Ayer me llamó una periodista, y otro hace un rato, para conocer la posición de la Iglesia acerca del «matrimonio igualitario». Respondí por escrito lo que sigue.
La Iglesia tiene varias cosas para decir acerca del mal llamado “matrimonio igualitario”: una, que el hombre y la mujer no se inventaron a sí mismos, sino que son una creación de Dios, tal como viene relatado en el libro del Génesis, el primero de la Biblia, que es común a judíos y cristianos. De los capítulos 1 y 2, se desprende claramente que Dios formó al varón y a la mujer como seres iguales en dignidad –los dos, hechos a imagen de Dios, es decir, con capacidad de amar, de libertad para elegir el bien y seguirlo voluntariamente- y sexualmente diferentes.
En segundo lugar, la diferenciación sexual tiene una finalidad natural obvia: es la expresión física del amor de los dos, encaminada no sólo al placer sino también a la procreación de otro ser.
El matrimonio es la unión contraída libremente entre un hombre y una mujer, y abierta a la procreación. Como su mismo nombre indica, el matrimonio es apertura a la maternidad (mater es madre, en latin, y munus es oficio, papel: papel de madre).
Entiendo que en distintas épocas la mujer ha sufrido abusos por parte del hombre y, en consecuencia, que hayan nacido corrientes feministas que reclaman, con razón, cambio de roles en el matrimonio: ya pasó la época del “macho” que no podía lavar pañales, por ejemplo. Pero de ahí a pretender cambiar la naturaleza misma del matrimonio y que sea lo mismo una unión homosexual que el matrimonio, hay un abismo.
Se puede preguntar, ¿qué pasa con dos personas del mismo sexo que se quieren y desean compartir su vida? Parecería lógico que tengan también un reconocimiento civil, pero no puede ser igual al que regula el matrimonio. Equiparar esta clase de uniones al matrimonio, entiendo que sería una grave discriminación hacia el hombre y la mujer casados, puesto que éste lleva consigo una serie de obligaciones y derechos mutuos que no se dan en otra clase de uniones. Asimismo, los niños tienen derecho a tener un padre y una madre, naturales o adoptivos, para crecer como personas. Está más que demostrado que no puede suplirse esta necesidad por los cuidados que puedan darle dos hombres o dos mujeres.
Pienso que la filosofía de género que alimenta estos planteos, es una auténtica ideología que, invocando la libertad sin límites y a cualquier precio, pretende, en la práctica, arrasar con los fundamentos mismos sobre los que está construida la sociedad. No es buen camino. Si la libertad no está ordenada según lo que dicta la razón, el sentido común, la persona no será más libre ni será mejor la sociedad. El artículo 40 de nuestra Constitución es muy claro: la familia es la base de la sociedad. Y el concepto de familia no se puede cambiar con votos. Si lo fuera, habrá que legislar también sobre los “matrimonios de a tres o de a cuatro”, seguir con la poligamia, con los andróginos…Un poco de sensatez, por favor.