El ritmo del tiempo humano no es siempre idéntico. Hay momentos en que clavamos la mirada en un reloj. Un examen, un viaje arriesgado, un adiós sin retorno, una cita de trabajo o una consulta médica donde nos darán un diagnóstico.
Según las expectativas los minutos corren con diferente velocidad. Desde las citas primeras entre un varón y una chica cuando recién se conocen hasta el partido de fútbol que define un campeonato.
Pero también experimentamos horas largas que no pasan, al sentir la ausencia de un ser querido o cuando una convalecencia prolongada nos ata a una cama en espera del alta médica. O se saborea un aburrimiento gris, cuando esta vida “mía” suma más golpes que caricias. Una seguidilla de frustraciones sin encontrar miradas y rincones protectores. Y la puerta que se avizora es una incógnita.
Los cristianos no somos extraños a estas vivencias. Por afuera pueden ser semejantes a otras personas, pero por dentro son muy distintas. Para explicar esto recurro a las cartas del Pastor luterano Dietrich Bonhoeffer, prisionero de los nazis. Ama la vida y mediante cartas cultiva afectos entrañables: “No sublimamos la muerte, porque la vida es muy valiosa. Rehusamos enérgicamente encontrar el sentido de nuestra existencia en el peligro; no estamos desesperados por esto y conocemos demasiado el gozo de vivir, como también el temor de la muerte y todos los otros efectos destructivos de un constante peligro. Según las experiencias de la guerra, nos atrevemos a penas a confesar nuestro deseo que ella no nos encuentre, de improviso, separados de lo esencial, sino en la plenitud de la vida y plenamente comprometidos. No serán las circunstancias, sino nosotros mismos quienes haremos de nuestra muerte una muerte plenamente consentida.” (Cartas y notas desde la cautividad).
Escribe con el telón de fondo de bombas, el rumor de amenazas y la sensación en la piel de que sus horas estaban contadas, en especial después del ataque fallido a Hitler, el 20/07/1944.
“No podemos odiar la muerte y estamos casi reconciliados con ella. Sabemos, en el fondo, que le pertenecemos y un nuevo día es un milagro. Para ser francos, nos gustaría ver antes para qué sirve nuestra vida destrozada.”
Comparto con ustedes cómo este hombre vive en su prisión los días de la semana santa y la pascua. “Con qué gozo les hago saber que aquí también yo celebro felices Pascuas! Viernes Santo y Pascua son liberadores porque arrancan nuestros pensamientos de nuestros destinos personales para orientarlos hacia el sentido último de cualquier vida, sufrimiento o acontecimiento. Y porque entraña una enorme esperanza.”
Y no deja de agradecer a sus padres, en la Pascua de 1943, por su cercanía, lo cual lo hace feliz y le sirve de sostén en la jornada. Muchas gracias, muchas, por todo!”
Claro ejemplo de cómo la Pascua vivida por un cristiano sincero y convencido, dentro de las estrechas perspectivas que se aproximan, le traen serenidad. Y cómo el afecto familiar le ayuda en esas horas.
Rumbo hacia una nueva Pascua comparto este mensaje de fe, capaz de cambiar las horas grises de nuestra agenda. Sea cual sea lo que nos pase mañana o pasado. Si Pascua es celebrar la Resurrección de Jesús, cuando este acontecimiento revuelve entre cenizas algunas vivencias oscuras, es capaz de avivar chispas.
La luz de la fe que alumbra la oscuridad del calabozo, alimentada en el vivir estrecho de quien pisa el borde de la muerte, pone gotas de paz en la angustiosa espera de un juicio que de seguro le será desfavorable. Pero el Juez Supremo, el que cargó con el peso ignominioso de la Cruz, le adelanta fugaces momentos de serenidad. Pase lo que pase.
Y llega a tal punto esa fe en la prisión, que escribe a su familia: “Mi salud está bien; me permiten salir cada día media hora. Desde que puedo fumar de nuevo me sucede a veces que olvido durante algunos instantes donde me encuentro. Leo mucho, además de los diarios y novelas, sobre todo la Biblia. Los días pasan extrañamente rápidos.”
Seguramente, a la distancia, hay vivencias que nos acercan.
Columna del Obispo de Salto, Mons. Pablo Galimberti, publicada en el Diario «Cambio» el viernes 7 de marzo de 2014