Las religiosas del Sagrado Corazón se mudan. Dejarán la zona del Cerro para instalarse en una periferia de la ciudad de Salto. El cambio no es por razones de seguridad o comodidad.
Se manejan con dos claves: la Palabra de Jesús y las necesidades de la gente. En esa confluencia nacen sueños y maduran aventuras. Dios no manda SMS pero usa otros lenguajes. Ana, uruguaya y responsable de la comunidad, con una joven argentina, Alejandra, me invitaron para conocer la nueva casa, compartir expectativas, la geografía del barrio y algunas pinceladas del vecindario.
La casa donde uno vive es más que un domicilio. “He descubierto, -escribe Saint Exupéry-una gran verdad, que los hombres habitan y que el sentido de las cosas cambia para ellos según el sentido de la casa. Tú no habitas una morada si no sabes ya dónde te encuentras. Tú no puedes amar una morada que no tenga rostro y donde los pasos no tienen sentido” (Ciudadela, cap. III).
La nueva casa de las Hermanas está en la zona este de la ciudad, pasando el Barrio Caballero. Donde termina la zona poblada. Tierra de periferia no sólo geográfica.
Llegamos, me presentan a Gustavo, vecino apenado por la muerte de su madre. El dolor compartido se hace más llevadero. Y él sabe que las nuevas vecinas tienen oídos para estas penas.
Vivirán en espacios más reducidos, pero no les preocupa. Frente a la casa hay una cañada, campo y gente fabricando ladrillos. Se ve a uno que trabaja con caballo, otro con tractor. Este será nuestro paisaje cada mañana, dice Ana con una sonrisa.
Allá arriba, donde están aquellas vacas, la gente dice que había un cementerio indio. Ana va recogiendo estos relatos. Son fragmentos de memorias, como esos ladrillos que me ha mostrado. A medida que se arme el rompecabezas permitirá buscar o crear una identidad.
El proyecto es poder levantar un salón para reunir a mujeres del barrio. Invitarán a las madres que dejan a sus hijos en la escuela de la esquina. Las iniciativas surgen: una charla, un encuentro casual, un vecino o vecina, una invitación, una ocurrencia, y allí están ellas con un oído atento.
Dice el Papa Francisco: “salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino”.
El término “periferia”, usado con frecuencia por el Papa Francisco, hizo historia en nuestro continente. Lo manejaron los economistas de la CEPAL (Comisión Económica para A. L. y el Caribe), para describir la situación económica y social de la región. Según estos analistas, la relación desigual centro-periferia es el obstáculo principal para el desarrollo. El continente se encontraba en situación de dependencia, como periferia respecto a los centros industrializados del primer mundo.
Esta relación desigual también puede darse en las relaciones humanas. Una figura fuerte, de corte autoritario, (padre, madre educadores, gobernantes, o todo aquel que tiene una responsabilidad de jefe o cabeza) puede subestimar a sus “subordinados” convirtiéndolos en “periferias”. Impidiendo o entorpeciendo el desarrollo de sus habilidades. Otras veces la gente ve fantasmas autoritarios por doquier.
Aplicado a la educación, Paulo Freire señalaba los límites de la educación que llamaba “bancaria”, donde “el que sabe” da conocimientos a otro “que no sabe”. Este mecanismo tiene sus límites. De hecho, el término “e-ducar”, viene del latín “e-ducere”, o sea, sacar de adentro. Esta perspectiva está respaldada por la tradición de Sócrates, que hablaba de la “mayéutica”, es decir, el arte de “dar a luz”. El sabía bien a qué se refería, pues su madre era matrona.
Habitar esta periferia es mucho más que cambiar de domicilio. Modifica la sensibilidad y plantea nuevas preguntas. Pregunté cómo viviendas precarias tenían tv satelital. Regalo del Mides, respondió un vecino.
Desde las periferias también se crece.
Columna publicada en el Diario “Cambio” del 19 de setiembre de 2014