La prensa informó esta semana sobre la denuncia de un soldado uruguayo, 24 años, integrante del Ejército. En las recientes maniobras militares en Soriano fue víctima de un violento abuso sexual por parte de un grupo a cuyo frente había un cabo. Además lo amenazaron con matarlo si denunciaba lo ocurrido.
A veces, determinados grupos, con mentalidad patotera, llevan a tales conductas. Estos hechos de violencia sexual también han ocurrido lamentablemente en instituciones de la Iglesia Católica o de enseñanza o en barras juveniles.
Hasta no hace mucho tiempo estos hechos solían quedar tapados. Las víctimas temían hablar sobre estas conductas perpetradas por familiares cercanos, tíos, padrastro, algún vecino o maestros, mucho más si estos eran religiosos.
Si un menor abría la boca, la reacción de los mayores a veces oscilaba. Es que la mera sospecha de esos hechos puede desatar una crisis familiar con repercusiones insospechadas.
Días pasados la empleada de un negocio de alimentos llevó un encargue a un cliente. Ingresó a la casa y el hombre mayor intentó abusar de ella. La joven zafó y corrió a denunciarlo. Llegó la policía y el hombre pidió unos minutos; después se oyó un disparo. El hombre que se mostró atrevido ante la joven eligió la retirada antes que dar la cara. Felicito a la joven. Pero pienso también en el hombre: solo, quizás sin familia, buscando afectos, no educado para controlar impulsos instintivos que pueden movilizarse ante una mujer joven.
Una señora mayor me contó que no olvida un intento de abuso por parte de un pariente cercano, hace 40 años. Las personas adultas no olvidan manoseos o juegos sexuales en que se vieron involucrados cuando pequeños por parte de mayores. Los actuales procedimientos penales que la iglesia ha actualizado a raíz de los abusos denunciados y verificados en los últimos años, han previsto el ofrecimiento de un apoyo psicológico o espiritual para las víctimas de este tipo de abusos.
Le explicaba a una señora que cualquier abuso deja huella. Son como cicatrices que llevamos en el cuerpo, algunas casi olvidadas. Mientras hablaba le mostré mi mano derecha donde llevo una señal de los que tomamos mate; un día me agaché con un termo bajo el brazo derecho; saltó el tapón y me dejó una señal de quemadura entre el pulgar y el índice.
Las pautas morales de conducta normalmente se aprenden desde chicos. Las familias cristianas van enseñando esos valores; son luces que guían en los conflictos de la vida cotidiana: la verdad es mejor que la mentira, ayudarnos es mejor que ignorarse, hay un derecho a ser respetados en nuestra esfera íntima frente a la curiosidad invasiva, que pretende descubrir lo íntimo de los otros. A nivel político lo estamos presenciando en el espionaje por parte de Estados Unidos.
La revolución sexual de los 70 valoraba negativamente ese sentimiento de “pudor”, considerándolo como inhibidor de la sexualidad, postulando una ilimitada libertad sexual.
Sin embargo, pensadores como E. Mounier, revalorizan esta esfera personal. En el momento en que la persona, especialmente en su corporeidad, entra en relación con los demás, inmediatamente se le plantea la exigencia de darse a conocer, de manifestarse y al mismo tiempo de mantener una esfera de resera y de intimidad.
A través del pudor una persona invita al otro a no reducirlo exclusivamente al cuerpo; lo invita a vislumbrar el misterio del propio ser. Ofrecerse a las miradas ajenas como mera corporeidad, significa renunciar a ser persona y hacerse aceptar solamente como “cosa”. Ofrecer o mirar al cuerpo a las miradas ajenas por pura sugestión erótica, es un vínculo semejante a la prostitución.
La persona reducida a las miradas “devoradoras” de los otros se ve como vaciada de sí misma. Cabe la expresión de Sartre: el infierno son los otros. Tienen mucho que ver en este manejo del cuerpo del otro algunos medios de comunicación que explotan la vida secreta de las personas y transgreden límites éticos.
La pornografía, donde lo que vale es el puro cuerpo y la gimnasia sexual, prescindiendo de cualquier relación personal, poco ayudan en este sentido.
Columna publicada en el Diario «Cambio» del viernes 15 de noviembre de 2013