En el reciente día del médico, un grupo de profesionales y familiares se reunieron en el cementerio para un sencillo acto en memoria de los colegas fallecidos. Un gesto que repiten cada año. Como ellos, son muchos los que cumplen con el ritual de ingresar ocasionalmente al cementerio para dialogar de un modo más explícito con “sus” muertos. Pero otros lo hacen en cualquier ocasión, sin necesidad de un día o lugar especial.
El cementerio es un espacio apropiado. Hasta los cipreses invitan al recogimiento, como escribió Juana de Ibarbourou: “un gran dedo vegetal que siempre está indicando al ruido: calla.” Estos lugares de nuestra ciudad ayudan a elevar el pensamiento y entrar en comunión con los que “duermen”, según la raíz griega de la palabra “cementerio”, desafortunadamente cambiada muchas veces por “necrópolis” equivalente a “ciudad de los muertos”.
Los que parten se llevan su historia. Pero dejan en las personas cercanas memorias y hasta ejemplos y enseñanzas que acompañan y sirven para continuar caminando por la vida.
Las fechas en que un grupo se reúne en el cementerio permiten renovar el vínculo con los familiares, seres queridos o colegas que nos han dejado. Paradójicamente la muerte parece que conserva lo que la vida no puede conservar. Cómo vivieron nuestros difuntos, qué amaron, cómo ejercieron su profesión o actividad laboral, cuál fue su aporte a la comunidad, cuáles fueron las dificultades que debieron enfrentar.
Al entrar en diálogo con ellos ante sus tumbas es como abrir las páginas de una historia pasada y terminada pero de algún modo también presente en sus familias. Es curioso cómo las tumbas son como un espejo de su existencia y de su mundo. Y extrañamente, en ese lugar de muerte se reanuda el diálogo que la muerte puso en crisis.
Recientemente el Papa Benedicto, recordando a sus predecesores, expresó que los lugares de la sepultura constituyen “una especie de asamblea en la que los vivos encuentran a sus propios difuntos y con ellos consolidan los vínculos de una comunión que la muerte no ha podido interrumpir”.
Esa experiencia de rara cercanía con los muertos la tuve cada vez que ingresaba a una catacumba en Roma, que eran cementerios particulares. Allí los cristianos de la primera hora se hacen hermanos de quien recorre esos pasadizos. En varias ocasiones en las catacumbas de Priscilla acompañé a jóvenes sacerdotes que querían celebrar allí su primera misa. Es curioso cómo a pesar de la enorme distancia en el tiempo, uno siente que la vivencia de la muerte de personas cercanas sigue siendo la misma.
Steve Jobs, después que le habían diagnosticado un cáncer incurable de páncreas, dirigiéndose a una multitud de estudiantes de Stanford en el día de su graduación habló con claridad sobre la función que cumple la muerte en la vida humana. “A veces la vida te da en la cabeza con un ladrillo”. Más que sobre la muerte en sí misma, que es un acontecimiento bastante misterioso, él se refirió a cómo puede despertar a una persona.
Los filósofos existencialistas hablan de la realidad del “ser-para-la muerte” que nos acosa. A su manera lo dice el Martín Fierro: “no hay como el susto para despertar al mamao”.
Jobs les compartió lo siguiente: “Si vives cada día como si fuera el último, algún día tendrás razón”. Desde hace 33 años, expresó, “al comienzo del día me he preguntado: si hoy fuese el último día de mi vida ¿haría lo que voy a hacer hoy? Y si la respuesta era negativa durante varios días seguidos, sabía que necesitaba cambiar algo. Recordar que voy a morir es la herramienta más importante que haya encontrado para ayudarme a tomar las grandes decisiones de mi vida. Porque prácticamente todo: las expectativas de los demás, el orgullo, el miedo al ridículo o al fracaso se desvanecen frente a la muerte…”
Es obvio que nadie quiere morir, les dice Jobs a los jóvenes. Sin embargo la muerte es probablemente el mejor invento de la vida, es el agente de cambio de la vida; retira lo viejo para hacer sitio a lo nuevo”.
Un mensaje para todas las edades y momentos. En especial cuando nos toca vivir un duelo.
Columna publicada en el Diario «Cambio», el viernes 7 de diciembre de 2012