El Obispo de Minas, Mons. Jaime Fuentes, en el post publicado el jueves 13 de diciembre, en su blog www.desdelverdun.org, se refiere a la reciente aprobación en la Cámara de Diputados del proyecto de ley de “matrimonio igualitario» y adelanta que “a partir de la obvia votación senatorial que se viene y de la consiguiente promulgación de la ley, todos los que creemos que el matrimonio es la unión de amor indisoluble entre un hombre y una mujer capaces de relacionarse sexualmente, pasaremos a la categoría de defensores de una causa perdida. Lo cual, en este tiempo de revoltijo relativista que arrasa con todo en nombre de los derechos humanos (¿?), es un motivo de muy legítimo orgullo”.
El Pastor se aventura a plantear, asimismo, que “la ley igualitaria aprobada por los diputados, puede tener la virtud de activar el sentido religioso del verdadero matrimonio y, en consecuencia, despertar la conciencia de que los derechos divinos están por encima de los derechos humanos”.
¿UNA CAUSA PERDIDA?
La votación del proyecto de ley de “matrimonio igualitario”, me trae a la memoria aquello que dijo Jorge Luis Borges… Un estudiante, “revolucionario” de su tiempo, después de escuchar embobado al maestro que él y el auditorio habían recibido hostilmente, le preguntó: – ¿Cómo es posible que un hombre como usted, tan culto, mantenga ideas tan conservadoras? – Oiga, joven, dijo Borges: ¿no sabe usted que los caballeros sólo defendemos causas perdidas?
A partir de la obvia votación senatorial que se viene y de la consiguiente promulgación de la ley, todos los que creemos que el matrimonio es la unión de amor indisoluble entre un hombre y una mujer capaces de relacionarse sexualmente, pasaremos a la categoría de defensores de una causa perdida. Lo cual, en este tiempo de revoltijo relativista que arrasa con todo en nombre de los derechos humanos (¿?), es un motivo de muy legítimo orgullo.
Lo es porque la familia es la base de nuestra sociedad, según reza el artículo 40 de nuestra machucada Constitución, y la familia es hoy y será mañana lo que siempre fue, como el mate. En consecuencia, defender la causa del matrimonio-para-siempre-y-abierto-a-la-vida, origen de la familia, es un objetivo de incomparable nobleza.
Se me dirá, con razón, que cada vez hay menos matrimonios, más divorcios y más arrejuntes y que correr casi en solitario… Es un motivo más para enrolarse en favor de la causa. – Sí, pero ¿cómo se hace, en un ambiente que está flechado en contra?
La respuesta puede darla otro de los “grandes” del siglo XX, André Malraux. Este ilustre agnóstico dijo una vez algo indudablemente profético: El siglo XXI será religioso o no será. En efecto, los doce años que llevamos de este siglo, están marcados con signos del no ser: estamos perdiendo, nada menos, que el sentido de la condición humana: violencias a granel; aberraciones sin fin; la mentira instalada en todos los niveles; injusticias clamorosas; aprendices de brujo empeñados en hacer centauros…
Malraux vio claro el apagón moral que llegaba y señaló dónde se encuentra la llave de la luz: en el sentido religioso de la vida. Si no… ¿Cómo no reconocer que el matrimonio ha sido celebrado, siempre y en todas las culturas, por su vínculo sagrado? Dicho de otra manera: siempre y en todas partes se ha festejado con las mayores fiestas, el fantástico misterio de que, uniéndose en matrimonio, un hombre y una mujer pueden pro-crear, es decir, participar del poder creador divino y dar la vida a un nuevo ser humano.
La ley igualitaria aprobada por los diputados, puede tener la virtud de activar el sentido religioso del verdadero matrimonio y, en consecuencia, despertar la conciencia de que los derechos divinos están por encima de los derechos humanos. En otras palabras: el código civil no puede cambiar la naturaleza sagrada del matrimonio.
Por ese camino, nuestro siglo XXI aún tiene esperanza. La ideología que sustenta el desmadre actual se caerá, como todas las ideologías; puede que tarde unos años, pero algo tan alejado del puro sentido común, no puede perdurar.
Sólo la belleza salvará al mundo, escribió Dostowieski. ¿Hay algo más bello que el nacimiento de un niño, fruto del amor de un matrimonio? Y los padres son los primeros en reconocer que tanta belleza no les pertenece: “¡es divino!”, exclaman al verlo. Y nunca nadie, como ellos, dice algo tan cierto, tan cierto.