Al viajar esta semana desde Artigas a Salto, en el ómnibus de las siete de la mañana, encontré mucho movimiento de maestras, docentes y niños. Una profesora se sentó a mi lado y al ver que era sacerdote me preguntó al rato qué página de la Biblia podía recomendarle para encontrar serenidad. Tenía que presentarse a la Comisaría de Sequeira para denunciar que le había faltado una computadora de las que ella, haciendo una tarea que en realidad le toca a los padres, debía entregar a sus alumnos.
Le pregunté si conocía el salmo 22 “El Señor es mi pastor” y me respondió que sí. Con imágenes sencillas invita a caminar con serenidad en medio de horas oscuras y los imprevistos que nos tocan afrontar. Por otra parte, le dije que quizás el tema de la computadora “extraviada” bien podía servir como disparador para abrir un diálogo con los propios alumnos.
Al rato, en la mitad del viaje, el ómnibus paró en la entrada de la carretera de unos seis kilómetros que conecta con Pueblo Lavalleja y Lluveras. Otro lote de pasajeros bajaron y subieron.
En la garita del empalme, en grandes letras se leía la leyenda: “Adiós pueblo mío”. Tres palabras sencillas y a la vez con mucha resonancia.
El que las escribió no encontró otra forma de calificar ese paraje del que físicamente se alejaba, que llamándolo “mío”. Se va, deja y a la vez de algún modo se lleva “eso” que llama “mío”.
Es lindo pertenecer a un lugar, a una querencia. Esto es propio de los escritores románticos, pero es también un rasgo de toda persona, que obligada por estudios, trabajos, razones políticas u otras, cumple con ese rito de despedida.
En la palabra “pueblo” imagino familiares, vecinos, compañeros de ruedas de mate o travesuras de la infancia, de amores adolescentes y etapas de escuela o liceo.
Mientras repasaba esa frase, me vino a la memoria “¡Adiós pampa mía!” Y busqué el tango para escucharlo entero. Me pareció que la voz de Jorge Negrete podía servir mejor para mostrar que la despedida del terruño o de un lugar donde se entrelazan tantas vivencias, es una vivencia universal. En Uruguay de las últimas décadas son tantos los amigos o parientes que se fueron muy lejos y cada tanto afloran vetas nostálgicas.
Transcribo partes de este tango. “Adiós, caminos que he recorrido, ríos, montes y quebradas. Tapera donde he nacido. Si no volvemos a vernos, tierra querida, quiero que sepas que al irme dejo la vida. Adiós! Al dejarte, ojos y alma se me llenan con el verde de tu pasto y el temblor de las estrellas, con el canto de los vientos y el sollozar de vihuelas, que me alegraron a veces y otras me hicieron llorar. Adiós, me voy camino de la esperanza, adiós, llanuras que he galopado, sendas, loma y quebradas, lugares donde he soñado.”
El sentido del “adiós” equivale a una oración: “A Dios los encomiendo”. Y tanto el que parte como los que se queda pueden decirlo con verdad. Transcribo algunas frases de una bendición irlandesa muy bonita: “Que los caminos se abran a tu encuentro, que el sol brille sobre tu rostro…. Que guardes en tu corazón con gratitud el recuerdo precioso de las cosas buenas de la vida. Que todo don de Dios crezca en ti y te ayude a llevar la alegría a los corazones de cuantos amas. … Que los ojos de Dios te miren, que los oídos de Dios te oigan, que la Palabra de Dios te hable, que la mano de Dios te proteja, y que, hasta que volvamos a encontrarnos, otro te tenga, y los tenga a todos, en la palma de su mano.”
Seguramente ustedes han vivido momentos similares. Porque la vida de cada uno se escribe entre abrazos y despedidas. Las páginas de la Biblia nos relatan dos en especial, la de Jesús en la última cena y la del apóstol Pablo, relatada en Hechos 20, cuando desde Mileto manda llamar a los presbíteros de Efeso: “ustedes saben que no he omitido nada que pudiera serles útil. Los invité a creer en nuestro Señor Jesucristo…..” Sabe que va hacia un final incierto y doloroso.“Pero poco me importa la vida, mientras pueda cumplir mi carrera y la misión que recibí.”
En definitiva, lo más importante es vivir cada momento, agradecer las etapas cumplidas y llegar a la meta. No quedarnos anclados en el pasado. Eso “pasado”, si es bueno, es también presente.
Columna publicada en el Diario «Cambio» del 2 de mayo de 2014