En esta Cuaresma, el Obispo de Minas, Mons. Jaime Fuentes, anima a pedirle a Dios, por medio de María, que cree en cada uno de nosotros un corazón puro”. “Es un ruego de primera importancia, puesto que Jesús alaba a los ‘limpios de corazón, porque ellos verán a Dios’”, destaca el Pastor y acota que “lo que importa, entonces, es que hagamos propia la petición renovándola con la mayor frecuencia, como nos lo propone la liturgia de la Iglesia”.
En su blog www.desdelverdun.org el Obispo advierte que “un corazón puro no es el que está ‘incontaminado’. Más bien, es el del hombre o la mujer que han sido capaces de bajar a la profundidad más honda de su existencia y, sin miedo, han reconocido la propia culpa y la necesidad de ser sanados por Dios: ‘¡Crea en mí un corazón puro!’, porque que yo solo no puedo hacerlo”.
Mons. Fuentes plantea que “es necesario orar, hablar con Dios, con la ayuda de María, desde el fondo del propio corazón”.
El Obispo de Minas indica que “en esta operación de trasplante –cambiar el corazón viejo por uno nuevo creado por Dios- es indispensable la colaboración con el médico divino: la oración, el ayuno y la limosna son los medios que tenemos al alcance de la mano”. “Una oración más sincera; la privación de tantas cosas a las que estamos apegados (defectos del carácter con los que no luchamos; egoísmo; orgullo; estar pendientes de lo que nos da placer…) y la entrega no sólo de dinero, sino de la limosna de nuestra caridad, que se expresa en mil detalles de la vida ordinaria” son las claves de la propuesta del Pastor para esta Cuaresma.
UN TRASPLANTE
A nadie le entusiasma que lo operen del corazón, ¡Dios nos libre! No hace falta explicarlo, es indudable.
Durante la Cuaresma, sin embargo, le decimos a Dios cantidad de veces, que sí, que queremos someternos a una operación “a corazón abierto”, a un auténtico trasplante: “¡Oh Dios, crea en mí un corazón puro! Renuévame por dentro con espíritu firme”.
Es un ruego de primera importancia, puesto que Jesús alaba a los “limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. Lo que importa, entonces, es que hagamos propia la petición renovándola con la mayor frecuencia, como nos lo propone la liturgia de la Iglesia.¿Qué es un corazón puro? No sé si han visto la película Tierra de María. En ella aparecen los testimonios de personas tan distintas como un antiguo médico abortista, una bailarina de Las Vegas, una modelo colombiana y otras más, que en un momento de sus vidas tuvieron un “encuentro” con la Virgen y cambiaron su existencia. El común denominador de todas ellas, cuando hablan de lo que les sucedió, es la insistencia en una misma idea: es necesario orar, hablar con Dios, con la ayuda de María, desde el fondo del propio corazón.
Un corazón puro no es el que está “incontaminado”. Más bien, es el del hombre o la mujer que han sido capaces de bajar a la profundidad más honda de su existencia y, sin miedo, han reconocido la propia culpa y la necesidad de ser sanados por Dios: “¡Crea en mí un corazón puro!”, porque que yo solo no puedo hacerlo.
Los testimonios que aparecen en la película, coinciden también en la paz y la alegría que les dio el encuentro con Dios: esas personas descubrieron un día que el amor misericordioso de Jesús por cada uno supera todo lo imaginable.
El camino ordinario de la operación cardíaca fue una Confesión bien hecha, salvajemente sincera, en la que después de admitir sin vueltas las culpas, cada uno deja que Dios haga su obra en el corazón y le “renueve por dentro con espíritu firme”: conmueve en la película, por ejemplo, el testimonio de una antigua mujer de la vida, que dice con sencillez de niño que ya no se dedica a la prostitución, que nunca más lo volvió a hacer desde que encontró el amor de Jesús…
Quiero animar a todos, en esta Cuaresma, a pedirle a Dios, por medio de María, que cree en cada uno de nosotros un corazón puro. El Papa Francisco nos anima, especialmente, a luchar para que no nos domine la indiferencia, una actitud propia de quienes están cómodos, instalados en sí mismos y cerrados, de hecho, al amor de Dios y a los demás. Solamente teniendo un corazón puro, desprendido de nosotros mismos, podremos conseguirlo.
En esta operación de trasplante –cambiar el corazón viejo por uno nuevo creado por Dios- es indispensable la colaboración con el médico divino: la oración, el ayuno y la limosna son los medios que tenemos al alcance de la mano. Una oración más sincera; la privación de tantas cosas a las que estamos apegados (defectos del carácter con los que no luchamos; egoísmo; orgullo; estar pendientes de lo que nos da placer…) y la entrega no sólo de dinero, sino de la limosna de nuestra caridad, que se expresa en mil detalles de la vida ordinaria.
Que la Virgen Santísima, Madre de Jesús y Madre nuestra nos ayude a vivir con alegría esta bendita Cuaresma.