un periplo más hamacado que un tren. El cuento de que “todo va a salir bien”. Y las secuelas del aborto. “La marca una sombra que nunca pudo esquivar”.
Publicado en el Diario «Cambio» del 14 de junio de 2013