Lamentable fue el tramo final del último clásico. El juego es el espejo de la vida personal y social. Un equipo perdía y un sector pequeño de sus hinchas optaron por arrojar piedras y pedazos de asientos de la tribuna. El juego se suspendió y al cabo de un rato el árbitro dio por finalizado el partido.
La escena me recordó la frecuente excusa cuando un alumno es bochado o lleva a su casa calificaciones en rojo: ¡la vieja de química es una amarreta! ¡A ese profe nadie lo entiende! O excusas por el estilo. Mejor sería decir: ¡me tocó la bolilla que me había rifado!
Cada tanto el alma necesita una higiene mental y afectiva para rastrear las huellas de las propias violencias y broncas. Alexander Solzhenitsyn, escritor ruso desterrado en el archipiélago Gulag cuenta que un día, después de recibir una golpiza, tuvo un delirio de venganza. Imaginó que la situación se invertía. Que sus verdugos pasaban a ser presos y él, verdugo. Experimentó de pronto cómo la maldad hacía erupción en su interior. Manaba a borbotones desde una oscura y hasta entonces desconocida fuente. Se vio a sí mismo, casi extasiado, desquitándose con extrema saña y crueldad. Entonces recapacitó y cayó en la cuenta de una tremenda e inquietante realidad: la línea divisoria entre el bien y el mal no separa a unos hombres de otros —los «buenos» y los «malos»—, sino que atraviesa de punta a punta el corazón de cada persona.
Nos cuesta reconocer el lado oscuro con el que convivimos a diario: la cobardía, mentira, pereza, la violencia, bronca, la envidia que hace zancadillas o pone piedras en el camino de los adversarios.
La escasez de autoconocimiento es causa de cargar las tintas o proyectar nuestros complejos en personas o situaciones. Así, la culpa está afuera: juez, dirigentes, hinchadas, policía…. Pero muy pocos se acusan a sí mismos. Esta es la desgracia de una comunidad y de un pueblo, reflejada en un escenario deportivo.
Con el lenguaje de los animales, al mejor estilo del pintor fraybentino Luis Alberto Solari, una fábula de Esopo, muestra los tenebrosos laberintos de nuestra conducta engañosa. Esopo es un personaje que no se sabe si existió, pero esas pinceladas siguen hablando, como es el caso de la fábula sobre la zorra y las uvas.
Una zorra hambrienta vio unos sabrosos racimos de uva que colgaban sobre su cabeza. En vano intentaba alcanzarlos. Y al no conseguirlo se dijo a sí misma: ¡amarga porquería!
Muchas veces la culpa de las propias frustraciones se proyectan ciegamente en quienes nos rodean. Es lo que ocurrió en el último clásico.
El estilo de vida light que hoy circula tiende a ocultar los propios fracasos. Si la experiencia es conocimiento adquirido mediante el contacto con la realidad, hoy se privilegia la capacidad de la libertad, capaz de borrar las huellas de lo que hemos andado o realizado. Y la sensación es que flotamos en una nube de irrealidad. Queriendo inmunizar la existencia contra los partidos perdidos, lo imprevisto, la depresión, el dolor físico o la muerte, hemos terminado inmunizándola. El buen samaritano se volvió ciego y sordo.
Algunos manejan la hipótesis de que la sociedad actual no sólo vacía la experiencia, negando lo que no quiere ver, sino que también rechaza, aleja o reinterpreta los fracasos. Tal como ocurrió el domingo pasado en el Estadio Centenario, cuando algunos violentos hicieron todo lo que estaba a su alcance para que el partido se suspendiera.
La aceptación y elaboración de pérdidas en el curso de la vida es parte del arte de vivir. Dice un autor que si la cultura y el arte han nacido de la percepción de una “herida”, un límite, una culpa o un sueño imposible, esta fuente de inspiración no promete mucho despliegue en una sociedad que quiere inmunizarse contra todo riesgo.
Muchos se alejan de la experiencia inmediata y viven en el mundo del ciberespacio, donde todo es manejable sin mayor esfuerzo. Pero necesitamos recuperar la belleza de lo real, inseparable del bien y la verdad.
Desde la familia y las aulas el fútbol podrá volver a recuperar los secretos desafíos de todo juego, espejo de la propia vida.
Columna del Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti, en el Diario «Cambio» del 19 de junio de 2015