Nos quejamos por su pérdida, especialmente cuando la realidad nos golpea con violencia. Algunos se interesan por los caminos para su recuperación.
Los ciudadanos necesitamos ser educados sobre los valores comunes que sustentan la convivencia. No alcanza con sacar a relucir los pabellones patrios en algunas jornadas patrióticas. Hay que conocer a los padres de la patria, sus fatigas y sacrificios, sus sueños y fracasos. Y los valores que alimentaron sus desvelos.
Además están los valores de la convivencia social aprendidos en la familia, espacio donde circula el amor que da y recibe y donde el bien de uno es también el bien del conjunto. Cuando una madre se enferma o ausenta sufre toda la familia. Y cuando uno de ellos queda sin trabajo se prenden luces de alarma. Salud y trabajo son la base de la estabilidad emocional del hogar.
Otro espacio de aprendizaje teórico y práctico de los valores fundantes de la sociedad es la escuela y el liceo. La convivencia con pares y docentes sirve para el encuentro con el “otro”, el “diferente”, y donde los profesores, además de enseñar una materia también escuchan y plantean preguntas.
Desde estos primeros espacios de convivencia se aprende el valor básico de una sociedad como es la justicia. Con su doble vertiente: mis derechos y los ajenos, para alimentar el principio de solidaridad.
Aunque muchos den por descontado que conocen este asunto, en la práctica no es así. “Vivimos, al parecer, en un mundo de genios, en el que todos dominan a fondo la cuestión de los valores y muchas más”, afirma Adela Cortina, investigadora española. Según ella los valores son sumamente “escurridizos”. Y en particular se necesita encarar el asunto de los valores morales, porque la moral “la llevamos en el cuerpo, ya que no hay ningún ser humano que pueda situarse más allá del bien y del mal morales, sino que todos somos inevitablemente morales”.
Cuando decimos que tal persona es “buena” no pretendemos señalar sus cualidades intelectuales o su dinero. Nos fijamos más bien en esa cualidad de honestidad sin trampas. Una nobleza ética “a carta cabal”. Es oportuna la equivalencia expresada por A. Cortina: “Entendemos que un aumento en moralidad es lo mismo que un crecimiento en humanidad.”
Esto no quiere decir que no sean importantes los valores estéticos, intelectuales, religiosos, los relativos a la salud o los económicos. Pero son los morales los que requieren urgente atención. Tal vez porque se perciba que “desde ellos podremos ordenar los restantes, ya que los valores morales actúan como integradores de los demás, no como sustitutos de ellos.”
Hace poco bendije la cancha de una escuelita de fútbol. La condición para integrar un equipo y entrar a la cancha no es que el pibe sea habilidoso con la pelota. No se prioriza lo deportivo ni lo económico; el deporte es un medio para desarrollar personas. No se pretende sacar “estrellas” soñando en la exportación. Los valores morales integran, en este caso, valores deportivos.
Los valores no son caprichos subjetivos. Si me duermo escuchando la Oda a la Alegría, la culpa no es de Beethoven sino de mi cansancio o escasa educación musical. La educación en valores nos predispone para poder “degustarlos”.
Ortega y Gasset recuerda que cuando nos enfrentamos a las cosas no sólo hacemos sobre ellas operaciones intelectuales, como por ej. compararlas, clasificarlas… sino que también las estimamos o no, las preferimos o relegamos. Es decir, las valoramos.
Los valores valen. Aunque no los veamos plenamente realizados. Así la justicia, aunque no la palpemos ya, merece nuestra estima. No es un capricho. Esto ocurre a veces en la sociedad de mercado donde nos acostumbramos a poner precio a todo.
También a las personas, según el dicho: “toda persona tiene un precio”. Y acabamos pensando que no sólo fijamos su precio sino también su valor. Lo decía Oscar Wilde: “Cínico es el que conoce el precio de todas las cosas y el valor de ninguna”.
Todos podemos afinar nuestro olfato crítico hacia los valores que nos mueven antes de demonizar a otros.
Columna del Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti, publicada en el Diario “Cambio” del 3 de octubre de 2014