La historia corre veloz y parece que Juan Pablo II que muchos de los lectores pudieron escuchar y ver de cerca, aquí en Salto, quedó atrás.
Más lejos aún está el Papa Juan XXIII.
Este último asumió su cargo el 28 de setiembre de 1958. Como suele ocurrir los cardenales electores, que eran en aquel momento 51, menos de la mitad que los electores del Papa Francisco, estaban divididos en dos posiciones muy firmes. No resultaba fácil elegir al sucesor de Pío XII cuyo pontificado de 19 años había dejado una fuerte impronta. Se barajaban nombres de un italiano, un francés, un ruso y hasta un norteamericano. Sin embargo, las previsiones periodísticas resultaron, como tantas veces, trastocadas, ya que el conclave duró apenas tres días. El elegido era el menos papable, pero se cumplió aquello de que quien entra como papa sale cardenal.
La imagen de Juan XXIII se impuso de inmediato al gran público. Rostro bonachón, de origen campesino que nunca quiso disimular, sorprendió con el nombre que eligió, Juan XXIII, que había pertenecido a un antipapa. Pero pronto se vio que a pesar de sus años, le faltaba un mes para los 77, mostraría que los viejos también pueden traer novedades a la Iglesia. Y él supo mantener su jovialidad que tanto gustaba a los romanos. Muchos dijeron: ¡será un papa de transición! Pero muy pronto un titular afirmaba: ¡Tenemos un papa de carne! El entorno vaticano lo paralizó.
Pero la transición se transformó pronto en terremoto cuando el 25 de enero de 1959 anunció un concilio ecuménico, con participación de todos los obispos del mundo. “La iglesia –dijo- es un jardín para cultivar y no un museo de antigüedades”. “Cabeza de la Iglesia –añadió- es Cristo y no el papa”. Y para no terminar con estas perlas, expresó que “la Iglesia es de todos, pero sobre todo de los pobres”. En un mundo de hipocresías Juan XXIII impresionó al mundo por el coraje de ser él mismo.
Su famosa encíclica “Madre y Maestra” (año 1961) no la dirige sólo a la iglesia sino a todos los hombres de buena voluntad, queriendo llevar un mensaje de justicia y paz a todo el mundo. En su “ingenuidad” se acerca a todos, incluso a quienes llama “birboni” (prepotentes o deshonestos), con ánimo de testimoniarles la bondad humana y evangélica que lo animaba.
Sería largo hablar de algunos gestos como el acercamiento a China o cuando recibe afectuosamente en audiencia privada al yerno de Krushev, periodista, con la esposa.Su legado ha sido fecundo, especialmente por haberlo convocado en un gesto de libertad espiritual admirable. Sin hacer cálculos. Con la inauguración del Concilio Vaticano II, el acontecimiento de mayor relieve de la iglesia católica en el siglo XX, se cierra su pontificado, ya que muere el 3 de junio del 63.
La memoria de Juan Pablo II, que inicia su pontificado en 1978, la iglesia se abre a un nuevos horizontes y sensibilidades. Proviene de Polonia, ha sufrido las limitaciones de un régimen político duro y opresor. Y trae las huellas de un país que luchó para defender su soberanía, cuando los vecinos la ocuparon. Las milenarias raíces fueron el alimento que mantuvo viva el alma de los polacos.
Con este Papa me encontré varias veces en ocasión de las visitas quinquenales que corresponden a los obispos. Aprecié su capacidad de escuchar y responder con pocas palabras. Según contaba el obispo Daniel Gil, en una visita le había planteado al Papa algunas dificultades para evangelizar a los jóvenes. El Papa lo escuchaba en silencio. Al hacer el obispo una pausa en el tema que planteaba, el Papa se limitó a decir: “!pero Jesucristo resucitó!” Bastó eso como respuesta a aquellos u otros problemas que siempre se oponen al cristiano que tiene que sembrar la semilla en terrenos adversos.
Su venida al Uruguay, la Misa en Tres Cruces en 1987 y la visita a Salto al año siguiente, marcaron un estilo de su pontificado: los viajes. Y en cada lugar hablaba en la propia lengua. Y hacía gestos donde expresaba su cercanía con cada población. En el sur de Chile se puso un poncho y dijo: ¡ahora el Papa es mapuche!
Dos papas santos, que interceden y nos ayudan a reavivar la fe en Jesucristo. Disfrutemos de ser contemporáneos de este evento.
Publicado en Diario «Cambio» del viernes 25 de abril de 2014