La historia de lo ocurrido hace pocos días en nuestra ciudad tiene cuatro secuencias. Primera: una oyente escucha por radio un aviso que ofrece servicios parapsicológicos. Probablemente no sepa exactamente los alcances de esa práctica, a la que algunos le niegan que sea ciencia, pero intuye que pueden “sanarla” de problemas que la aquejan. Un mal físico, anímico, personal o familiar que la estaba agobiando. Demás está decir que no todo lo que escuchamos por radio o vemos por televisión tiene necesariamente la garantía de ser cosa buena, beneficiosa u honesta.
Segunda etapa: Concurre y conoce a quienes se presentan como “sanadores”, todos de origen extranjero. Y la mujer confía en ellos, al menos inicialmente. En la vida necesitamos una cuota grande de confianza: en el que nos vende la leche, el pan o cualquier alimento, o el que maneja el ómnibus, en el médico que consultamos o en la farmacia donde compramos un medicamento. El problema es qué grado de garantías ofrece la persona en quien confío. Sobre todo cuando las personas no cuentan con el respaldo de ninguna institución reconocida en el medio que les de el aval de lo que ofrecen. El hecho de que todos fueran extranjeros podría haber planteado alguna sospecha. Otro hecho a tomar en cuenta es el mismo lugar donde atendían. ¿Eran personas de confianza del propietario del hotel?
Tercera etapa: El negocio o servicio toma forma. Los supuestos “sanadores” prometían “sanar” o “sacar males” a cambio de sumas de dinero que iban en aumento según pasaban los días. Para curarse de “todos” sus males la señora a la que nos referimos debía conseguir 9 mil dólares. No sólo eso; además enterrarlos. Los “sanadores” le aseguran que a los pocos días cosecharía “frutos” de lo que había escondido en el fondo de su casa.
Cuarta etapa: el desengaño. No se siguió ninguna cura. Al contrario, los males ahora cambiaron o crecieron, pues a los que ya tenía se le sumó la pérdida de esa suma de dinero, muy importante para ella y sin duda para cualquiera que los haya ganado con un trabajo honesto.
Es cierto que los males anímicos, que se observan actualmente en muchas personas, son tal reales como una enfermedad visible, por ejemplo, la fractura de un brazo. La depresión que hoy afecta a tantas personas es un mal invisible que se ha extendido ampliamente en la sociedad actual. Y el gran consumo de antidepresivos es un signo de que esas enfermedades del alma son importantes en la vida de una persona y no pueden atenderse con cualquier “sanador” que ande en la vuelta.
La sociedad entera puede ofrecer contención a esos males, por ejemplo, ofreciendo espacios de encuentro y esparcimiento para gente de la tercera edad, como los que ofrece por ejemplo Ajupensal. Allí la gente encuentra gente para conversar, espacios para hacer movimientos físicos y diferentes propuestas de socialización, que sirven para compensar la soledad de mucha gente mayor.
También cumplen un rol muy importante las iglesias. En nuestras parroquias se encuentran momentos para ser escuchados por el sacerdote o diferentes tareas de servicio. Y por sobre todas las cosas en las parroquias se abre un espacio para encontrarnos con nosotros mismos y con Dios. Ese Dios siempre cercano, que carga nuestras miserias y regala fuerzas para que nunca nos sintamos solos.
Esta ayuda es de enorme efecto sanador. La persona encuentra un momento para serenarse y salir de su encierro. El tiempo de oración nos sirve para encontrar nuevas fuerzas.
En la sociedad de hoy, agitada por hechos sociales que nos golpean, necesitamos tiempos de silencio, también en nuestras propias casas. Un ratito en la mañana o en la noche. Mientras tomamos mate o contemplando un atardecer. Cuánto nos serena dejar que las cosas acontezcan, no pretender dirigir todo. Dejar que vuelen los pensamientos e intentar esbozar una sencilla oración como la de San Francisco: ¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Esa paz la necesitamos todos. Es la forma de ahuyentar los malos espíritus o las ideas fijas que nos enredan y entristecen.
Columna publicada en el Diario «Cambio» del 8 de noviembre de 2013