El asunto que fue aprobado el martes pasado en Diputados requiere reflexión. Me pregunto por qué un asunto de tanta importancia se presentó al debate parlamentario en el último tramo del año, antes del receso.
La crónica periodística es extraña. Entre las exclamaciones de las barras, el ingreso en sala de una legisladora suplente perteneciente al colectivo Ovejas Negras y algunas expresiones propias de telenovelas como “el amor no es homo ni hetero ni bi, es amor y nadie le puede poner límites”, según expresó un legislador. Casi un elogio del amor ciego, razón por la cual hay tanta gente en la cárcel y tantos problemas de convivencia.
Expresiones como estas me hicieron recordar al Quijote interrogando a un preso sobre la razón de su condena: por amor, le responde! Si es por eso también yo debería ir preso! ¿Pero amor a qué? Yo, por amor al dinero ajeno!!! Eso es otro cantar!
Sea como sea el debate está abierto.
Resulta muy simplista fundamentar la modificación del derecho que rige la institución familiar basándose en el único aspecto de la no discriminación y en el principio de la igualdad. El asunto es más complejo.
Las posiciones a favor o en contra de abrir el matrimonio a personas del mismo sexo son tres.
I. La posición que por el momento ha ganado en Diputados defiende la apertura del matrimonio y de la adopción de niños a parejas del mismo sexo en virtud del principio de no discriminación. Se coloca en la lógica de la defensa de los derechos individuales. El matrimonio, en este caso, no tendría una naturaleza propia o una finalidad en sí misma; su sentido sería el que quisiera conferirle un individuo a partir de su decisión autónoma. Este planteo está sostenido por la modernidad política con su propia comprensión de los valores de la libertad y la igualdad.
II. Un segundo planteo, mucho más radical y militante, aspira a suprimir el matrimonio tradicional para reemplazarlo por un contrato universal abierto a dos o más personas, del mismo o diferente sexo. Para quienes sostienen esta posición no habría más sexos y la diferencia entre hombre y mujer no sería más que el resultado de una cultura heterosexual dominante, de la que habría que liberar a la sociedad.
III. El tercer planteo sostiene que el matrimonio está ordenado a la fundación de una familia y no puede por tanto corresponder más que a las parejas heterosexuales, únicas capaces de procrear naturalmente. En este caso, el matrimonio tiene una naturaleza propia y una finalidad en sí mismo, enmarcadas por la ley civil. El sentido del matrimonio supera entonces la buena voluntad de los individuos. Este planteo, que nosotros apoyamos, que cuenta con la experiencia milenaria, pone un límite a la libertad individual, que en la actualidad es percibido por mucha gente como inaceptable y retrógrado.
Entre estos tres modelos no existe en nuestro país un debate político argumentado. Para instaurar este debate debemos reconocer el conflicto existente entre la significación del matrimonio heterosexual y la experiencia homosexual contemporánea.
Se trata también de respetar a todos los actores de este debate y de permitir a cada uno reflexionar más profundamente y expresar libremente sus convicciones. Si cualquier reticencia ante esta reforma del derecho de familia es calificada de antemano de “homofóbica”, no puede haber un debate a fondo. Sucede lo mismo cuando las demandas de las personas homosexuales es descalificada de antemano. El respeto de todos los actores del debate implica una mutua escucha y la búsqueda de un lenguaje compartido.
Los cristianos creemos en un Dios que es Amor y que da la vida. Esta vida está marcada por la alteridad sexual: “Hombre y mujer los creó” (Génesis 1,27). Es esta una de las bondades de la creación orientada a la transmisión de la vida. En la experiencia humana únicamente la relación de amor entre un hombre y una mujer puede dar nacimiento a una nueva vida. Sin desconocer otras relaciones de amor o amistad, la única que incluye el nacimiento de una nueva vida es la relación varón-mujer.
La amplitud del tema exige que lo retomemos.
Columna publicada en Diario «Cambio» el viernes 14 de diciembre de 2012