“¡Cuando me llegue la muerte quiero estar bien despierto; porque cuando llegué al mundo no me enteré!” Estas palabras me las dijo un médico. Y me parece que cumplió su deseo. Jubilado de la medicina se puso a estudiar teología en Montevideo, después se fue para Argentina y allí continuó estudios y llegó a ser sacerdote. Las noticias que tengo es que ya murió, sin duda “con los ojos abiertos”!
Cuando joven fui con un grupo al Sanatorio a visitar al Cardenal Antonio María Barbieri, arzobispo de Montevideo. Hacía meses que estaba internado y con lucidez y palabras de San Francisco de Asís, a quien conocía muy bien porque era capuchino, nos dijo “espero a la Hermana Muerte, pero demora en llegar”.
En muchos casos la muerte es esperada como hermana que llega con aviso. Fue el caso de San Francisco, a quien le fue anunciada la muerte dos años antes. “Llamó entonces a dos hermanos y les pidió que cantaran a plena voz, con ánimo gozoso por la cercanía de la muerte, o mejor, de la Vida. Como pudo entonó el salmo: Invoco al Señor con toda mi voz. Suplico al Señor con toda mi voz”. (Salmo 141,2).
Algo extraño sucede con la muerte. Nadie duda que nos llegará la hora, pero al mismo tiempo disimulamos, no queremos mirar de frente esta visita inoportuna. Hay personas que acabada la crónica policial de un informativo televisivo comentan los hechos sangrientos con naturalidad. Pero escuchándolos hablar se diría: “mueren los otros, pero yo no”.
Contrariamente a lo que sucedía a fines del siglo XIX, la muerte en casa, en la propia cama, rodeado por la familia, es algo inusual. Hoy se muere en los centros de salud, si no es en accidentes. Allí todo está en manos del personal sanitario. Parecería que el paciente pierde el derecho a conocer la verdad y emitir su opinión. Las decisiones las toman otros y al final muere con varios circuitos controlados a distancia por monitores. Pero ¿hay interés en escucharlo?
Una propuesta diferente de atención y cuidado a personas en la cercanía de la muerte es la filosofía del Cuidado Hospice, que considera a la muerte como un acontecimiento natural dentro del proceso de la vida por lo cual todo enfermo terminal merece hasta el último momento el trato conforme a su dignidad de persona. El acompañamiento Hospice es presencia, acercamiento, cuidado y escucha. Esta propuesta intenta intervenir en los aspectos físicos, sicológicos, sociales y espirituales del enfermo sin perder la consideración a la familia del paciente moribundo.
El suministro de los fármacos que apuntan a controlar el dolor, la atención a la angustia y los miedos, la comunicación de la verdad sobre las propias condiciones, el clima relacional con el personal sanitario y la familia, manifiestan que el enfermo en fase terminal es todavía una persona viva y digno de respeto. La ayuda al paciente intenta que éste logre dar un significado a lo que está viviendo y sea capaz de decisiones éticas apropiadas conforme a su forma de vida y sus convicciones religiosas.
Temida, evitada, ridiculizada y ahora olvidada, la muerte es la gran incomprendida, es la eterna pregunta que siempre aflige nuestra vida. “Si nuestra vida no tuviera un fin ni dolor, decía un filósofo, probablemente a ninguno se le ocurriría indagar el origen del mundo, por qué ha sido hecho de esta manera. Pero esta situación de insatisfacción es como una espada de Damocles sobre nuestras cabezas. Cuando nos llegue la muerte nos llevaremos el secreto y será la aventura sobre la cual no podremos contar nada. Sólo el guerrero Er, del mito platónico, vio, recordó la muerte y volvió de su reino para narrarla a los vivos.
Sobre la muerte en general los médicos pueden hablar mucho. Sobre la que ocurre a seres cercanos también podemos hablar y experimentar profunda tristeza. Pero la muerte en primera persona, la propia, queda siempre en la zona del misterio, que la fe de los cristianos puede iluminar con las palabras y la vida de Jesús, el que murió verdaderamente y salió del sepulcro resucitado para decir a los discípulos atónitos: vean, toquen, ¡no soy un fantasma! El tiene las llaves de la muerte y de la vida.
Columna publicada en el Diario «Cambio» del 1 de noviembre de 2013