Hay momentos en que tomar una decisión no resulta fácil. Esta semana unos alumnos de 3º de liceo me planteaban sus preguntas.
Para que una elección importante no sea el resultado de arrebatos, encuestas o presiones del ambiente, necesitamos escucharnos a nosotros mismos.
No hablo de la decisión de ir al cine. Me refiero a las que marcan un rumbo en la vida. ¿Qué aconsejaríamos a una persona cercana en este dilema?
Lo primero es que sea capaz de ver las cosas como en realidad son. Y que tenga, además, capacidad de juzgarlas. Que su mirada no se enturbie por antipatías o fanatismos. O bien por intereses accesorios, como riqueza, honores o vida holgada.
Pero no basta. Hay que transformar estas consideraciones preliminares en decisión. No alcanza una amplia información, si la persona es indecisa, escrupulosa o atropellada. Y olvida o no toma en cuenta lo que sabe, en el momento decisivo. Y ante la necesidad imperiosa de actuar, cierra los ojos y acelera! Para liquidar el asunto.
Previo a unabuena decisión, tomada con libertad y atribuida a una persona concreta que de ella se responsabiliza, debe existir un espacio de reflexión sosegada. No basta la buena voluntad; se necesita también el conocimiento de lo que tengo ante las narices. “En el hacer y obrar–decía Goethe- todo se reduce a captar limpiamente los objetos; todas las reglas morales se reducen a una: la verdad.”
Hay que tender a ver sin prejuicios, sin caer en un mero voluntarismo, siendo capaces de captar en silencio lo visto y conocido, para transformarlo en decisión.
Y aquí interviene una virtud o cualidad que los antiguos le llamaron prudencia. Prudente sería la contracción de pre-videns y pro-videns. Implicaría simultáneamente la idea de perspicacia para prever las situaciones, sobre todo las inciertas, y de habilidad y perspicacia para proveer la manera de afrontarlas.
Según una antigua etimología, prudente sería “el que mira lejos”, el que escruta lo que aún no existe, el que discierne la acción que hay que poner. En italiano existe la palabra “lungimirante” para designar a la persona dotada de notable capacidad en el prever los desarrollos futuros.
Importa entonces resaltar las repercusiones futuras de las decisiones personales que asumimos en el presente.
La prudencia busca el modo de enlazar lo cotidiano con el planteamiento global de la vida. O sea, cómo estar prontos para evitar lo que distrae del fin y realizar lo que conduce al él.
Este modo de decidir “con los ojos abiertos” es porque hay un bien grande en juego y mediante la prudencia se adopta no la actitud tímida sino la diligencia vigilante e inteligente que hay que poner en acción cuando lo que está en juego no es un bien material o económico sino el máximo desarrollo y plenitud de la persona y por ella de la comunidad.
Abundan los “medios” y escasean los “fines”. Uruguay es el país latinoamericano mejor posicionado en el Indice de Desarrollo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), se informó ayer, según la Unión Internacional de las Telecomunicaciones.
Esto puede desorientar a jóvenes como adultos. Cuando el interés se concentra en qué “medio” adquirir o usar, pero sin tener claro la finalidad o el beneficio que me puede brindar o la adicción que podrá crear. ¿Tal modelo de auto es para ir al trabajo, salir con la familia o conseguir prestigio? Otro ejemplo es el cuidado de la salud.
Un monje argentino contaba de un joven que llegó al monasterio con su equipaje. Cuando se encontraron, el joven le mostró un pequeño equipo musical y le hizo una demostración. Y el monje le dijo: ¿sabés una cosa?¡no lo necesito!
Los antiguos tenían una expresión: réspice finem (mira el fin).
Estos ejemplos de cómo luchar para mantener decisiones vitales lo vemos en la mitología. El ejemplo de Ulises, haciéndose atar al mástil cuando atraviesa zonas peligrosas con cantos de sirenas o bien haciendo poner cera en los oídos de los marineros. Su meta era Penélope en Itaca.
Esas fidelidades creativas nos estimulan a procurar mantener vivas las buenas decisiones que un día hicimos.
Columna publicada en el Diario «Cambio» del 28 de noviembre de 2014