Los adolescentes (comprendiendo a quienes están entre los 13 y 19 años: “teenagers”) son centro de un debate en nuestro país. Desde dos miradas se apunta a este segmento de la población. Por un lado están los que pretenden hacer a los menores infractores judicialmente responsables. Por otro, los que ven en ellos aptitudes suficientes como para incorporarlos desde los 16 años al padrón electoral y a la contienda previa. Hoy nos referiremos a la primera cuestión.
Aunque toda etapa de la vida puede considerarse de transición, por su misma definición esta franja de gente joven vive con mayor intensidad la crisis este pasaje. La raíz latina indica que adolescente viene del verbo “adolesco” que significa crecer, ir en aumento.
Mi intención es apenas obligarme a poner por escrito lo que estamos observando, respetando la pluralidad de puntos de vista. No tengo respuestas definitivas, pero planteo algunas preguntas. La ciudadanía se expedirá sobre estos asuntos.
Del mundo adolescente nos llegan muchas imágenes: 1) en el sector estudio vemos jóvenes que se destacan, sin desconocer que hay un importante sector joven, el de los “ni-ni”, que ni estudian ni trabajan, atados a una invisible cadena. En el rendimiento incide muchísimo la presencia o ausencia de los padres, su estabilidad laboral y el mismo estímulo familiar.
2) En el sector deportivo apreciamos actividades físicas que ayudan al desarrollo integral juvenil: trabajo en equipo, disciplina para entrenamientos, obediencia a un entrenador, respeto al adversario, aceptar reglas y juego limpio.
3) A los adolescentes también se los ve protagonizando accidentes de motos, a veces en “picadas” o en peleas con golpes de puño o pedradas a la salida de lugares bailables.
4) No menos importante, en este panorama adolescente y juvenil, es la participación de menores en hechos delictivos, incluyendo asaltos y muertes. Incluyo también la participación, queriendo o engañados, en delitos de prostitución o pornografía infantil.
Ante estos hechos la ciudadanía ha reaccionado, exigiendo mejor respuesta policial. Enganchado con esto se promovió una campaña que recolectó 360 mil firmas, con el objetivo de plebiscitar la baja de la imputabilidad de los menores. Además se pretende el mantenimiento de los antecedentes delictivos al cumplir 18 años. El proyecto incluye también la creación de un Instituto Nacional de Rehabilitación.
Una especialista argentina concluye que en los últimos 15 años las consultas de adolescentes son por estados de angustias difusas más que por peleas con los padres; es la angustia que despierta ante la falta de bordes definidos, de límites claros, reglas para oponerse y transgredir. Refiere que esta situación juvenil de “nebulosa indiferenciada” se incrementó durante los últimos tres años y actualmente recibe solicitudes de terapias para jóvenes entre 18 y 21 años que debían materias del liceo porque no sabían qué hacer después. Tampoco sabían en quién y en qué creer o para qué esforzarse.
“No tenemos necesidad de una educación!” exclaman los niños en la célebre canción de los Pink Floyd “Another brick on the wall”. Este tramo es interpretado antes por un adulto y luego por niños. Sin pensarlo emerge un doble mensaje significativo, en este como en cualquier manifiesto de la transgresión: también la no educación es, siempre, una educación y el rol del educador es imprescindible, porque los niños imitan y repiten lo que ven hacer a los adultos.
La cultura en que vivimos sugiere modelos fáciles y espontáneos de crecimiento donde todo resulta lícito: “vivimos en una sociedad donde parece que todo sea posible indiferentemente; donde cualquier idea o estilo de vida parece tener el mismo valor; donde el poder del aparato técnico-económico parece querer emanciparse de cualquier instancia humana; donde los deseos parecen convertirse en derechos y la estética parece tomar el lugar de la ética”. Esto lo decían los Obispos italianos en su programa “El desafío educativo”.
El mundo adolescente reclama atención. Recordemos a Pablo Estramín para mirarlos por adentro.
Columna publicada en el diario «Cambio» el 5 de octubre de 2012